Juan Carlos Girauta-ABC
- Sigue siendo cierto que Aznar logró aglutinar a toda la España que no era de izquierdas, algo que hoy se antoja impracticable
Hasta que no das con la etiqueta adecuada, no hay manera de manejar una categoría con eficacia. Se nota especialmente en política, pero la regla tiene validez general. Durante mucho tiempo se habló de los catalanes «no nacionalistas» sin comprender que una descripción en negativo te ata al resistencialismo. A base de repetir «catalanes constitucionalistas» en los medios y en los parlamentos, logramos que adquiriera carácter proactivo lo que hasta entonces se había definido por oposición. El cambio nominal dio sus frutos. Otra cosa es que la unidad del grupo descrito -no completa, pero real y ajustada a lo importante- se rompiera por distintas razones. Entre ellas el equívoco al que siempre ha jugado el PSC, o la prevalencia de las ambiciones personales.
Algo similar ha ocurrido, y sigue ocurriendo, en el plano nacional. Desde que la izquierda española articulada, siempre con el protagonismo del PSOE, entró en fase destructiva, se hizo evidente la necesidad de dar con un nombre capaz de designar en breve, rapidito, de forma clara y útil, a todos los compatriotas que no están por la labor de impugnar la obra de la Transición. Un nombre nuevo para una realidad nueva, puesto que el grueso de la izquierda había contribuido a la consolidación de la democracia española. Solo a partir de Zapatero, que se arrancó la careta en 2002 para gobernar desde el más desleal y peligroso sectarismo a partir de 2004, deja la izquierda articulada de formar parte del bloque respetuoso con las reglas de juego.
Prueba de ello es la peregrina teoría zapaterina -pronto convertida en profecía autocumplida y aún hoy vigente en el imaginario «progresista»- según la cual el sistema del 78 entroncaba directamente con la Segunda República. Dar carta de naturaleza a las falsedades siempre acarrea consecuencias, que serán fatales cuando las falsedades van a las raíces, a los hechos y los mitos fundacionales. Aquel sueño de la razón socialista produjo el monstruo del sanchismo, régimen hoy empeñado en la impugnación del sistema, no ya en la teoría sino en la práctica: con imposibles mesas de diálogo, blanqueamiento de la ETA vía olvido y de sus herederos vía pactos de gobierno, de legislatura, de investidura. De desguace.
No podemos llamarles «la derecha» a cuantos no comulgan con la voladura de los fundamentos del Estado democrático de Derecho, a cuantos no pretenden hacer intolerable la alternancia en el poder. No podemos porque, ni toda la derecha sociológica reivindica el sistema del 78, ni toda la izquierda sociológica pretende desvirtuarlo enterito. Hablar de «la no izquierda» adolece del problema referido supra. Pero sigue siendo cierto que Aznar logró aglutinar a toda la España que no era de izquierdas, algo que hoy se antoja impracticable. Necesitamos un nombre, y el de «constitucionalistas» choca, como siempre, con el inacabable equívoco de los socialistas.