Editorial-EL PAÍS

  • La elección de la extremista Laura Borràs como presidenta del Parlament agrava el riesgo de una mayor degradación institucional en Cataluña

La nueva legislatura catalana podría haber abierto un camino de diálogo y pragmatismo tan necesario para curar las heridas de una sociedad rota. Los resultados de las elecciones del 14-F ofrecían una pequeña oportunidad para ello, al otorgar la victoria a un PSC determinado a promover el reencuentro y la primacía en el bloque independentista a la formación —ERC— verbalmente más proclive al pragmatismo y la negociación. Esa esperanza ha durado poco.

La elección, el viernes, de la extremista de Junts Laura Borràs como presidenta del Parlament, y sobre todo, el deletreo de sus propósitos al frente de la institución confirman y agravan el riesgo de que suceda lo contrario de lo deseable. Y subrayan la probabilidad de una degradación hacia parecidos grados de parálisis política, tolerancia (o directa implicación) en la corrupción y enfrentamiento civil característicos de los sucesivos governs en el decenio del malhadado procés.

Desde el viernes, Borràs ha agravado la virulencia de sus postulados electorales. Frente a los deseos de pacificación en pro de la estabilidad política y la recuperación económica, la líder de Junts promete que convertirá la Cámara en un agente para subvertir el ordenamiento estatutario y constitucional en favor de una “inflexión en el avance hacia la independencia”. Ignora así al menos a la mitad de los ciudadanos que explícitamente discrepan de ella. Y anuncia una estrategia de desobediencia frente al debido escrutinio de la justicia, como poder de control frente a abusos de los poderes ejecutivo y legislativo.

Borràs ha despreciado el posibilismo de su antecesor, el republicano Roger Torrent, reivindicando el triste legado de la insurgencia ilegal de la predecesora de este, Carme Forcadell, cuyo resultado político y personal subraya por desgracia la parálisis a la que conduce el unilateralismo: harán bien la oposición, el Gobierno y los tribunales en vigilar estrecha y rigurosamente para evitar la posible comisión de delitos en sede parlamentaria. La líder de Junts intenta, en fin, convertir a la Cámara de todos en su abogado privado ante la imputación judicial de corrupción por trocear irregularmente contratos en favor de un amigo condenado por narcotráfico.

La elección de Borràs y la composición de la Mesa, donde los secesionistas multiplican con desmesura su ajustada ventaja de escaños (logran cinco de sus siete miembros), anticipan los sesgos del todo sectarios en la inminente elección a president y alimentan los peores presagios acerca de lo que vendrá a continuación. El candidato de Esquerra, Pere Aragonès, ha optado por replicar el nefasto esquema de los últimos años y apoyarse en un partido radical sistemáticamente corrupto —el pospujolista— y en un grupo antisistema, la CUP. Todo apunta, pues, a otra legislatura de gestión desastrosa.