LUIS HARANBURU ALTUNA-EL CORREO

El Gobierno de Pedro Sánchez no se ocupa de la tragedia humana, económica y social de una juventud sin horizonte de futuro

De entre los escombros dejados por la pandemia del covid surgirá la próxima generación. ‘Next Generation’. Sus componentes tienen en torno a los veinte años y casi la mitad de ellos carecen de trabajo. Algunos suman el fracaso escolar al paro y quienes trabajan lo hacen de manera precaria y con sueldos bajos. La mayoría depende de sus padres, no pueden independizarse y formar una familia. Los miembros de la ‘Next Generation’ carecen de horizonte laboral, económico y existencial.

Al acordar los fondos europeos para la recuperación económica tras la pandemia, la UE bautizó dichos fondos con el rótulo de ‘Next Generation’, marcando con ello la solidaridad intergeneracional con los más afectados por la catástrofe del covid. El Gobierno de España, sin embargo, ha optado por sustituir el rótulo europeo, claro y elocuente, por el barroco título de ‘Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía. España Puede’. Casi nada. Se ha optado, una vez más, por la retórica y la propaganda. La palabra ‘resiliencia’ del título, además, es una clara evocación de la cualidad de la que nuestro presidente se jacta.

España está de suerte, será una de las naciones más favorecidas de la UE al corresponderle la friolera de 140.000 millones de euros, de cuya administración e inversión se ocupará La Moncloa en exclusiva. En otros países como Francia o Italia se ha optado por crear grupos especiales con fuerte presencia de técnicos para la administración y reparto de los fondos europeos. En España, sin embargo, se ha decidido centralizarlo todo en Pedro Sánchez y sus ministros. Ministros que, como es notorio, no brillan precisamente por su capacidad de gestión y discernimiento.

Se refieren en abstracto a impulsar la transición ecológica y la trasformación digital, pero no hablan de las reformas estructurales necesarias, ni de reparar nuestras carencias industriales que la pandemia ha puesto en evidencia. La más llamativa de las ausencias, con todo, es la nula mención de políticas destinadas a ofrecer un horizonte económico y existencial a nuestra juventud; horizonte que sí tuvimos sus padres y abuelos. ¿Pero a quién le importa? La juventud española está abocado al fracaso generacional, ante la inoperancia del Gobierno y de la clase política que tan solo se preocupan de lo inminente. Los plazos en la política española son los que van de un telediario a otro. Faltan visión de largo alcance y políticas que trasciendan la legislatura.

España es líder en deuda pública, así como en paro juvenil y fracaso escolar. La deuda hipoteca el futuro de nuestros jóvenes. Es este un problema que afecta a la esencia del ser o no progresista. Autodefinirse como Gobierno progresista, mientras se está hipotecando el futuro de la ‘Next Generation’, es un cínico sarcasmo, que debiera avergonzar a quienes blasonan de progresismo. ¿Qué progreso es este que ciega las salidas a nuestros jóvenes, convirtiéndolos en deudores de por vida?

El progreso es algo que ha de materializarse de generación en generación y ningún avance puede llevarse a cabo de la mano del paro, el fracaso escolar y la deuda perpetua. El actual Gobierno progresista, feminista y de izquierdas dice abanderar la lucha contra la precariedad laboral, pero España ocupa el pódium de la temporalidad en Europa y en la OCDE. Con el actual Gobierno, la precariedad en la Administración pública se ha disparado al 30%. El progresismo se demuestra con los hechos y estos acreditan que el actual Gobierno no se está ocupando de la tragedia humana, económica y social que representa una juventud sin horizonte de futuro.

En plena pandemia, los gobiernos de Francia, Reino Unido y Alemania han instrumentado programas milmillonarios para no dejar atrás a una generación entera, mientras que en España los programas se quedan en la mera retórica. El Gobierno discute sobre la ‘Ley trans’, la expropiación o no de los pisos vacíos, la manera de meter mano a la judicatura, poner un bozal a la prensa libre y dar pábulo al identitarismo. Es desolador y tragicómico que la única alternativa que se ofrece a nuestros niños y jóvenes sea la de poder cambiarse de sexo.

Tiempo atrás, ser de izquierdas fue equivalente a ser progresista, pero hoy sabemos que al menos una parte de la sedicente izquierda progresista de España es, además de irresponsable, reaccionaria. Porque ser reaccionario es no ofrecer alguna oportunidad u horizonte a la nueva generación que ya está aquí. El Gobierno de Pedro Sánchez se halla enfrascado en las llamadas políticas democráticas, que ponen de manifiesto su indisimulada pasión por el pasado. La política debería servir para abrir cauces y horizontes de futuro y no para deleitarse en los infortunios del pasado. Dicen que la política es el arte de lo posible y lo proactivo, pero nuestro Gobierno se limita a aguardar la lluvia de millones que se espera de Europa, para afianzarse en el poder y ganarse el favor de una clientela cada vez más subsidiada. Llamar a eso progreso es no quererse enterar de los graves momentos que se avecinan. Jamás fue el avestruz emblema del progreso.