IGNACIO CAMACHO-ABC
Mal comienzo lleva una pedagogía que propone un decálogo de 19 puntos y pretende prohibir los versos de los poetas
«…La hora del estupor que ardía como un faro» (Pablo Neruda)
QUÉ les habrá hecho Neruda a esas feministas de Comisiones Obreras que quieren eliminar sus versos de la enseñanza para «desheterosexualizar» la escuela. Eso sí, heterosexual desde luego era. Y mucho. Pero con qué mirada obtusa, con qué clase de sesgo doctrinario habrán leído su estremecimiento enamoradizo, su desesperación derretida, su desvelo anhelante, su angustia sedienta. Qué torcido designio patriarcal habrán podido ver en esa lírica zarandeada por tempestades de pasión y ahogada en naufragios de soledad y de ausencia. Pedagogas dicen que son, pero mal camino lleva una pedagogía que empieza por proponer un decálogo de ¡¡diecinueve puntos!! y continúa por prohibir a los poetas.
Porque, vamos a ver, que proscriban a Pérez Reverte o a Javier Marías tiene un cierto sentido lógico. Estos dos compadres son irrecuperables para la causa, como el protagonista de «Las manos sucias» de Sartre, al que por cierto fusilaban los comunistas ortodoxos. Llaman coñazo a cualquier pesadez y no transigen con el lenguaje inclusivo por un arrogante prurito de filólogos. Derraman testosterona académica y crean personajes de mujer fatal que perpetúan el estereotipo sexista con odiosos tópicos. No tienen remedio, son especímenes execrables, viejunos, anacrónicos. Machirulos presuntuosos sin cabida posible en el nuevo orden despatologizado (qué querrá decir eso) y anti-LGTBIfóbico.
Tampoco es mala idea la de suprimir el fútbol en el recreo. Eso está puesto en razón: a balonazos y puntapiés no se puede construir una humanidad pospatriarcal ni despatologizar nada en serio. Otra gran ocurrencia es eliminar la opresiva terminación léxica en o y sustituirla por una neutral e –«todes» por ejemplo– que no ofende a nadie y acaba con el cansino debate del género. Todo eso, y lo de cambiar el currículum de Ciencia y de Historia, es muy pertinente y cabal aunque los términos «prohibir», «eliminar» y similares abunden demasiado en el texto; cualquier malpensado machista podría intuir en tal proyecto una pulsión inquisitorial o una voluntad totalitaria de enajenación del pensamiento. Pero el pobre Neruda, que hasta era comunista, qué tendrá de políticamente incorrecto. Tal vez lo de «me gustas cuando callas» sea el delito misógino que lo condena al destierro, pero nunca se sabe qué ciego reduccionismo puede provocar tanta oscuridad en un cerebro.
Quizá sea en el fondo un consuelo que la neocensura del radicalfeminismo lo mande, reo de blasfemia, a su simbólica hoguera. Porque se podrán recitar sus versos clandestinos con el placer secreto, íntimo, de quien contraviene un desafuero o desafía una condena. Y será un acto subversivo decir en voz alta crepúsculo, amapola, boca, cintura, tormenta, pájaro, fruta, espiga, mariposa, beso, gaviota, estrella. Farenheit 451 en versión posmoderna.