José Luis Zubizarreta, DIARIO VASCO, 27/11/11
La mejor garantía en el PSOE para conjurar los peligros que acechan al perdedor es un debate sobre ideas en vez de una lucha entre personas
Ayer, al terminar de escuchar los discursos que el secretario general, José Luis Rodríguez Zapatero, y el candidato a las últimas elecciones, Alfredo Pérez Rubalcaba, pronunciaron ante el comité federal tuve la sensación de que el PSOE cerraba el proceso previo a su XXXVIII Congreso justo en el momento en que se proponía abrirlo. No se habían producido aún las intervenciones de los cuarenta y cinco miembros que, según dicen, habían pedido la palabra, pero dudo de que, por críticas que algunas de ellas se propusieran ser, irían a cambiar el ambiente de tranquilidad y aprobación que los dos citados discursos crearon en la asamblea. Habrá, sí, porque la coyuntura así lo requiere, contraste entre candidaturas a la dirección del partido, pero si Rubalcaba diera finalmente el paso de competir tendría ya recorrida más de la mitad del camino hacia la victoria.
En primer lugar, la derrota electoral no parece haber desgastado en nada el prestigio del que Rubalcaba gozaba ya antes entre los suyos. Verdad es que ninguna derrota que puede anunciarse de antemano afecta demasiado a quien la sufre. Pero en esta circunstancia el derrotado ha salido además fortalecido. La mezcla de arrojo y generosidad que demostró al aceptar el reto de una candidatura abocada al fracaso, junto a la encomiable entrega con que se le ha visto dedicarse al empeño durante la campaña, ha hecho de él el mejor aspirante, si decidiera serlo, a liderar el partido en el futuro. Tiene al partido en deuda consigo. Las palabras de Zapatero vinieron a reconocerlo.
Por si esto fuera poco, en su discurso ante el comité federal Rubalcaba tuvo la astucia de proteger los dos flancos débiles por los que podía ser atacado. Primero, frente a la posible crítica de haberse alejado en esta última fase, por interés personal, del aún secretario general de su partido, se declaró no sólo defensor de su figura y de sus políticas, sino, además, «exponente vivo de (su) capacidad de integración» y, por tanto, destinatario de lo mejor de su herencia. Nadie podrá, por tanto, interponerse en la batalla por el liderazgo del partido entre él y Zapatero, porque su mutua vinculación parece inquebrantable. Y, segundo, frente a la acusación de ser corresponsable de las políticas fracasadas en la pasada legislatura, Rubalcaba alardeó de tener ya elaborado un programa que, más que programa, sería, como se encargó de decir poniéndolo en boca de Jesús Caldera, un auténtico «proyecto pensado para gobernar en el futuro».
No parece, pues, que, frente a la probable que vaya a formarse en torno a Rubalcaba, pueda articularse en este momento esa otra «mayoría sólida en clave de renovación» de la que ayer hablaba el ministro Ramón Jáuregui. Y, caso de que no pudiera articularse, lo lógico sería concluir, como el mismo Jáuregui hace, que el partido «reforzaría el liderazgo de Alfredo, que será una opción sólida, segura y solvente». En consecuencia, todo conduce a pensar que el PSOE dio ayer por cerrado el proceso precongresual en el mismo acto en el que se proponía abrirlo.
Otra cosa es, sin embargo, saber si con esta decisión los socialistas habrán logrado conjurar los dos riesgos que a cualquier partido se le plantean después de una derrota electoral tan abultada como la que ellos acaban de sufrir y que son, hacia adentro, el cainismo y, hacia afuera, el revanchismo.
Respecto del primero, el del cainismo, todo proceso electoral interno, cuanto más democrático sea, más expuesto se halla a confrontaciones personales legítimas, que, en lugar de reforzar la cohesión, terminan por abrir heridas de difícil cicatrización. En el PSOE aún supuran algunas de las que se abrieron en las confrontaciones precongresuales del año 2000. En éstas persiste el peligro de ahondarlas. Y, por lo que se refiere al segundo riesgo, el del revanchismo, el candidato quiso conjurarlo al comprometerse a «no brindar (desde la oposición) por una mala noticia ni a poner palos en las ruedas», así como al proclamar que la gran herencia que deja Zapatero consiste en «haber sabido poner los intereses del país por encima de los del partido».
Con todo, y más allá de estas bellas palabras, la mejor garantía de que ambos riesgos estarían conjurados la constituiría la decisión de convertir este proceso interno en un debate sobre ideas más que en una lucha entre personas. De momento, es sólo esto segundo lo que promete ser, pues ningún posible aspirante ha dicho todavía nada que vaya al fondo del asunto. Y es que, por mucho que Rubalcaba presuma de contar con un programa que sería un auténtico proyecto para gobernar en el futuro, lo cierto es que la socialdemocracia que el PSOE dice representar ha entrado en una profunda crisis ideológica, cuya superación requiere de autocríticas más radicales y propuestas más valientes de las que se han presentado hasta ahora. Las de Rubalcaba, en concreto, más parecen un apresurado ramillete de ideas para salir del paso en una confrontación electoral que una construcción doctrinal articulada y coherente. Para su desgracia, todo apunta a que los socialistas van a tener tiempo más que suficiente para enriquecerlas en el largo período de desembarazo que parece va a esperarles respecto de las tareas de gobierno y en el plácido sosiego que dan las prolongadas estancias en la oposición. ¡Ojalá los aprovechen!
José Luis Zubizarreta, DIARIO VASCO, 27/11/11