EL MUNDO – 05/06/16 – LUCÍA MÉNDEZ
· La estrategia de polarización de Rajoy e Iglesias para el 26-J pasa por dejar al PSOE como un partido inservible para los intereses de los votantes. Sánchez es la pieza a batir, lo cual puede ser muy eficaz a la hora de movilizar el voto, pero entra en contradicción con los deseos de pacto que PP y Podemos manifiestan para el 27-J, el día después.
Hace décadas que las técnicas de investigación de los neurocientíficos sociales se aplican también a la política. Numerosos estudios demuestran que a la hora de tomar decisiones que afectan a la vida pública –como el voto– los ciudadanos se dejan guiar más por las emociones que por el pensamiento racional o los programas. Así lo ha comprobado uno de los neurocientíficos más célebres, Alexander Todorov, de la Universidad de Princeton. Básicamente, lo que este profesor y otros colegas suyos han descubierto –escaneando el cerebro de quienes participan en sus investigaciones– es que las zonas emocionales se excitan más que las del razonamiento durante los debates electorales o al escuchar a un candidato.
No consta que en los partidos políticos españoles realicen este tipo de estudios. Lo que sí hacen PP y Podemos en esta cansina repetición de la campaña del 20-D es aplicar la lógica de la neuropolítica para asfixiar al PSOE. El PP está activando la zona de la seguridad, la fiabilidad y el miedo a lo desconocido para desdeñar a los socialistas. Podemos ha decidido apelar directamente a las neuronas que regulan la sonrisa, el optimismo y la utopía hippy para sustituir a los socialistas como segunda fuerza política de España. La presentación de la campaña de Podemos para el 26-J, con sus corazones, sus sonrisas y sus florecitas del campo ha sido acogida con ironía por parte de la dirección socialista.
Sin embargo, como se puede comprobar en el documental de Fernando León de Aranoa, los dirigentes de la formación han demostrado durante dos años una gran habilidad estratégica para convertir en votos la parte emocional de la crisis –indignación, ira, sufrimiento– que permanecía encerrada detrás de la puerta de cada casa. Ahora explotan emociones positivas, como la esperanza, porque son conscientes de que Podemos también ha envejecido y sus votantes se han podido ver defraudados en la corta legislatura. En esa posible decepción de quienes se entusiasmaron con Pablo Iglesias confía ciegamente la dirección del PSOE para recuperar a una parte de los votantes que se les fueron.
La estrategia de polarización de PP y Podemos para la campaña electoral no es muy sofisticada. Consiste en dejar al PSOE en tierra de nadie, presentándolo como un partido inane e inservible para los intereses de los votantes. ¿Qué utilidad tiene votar a Pedro Sánchez? Así es como se dirigen al cerebro de los electores. Si quieres que España siga básicamente como está, mejor votar a Rajoy. Si quieres que España cambie de verdad, la única papeleta útil es la que encabeza Pablo Iglesias, al frente de un pelotón de partidos de izquierda.
El PSOE es la pieza a batir, lo cual puede ser muy eficaz a la hora de movilizar el voto, pero entra en abierta contradicción con los deseos de pacto que PP y Podemos manifiestan para el día después de las elecciones.
Tanto Mariano Rajoy como Pablo Iglesias han expresado su voluntad de entenderse con el PSOE el día 27 de junio para formar Gobierno. El candidato del PP ha manifestado a los suyos que quiere 176 escaños para un Gobierno fuerte y que la única forma de conseguirlos –a juzgar por los sondeos– es un Ejecutivo de coalición con los socialistas. Sin embargo, el PP aplica al PSOE en campaña la medicina del desdén, la indiferencia y hasta el desprecio. Sus dirigentes han desposeído ya a los socialistas de su condición de alternativa. Para el PP, su única alternativa es Podemos.
Pablo Iglesias, por su parte, no cesa de cortejar al PSOE a su manera. «Nuestro primer desafío es asumir que sólo podremos gobernar España mediante una alianza con la vieja socialdemocracia», escribió en El País. Pero no oculta que su objetivo es conquistar la «piedra angular» del sistema político español ocupando el lugar del PSOE.
Así es como PP y Podemos buscan la destrucción electoral del PSOE para después administrar sus restos en los pactos postelectorales. La dirección popular aspira a que un PSOE lamiéndose sus heridas a partir del 26-J deje gobernar a Mariano Rajoy ganando tiempo para poder reconstruirse.
El objetivo político de Podemos se antoja más difícil de conseguir. La única posibilidad de que el líder de Podemos gobierne con el PSOE consiste en que su sorpasso fracase, los socialistas aguanten el tirón y sean segunda fuerza. Nadie duda de que si Pedro Sánchez repite resultado y el PSOE suma con Podemos, el líder socialista intentará un pacto de gobierno la misma noche electoral. Pero si Iglesias logra superar al PSOE en escaños, el tercer partido entrará en shock y no es verosímil que le vaya a hacer presidente. Hay dirigentes del PSOE que son partidarios de que Pedro Sánchez aclare en campaña que Pablo Iglesias nunca será presidente del Gobierno con los votos de los diputados socialistas.
A diferencia de los candidatos del PP y de Podemos –que han expresado con claridad cuáles son sus preferencias de pacto–, el aspirante socialista no ha querido concretar demasiado sus intenciones en materia de acuerdos postelectorales. Incluso ha ofrecido respuestas aparentemente contradictorias. Por una parte se comprometió a evitar unas terceras elecciones –lo que parecía que abría la puerta a la posibilidad de permitir un Gobierno de Rajoy–, pero días más tarde insistió en su rechazo a pactar con el PP una investidura. Aunque la música de su discurso abona la tesis de un Gobierno de izquierdas, Sánchez tampoco ha sido explícito acerca de un posible pacto con Podemos.
De esta forma, la campaña del PSOE respalda la estrategia de sus adversarios al situarse él mismo en terreno de nadie. Si Rajoy apela a la parte del cerebro relacionada con la estabilidad emocional e Iglesias a la que se activa con los sentimientos, Sánchez quiere excitar el voto con la palabra «cambio». Muchos socialistas echan de menos una mayor capacidad de su candidato para despertar las emociones que estudia la neuropolítica.
EL MUNDO – 05/06/16 – LUCÍA MÉNDEZ