ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • La moción encabezada por Tamames produce vergüenza ajena antes incluso de arrancar

El espectáculo que se escenifica a partir de hoy en el Congreso no es una moción de censura ni mucho menos pretende erosionar a Pedro Sánchez. De hecho, merced al calendario fijado por la siempre servicial Meritxel Batet, ya lo ha librado de comparecer ante la comisión europea que investiga las escuchas a su teléfono en el marco del caso Pegasus. En un principio esta farsa se planteó como instrumento de presión al PP y en concreto a su líder, Alberto Núñez Feijóo, a quien se pretendía forzar a escoger bando en una pelea ajena que solo podía perjudicarle al colocarlo ante una alternativa imposible: con Frankenstein o contra él. Un dilema que, visto desde la óptica socialista, se transformaba en: con la extrema derecha o contra ella. O sea, un callejón sin salida del que Feijóo se zafó de inmediato anunciando una abstención que con el tiempo ha demostrado ser la única opción sensata, no solo porque en su momento la reacción furibunda de Pablo Casado contra Santiago Abascal hundió sus expectativas electorales y elevó las de Vox a los cielos, sino porque el desarrollo posterior de los acontecimientos ha convertido la trama de este procedimiento parlamentario en un esperpento grotesco que produce vergüenza ajena antes incluso de arrancar.

No estamos ante una moción de censura en el sentido constitucional del término, porque nuestra Carta Magna otorga a dicho mecanismo una dimensión constructiva que a todas luces se echa a faltar en la propuesta presentada por los verdes. ¿O alguien se imagina a Ramón Tamames de nuevo presidente del Gobierno? Basta leer la entrevista que le hacía el domingo en estas páginas Juan Fernández Miranda para constatar que su presencia hoy en el hemiciclo, en calidad de candidato a ocupar dicho puesto, no obedece a un arranque repentino de patriotismo ni mucho menos a una coincidencia tardía con los postulados políticos de la formación de Abascal, sino a una necesidad imperiosa de aprovechar esta oportunidad inesperada para colmar su gigantesca vanidad y saborear un minuto postrero de gloria. Solo así se explica que mida el impacto demoledor de la filtración de su discurso en términos de periodistas presentes en la rueda de prensa –«de no haberse filtrado no habrían venido ni la mitad»–. A Tamames le preocupa Tamames. Y a Vox también debería, una vez constatadas las discrepancias profundas que lo alejan de sus postulados. ¿Cuántos votantes de dicho partido comparten que España sea una nación de naciones? ¿Cuántos otorgarían un régimen fiscal especial a Cataluña en aras de apaciguar al independentismo? Tamames fue una ocurrencia de Fernando Sánchez Dragó acogida a la desesperada. Un nombre célebre que dijo ‘sí’ a lo que muchos antes se habían negado. Un último tren a Katanga tomado por los de Abascal sin medir las consecuencias, que amenaza con descarrilar arrastrando a sus pasajeros a un ridículo del que no se regresa.