- Quien se instala en la política que divide, que abre trincheras, que enfrenta y alienta la discordia, es bien posible que esté incubando hoy su derrota de mañana
Mucho se habla sobre el porvenir de las democracias y sus riesgos, fundamentalmente en los países europeos, a raíz de la pandemia. Sistemas políticos desgastados, crecimiento de fuerzas extremistas tanto de derecha como de izquierda, una suerte de incapacidad de hacer frente a los desafíos por delante, todo ello en una situación de aguda crisis económica a consecuencia de la pandemia, siembran una serie de incertidumbres alarmantes.
Al tiempo, somos conscientes de los graves riesgos que atravesamos, desde amenazas geoestratégicas inquietantes con sonidos bélicos, pasando por una inflación o un coste energético desbocado, incertidumbres respecto a la salida económica de la crisis, suman un catálogo de falta de certezas que a todos nos alcanza.
Y sin embargo, los resultados electorales en los últimos tiempos pueden estar dando la medida de que el votante huye de los extremismos, que lo que busca es estabilidad, certidumbre, gobiernos fiables, de acción política previsible, que ofrezcan seguridad a la hora de emprender sus políticas y, desde luego, un proyecto claro de país.
Analicemos algunos de esos países europeos a los que me refiero, que, por otra parte, suman en su conjunto una clara mayoría del PIB de la zona euro. Por ejemplo Italia, que entró en la pandemia hace ahora dos años en situación de enorme inestabilidad política. Un gobierno inestable, presidido por Giuseppe Conte, del movimiento Cinco Estrellas, que incorporaba a los populistas y a la gente de la derecha de Matteo Salvini entre otras fuerzas; un gobierno en mala situación para hacer frente al tsunami que se venía encima. Todo cambió hace ahora un año, con la capacidad italiana de construir los gobiernos adecuados al momento que se vive. Fueron a buscar a Mario Draghi, personalidad no cuestionada en Italia ya desde los tiempos en que fue gobernador del Banco Central Europeo en el período 2011-2019 y previamente gobernador del Banco de Italia.
Un gobierno, en Italia, diseñado con un único objetivo: hacer frente a la situación económica que la pandemia había creado siempre en el marco de una excelente relación con las instituciones europeas
Su limitada clase política fue a buscarle y articular un gobierno de unión nacional en el que forman parte todas las fuerzas políticas del escenario salvo la extrema derecha de Hermanos de Italia. Un gobierno diseñado con un único objetivo: hacer frente a la situación económica que la pandemia había creado siempre en el marco de una excelente relación con las instituciones europeas. Hoy, un año después, el gobierno funciona, acreditado y reconocido.
Aún a costa de contemplar cómo el presidente de la república, Sergio Mattarella, se ha visto obligado a aceptar un segundo mandato en ese cargo. Garantía de que las máximas instituciones italianas no están por la labor de alejarse del rumbo traído hasta aquí.
Alemania es otro modelo de estabilidad buscada por encima de todo. Tras la retirada de la canciller Ángela Merkel, las últimas elecciones federales debatían, como premisa número uno, cuál de los dos partidos ostentaría la primera plaza. Si el conservador CDU/CSU, o si el socialdemócrata SPD. Dado que los votos se orientaron hacia este último, lo que se inició al día siguiente fueron unas prolijas negociaciones entre el SPD, los liberales y los verdes, hasta la formación de un nuevo gobierno.
Ahí también tanto la extrema derecha como la extrema izquierda quedaron eliminados de cualquier combinación de gobierno, como por otra parte, había ocurrido en todo momento durante el largo mandato de la canciller Merkel, siempre negando ninguna aproximación a la extrema derecha de aquel país.
El resultado de las elecciones portuguesas premia la política de estabilidad socialista y castiga seriamente la frivolidad insensata de las otras dos fuerzas de izquierda
Portugal es el más reciente caso de búsqueda de la estabilidad, despejada en las elecciones celebradas el último domingo 30 de enero. Se votaba tras la caída del gobierno de coalición liderado por el socialista Antonio Costa como consecuencia del rechazo por parte de los aliados gubernamentales Bloco de Esquerda y Partido Comunista a los presupuestos del país.
El resultado de las elecciones premia la política de estabilidad socialista, -al punto de obtener la mayoría absoluta-, y castiga seriamente la frivolidad insensata de las otras dos fuerzas de izquierda señaladas que, amén de ver seriamente reducido su alcance electoral, contemplan su inservibilidad a la hora de gobernar, tarea encomendada por los ciudadanos portugueses al partido socialista.
Francia vendrá en abril, con motivo de las elecciones presidenciales. Hasta ahora, el presidente centrista Emmanuel Macron aparece en todos los sondeos como candidato a pasar a la segunda vuelta de la elección, nos queda saber en compañía de quién. Cabe que le acompañe cualquiera de los dos candidatos que corren por la extrema derecha, Le Pen o Zemmour. O bien, la reciente ganadora de las primarias de la derecha demócrata y republicana Valérie Pécresse, que esperemos que sea lo que suceda.
Porque quien está mudo y desaparecido de la escena política francesa es la izquierda, incapaz de dirigirse a la sociedad francesa y embridada entre un agónico partido socialista a quien los sondeos no le hacen superar el 5%, el candidato ecologista en alrededor del 8% o el populista Mélenchon instalado en el 10%. Es decir, todo indica que Francia elegirá presidente, en ausencia de una izquierda incapaz de dirigirse con claridad a la ciudadanía francesa, entre el centro macronista y esperemos que la derecha democrática y republicana.
Todo ello nos lleva a comprobar que el panorama político que se despliega en los principales países europeos tiene por norma la búsqueda electoral de la estabilidad. Que es la mejor manera de afrontar los desafíos por delante desde una posición estrictamente democrática. Y, por contra, quienes van apareciendo crecientemente como perdedores son las fuerzas políticas que traen irresponsabilidad e imprevisibilidad.
Lo que nos lleva a contemplar el panorama político español desde la perspectiva de que gobernar de forma imprevisible con los peores –ya sea el populismo de la hoy fuerza demediada Podemos, ya sea el independentismo de ERC con su gobierno que conduce a la decadencia de Cataluña, o ya sea con los legatarios del terrorismo, Bildu- es un mal negocio, que se paga. Que lo que la gente anhela es estabilidad, seguridad y previsibilidad, respeto de las instituciones nacionales y también europeas. Y quien huyendo de esas premisas se instala en la política que divide, que polariza, que abre trincheras, que enfrenta y trae la discordia, es bien posible que esté incubando hoy su derrota de mañana.