El Correo-MANUEL MONTERO

El aterrizaje de EH Bildu en la política parlamentaria le está resultando difícil, aunque se cargue de indignación populista. Aviso al PNV: para negociar con ellos hay que meterse en su redil

Tras fracasar las negociaciones para aprobar el Presupuesto del Gobierno vasco, el lehendakari y el consejero de Hacienda han acusado a EH Bildu de «equivocar [confundir] negociación con imposición». Por lo que se deduce, los interlocutores se radicalizaban si les acercaban posiciones, como si les molestase algún acuerdo. Querían llevarse el santo y la limosna pidiendo lo que no cabía o no tocaba. Las pensiones son una competencia del Estado y el dineral que EH Bildu exigía –debe de pensar que el dinero se fabrica solo– implicaba asumirla como propia. La actitud: lo aceptas o lo dejamos. Imposición, no negociación. El pragmatismo sobrevenido que se le ha atribuido a la izquierda abertzale no deja de ser una filfa, al menos en una cuestión crucial para la gestión como son los Presupuestos.

Tiene importancia el asunto porque nos acerca a la práctica de un concepto tan usado por la izquierda abertzale: la negociación. Se diría que en esto EH Bildu se ajusta a las nociones que mantuvieron al respecto sus predecesores, HB, Batasuna, etcétera.

Desde hace varias décadas el discurso de la izquierda abertzale ha difundido una y otra vez la excelencia del binomio «diálogo y negociación» como mecanismo político, una especie de talismán del que saldría la solución para cualquier problema.

La propuesta-eslogan tuvo siempre la ventaja mediática de sus resonancias democráticas, el aire colaborador que evoca, la imagen de que estamos juntos en el mismo barco y que encontraremos la solución entre todos. Incuestionable, aparentemente. Además, son conceptos clave para nuestro sistema político: el diálogo forma parte fundamental y continuada de cualquier democracia –sin las solemnidades ni la excepcionalidad que le atribuía el nacionalismo radical–. Y la negociación da en cotidiana e imprescindible, so pena de estancamiento.

Fue su santo y seña durante décadas, pero nunca explicó qué entendía como negociación. Y, dicho sea de paso, tampoco se le pidió su definición, dándose por buena su voluntad dialogadora y negociadora.

Sin embargo, a juzgar por la forma en que usó «diálogo y negociación», al modo de quien reclama la aplicación de la guillotina, puede asegurarse que sus conceptos no se correspondían con lo que se entiende normalmente. El «diálogo» al que aspiraba no era una conversación entre partes, sino un monólogo en el que explicase su visión victimista del mundo, que ve siempre sobrecargada de razón. Y la «negociación» venía a ser la manera de establecer cómo se llevarían a la práctica sus aspiraciones. Negociar para imponer: por ahí van sus concepciones.

Sólo considerará que ha existido una auténtica negociación si el resultado sirve para desarrollar su ideario soberanista. De lo contrario, sería una oportunidad perdida. En su discurso, no es negociación en el sentido democrático –buscar juntos mejoras colectivas– sino un mecanismo para arrancar concesiones que pueda lucir como un trofeo… y que impliquen algún tipo de ruptura. Por eso hubo negociación para un nuevo estatus soberanista, que implica abrir brecha en el actual marco estatutario (o cepillárselo sin más).

Por lo que se ve, el aterrizaje de la izquierda abertzale en los modos de la política parlamentaria, más o menos forzoso, le está resultando difícil, aunque se cargue de indignación populista, asegurando que ellos lo querían todo para los desposeídos y que defienden «modelos diferentes» al PNV. Aviso a navegantes, o sea al PNV: para negociar con esta peña hay que cambiar de modelo, meterse en su redil.

La identificación entre negociación e imposición persiste. Si alguna vez EH Bildu llega a acordar algo tras una negociación, será porque lo puede vender como una ruptura o como una operación válida para llevarse al PNV al huerto, que tanto da. Para estatus soberanistas, lo que haga falta; la política cotidiana es harina de otro costal.

La frustración negociadora de EH Bildu no parece cuestión anecdótica, sino reflejo de que navega en un mundo donde las nociones políticas son distintas y, efectivamente, negociación es imposición. En ese universo paralelo cabe entender que Otegi llame «a los demócratas españoles» a «alianzas antifascistas». ¿Cabe ni siquiera pensar que «los demócratas españoles» se alíen con secuaces del terrorismo sin arrepentir? Suena a desvarío, si no fuera porque el hombre suscita la fascinación entre antisistemas podemitas e independentistas catalanes. Lo de Zapatero, por el contrario, no se sabe si fue hazaña o sacrificio. Según confesión propia, se reunió durante «casi siete horas» con ArnaldoCasi siete horas son una eternidad, pero ya lo escribió Delibes en ‘Cinco horas con Mario’, que casi se acerca al tiempo: «Si las palabras no se las dices a alguien no son nada».

Estarán dentro del mismo proceso de beatificación democrática del hijo pródigo, pero resultan verdaderamente chocantes las afirmaciones del presidente del PNV según las cuales EH Bildu forma parte del sistema. Quería explicar por qué no pactaría con Vox, posibilidad que a nadie se le había ocurrido, y sí con estos. La explicación resulta incongruente. «La prueba de que asume las reglas de juego» es su «aceptación de las bases del nuevo estatus». Más bien las ha asumido porque encaja como anillo al dedo de su ideario, derecho a decidir incluido; no por su conversión a las reglas de juego, sino porque entiende que esta vía le permitiría romperlas. Quizás estaba engañándose o engañándonos, lo que no se sabe qué es peor. O a lo mejor el presidente del PNV estaba haciendo un chiste, aunque las bromas suele reservarlas para Carnaval.