Vicente Vallés-El Confidencial
- Ambas partes dispondrán del tiempo que se conceden a sí mismas. El independentismo lo utilizará para reorganizarse, repensar su estrategia de ruptura y calentar el ambiente
La escena podría pertenecer al conocido como ‘género chico’, ese que no suele representarse en el Gran Teatro del Liceo, destinado a obras de mayor fuste lírico y talla musical. Se desarrolló en la solemnidad propia del Parlamento, con el hemiciclo repleto a la espera de una novedad que nos permitiera inaugurar la lista de datos alentadores sobre el futuro de Cataluña en España con una frase del presidente del Gobierno o de alguno de los portavoces de partidos independentistas. O, aún mejor, de ambas partes. No hubo tal, sino una cómica escena de vodevil. El portavoz de Esquerra, Gabriel Rufián, se levantó de su escaño rojo, puso el micro en modo operativo y preguntó al presidente «¿qué planes tiene el Gobierno tras los indultos?». Pedro Sánchez se levantó de su escaño azul, puso el micro en modo operativo y respondió como, quizá, lo hubiera hecho su muy gallego antecesor en el cargo, Mariano Rajoy: «¿qué planes tiene Esquerra Republicana tras la medida de gracia que ha tomado el Gobierno?». Preguntas sin respuesta.
Por tanto, encaminamos nuestros pasos hacia unas amenazadoras «piedras en el camino» —según el ministro Ábalos— y lo hacemos cegados por las soliviantadas pasiones que provocan los indultos. Y ahora, ¿qué? Ahora, dicen, la política, que es un vago concepto empachado de buenas intenciones como el diálogo, la concordia, la magnanimidad y el entendimiento. Pero detrás de todo ello está algo que el presidente del Gobierno expuso con acierto en un artículo en el diario ‘El País’ titulado ‘El espíritu constitucional’: «nuestra democracia echó a andar gracias al generoso abrazo de hombres y mujeres que, sin compartir las mismas ideas, entendieron que la Constitución era el único marco posible».
Sánchez confía en que el horizonte sea más largo. Da por consolidados los dos años que restan de legislatura porque tiene presupuestos
En efecto, la Transición consistió en un pacto entre quienes procedían de la dictadura y quienes llegaban desde el exilio (exterior e interior). Alcanzaron un acuerdo porque unos y otros compartían un mismo objetivo final: establecer un régimen democrático, aunque discreparan en todo lo demás. Ese pacto incluyó la cesión ante los nacionalistas de un alto —muy alto— grado de descentralización del Estado.
Pero ahora, ¿cuál es el objetivo final compartido entre quienes solo pueden ofrecer que Cataluña siga en España y quienes solo aceptan la independencia? ¿Dispondrá Pedro Sánchez de la brújula mágica que le lleve a localizar un punto prodigioso en el que se crucen dos líneas paralelas que, por definición, nunca se cruzan? El Gobierno no puede incumplir la ley y, por tanto, no está en su mano permitir la autodeterminación porque es ilegal. Y los independentistas no admiten otra cosa. Hallar un remedio superaría, con mucho, los márgenes de la política para adentrarse en los misterios de la alquimia. Así sea. Pero, mientras el alquimista trata de convertir el hierro en oro, no disparen al escéptico como si fuese el pianista del salón en medio de un tiroteo de pistoleros de western. El escéptico no tiene la gracia de la fe en el diálogo que sí proclaman con júbilo los obispos, que, como hombres de Dios que son, gozan del don de la fe por su propia naturaleza.
Entretanto, ambas partes dispondrán del tiempo que se conceden a sí mismas. El independentismo lo utilizará para reorganizarse, repensar su estrategia de ruptura y calentar el ambiente para incrementar su base social. Y, también, para comprobar si la promesa de negociación de Sánchez se traduce en algo que no sea un nuevo estatuto. Lo testará en una cuestión de confianza —así lo han pactado los independentistas— a la que se someterá el presidente Pere Aragonès. Será entonces cuando ERC, Junts y la CUP examinen la «voluntad de diálogo, acuerdo y reencuentro» de Sánchez, en función de los particulares baremos del separatismo.
Pero el presidente del Gobierno confía en que el horizonte sea más largo. Sánchez da por consolidados los dos años que restan de legislatura porque tiene presupuestos (fuentes de Moncloa señalan como objetivo deseable celebrar las elecciones generales el 10 de diciembre de 2023). Su proyecto es que hasta entonces no le organicen un segundo ‘procés’ y, más allá, asegurar la siguiente legislatura, ante la posibilidad de que las urnas ofrezcan, otra vez, un resultado que le espolee a reeditar el pacto con Esquerra, Bildu y PNV.
Utilizando la jerga del rugby, las dos partes dan al balón una patada a seguir para ganar metros. En este caso, para ganar tiempo haciendo como que negocian. Y, a la espera de que se agote el plazo, asistiremos a más escenas del género chico, como la oficiada por el otro partido del Gobierno, Unidas Podemos. El presidente de su grupo parlamentario, Jaume Asens, hizo la pirueta extravagante del espectáculo al pedir perdón a los perdonados por no haberlos perdonado antes. Incluso, por haberlos castigado por cometer actos ilegales. Los partidarios de la autodeterminación no solo estarán al otro lado de la mesa de negociación. Sánchez los tiene sentados a su vera, en el Consejo de Ministros.