Carlos Sánchez-El Confidencial
- A la guerra le ha aparecido un jugador inesperado. La política de alianzas de Rusia (y de China) va camino de aislar a Europa en muchas regiones del planeta. ¿El problema? La apertura de la economía europea al exterior
El coronel de Estado mayor José Pardo de Santayana ha publicado un artículo en la revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), dependiente del Ministerio de Defensa, en el que llama la atención sobre una de las consecuencias menos conocidas de la guerra en Ucrania. Se refiere al despertar de lo que en la literatura sobre relaciones internacionales se conoce como Sur global —el nombre es lo de menos—, que reúne a más de un tercio de los países del planeta a quienes une su pasado colonial y la pobreza. Y, en muchos casos, incluso el rencor.
«Al percibir un declive de la era eurocéntrica de la historia humana», sostiene Pardo de Santayana, «los países del Sur global han decidido actuar conforme a sus propios intereses, mantener su autonomía y no verse arrastrados a una confrontación que no perciben como suya». En esta estrategia, añade, también entra en juego «un viejo resentimiento por los abusos de la época colonial, la percepción de que Occidente utiliza según su conveniencia distintas varas de medir y el rechazo a que una parte del mundo imponga al resto su sistema de valores».
No se trata de una estrategia coordinada, como pudo ser el movimiento de los países no alineados que impulsaron a partir de los años 50 los presidentes de Egipto (Nasser), India (Nehru) e Indonesia (Sukarno), pero tiene ciertas similitudes. Esta realidad se ha observado con nitidez en la reciente resolución de Naciones Unidas, en la que por amplia mayoría se recomienda a los gobiernos que no reconozcan la existencia de los cuatro territorios ucranianos que Rusia se ha anexionado de forma ilegal.
La resolución de la ONU, como es conocido, salió adelante con la abstención de 35 países, entre ellos los más poblados del planeta (China e India) y algunos de los más relevantes del Sur global: Pakistán, Sudáfrica, Argelia, Vietnam o Mozambique. Otros, como Irán, se ausentaron de la votación, pero hay pocas dudas de que el régimen de Teherán es un aliado de Putin, a quien necesita en su rivalidad con EEUU. La cobertura demográfica de las abstenciones suma, en total, alrededor de 4.000 millones de personas, la mitad del planeta, lo que da idea de su importancia, no solo en términos cuantitativos, sino también cualitativos. Nunca lo que llamamos Occidente había estado tan alejado de una parte significativa del planeta en un asunto tan diáfano como la invasión de un país soberano.
El no a Biden
Detrás de las abstenciones, de hecho, lo que se observa es un desplazamiento del centro de gravedad geopolítico hacia el sur y el este del planeta en detrimento de Europa y EEUU, como también se pudo ver recientemente en la reunión de la OPEP+, que decidió recortar en dos millones de barriles su producción diario de crudo (el 2% del consumo mundial) desoyendo las advertencias de Occidente, en particular, de Biden, lo que obviamente es un aliciente para que Rusia venda petróleo más caro y así financiar su agresión. La cesta diaria del barril de petróleo que vende la OPEP se situaba este viernes en 95,99 dólares, lo que unido a la apreciación del dólar es un claro desafío a Europa y ‘su’ guerra.
El hecho de que el Sur global se despierte contra sus antiguas metrópolis es algo más que relevante. Y no solo por cuestiones geopolíticas o de influencia sobre los gobiernos. Entre otras razones, porque el proceso de hiperglobalización que el mundo ha desarrollado desde que China entró en la Organización Mundial de Comercio (OMC) hace más de dos décadas, ha beneficiado, sobre todo, además de a Pekín, a Europa, que supone el 15,6% de las exportaciones mundiales, muy por encima de su peso demográfico. No en vano, la participación de la eurozona en las cadenas globales de valor, como ha puesto de relieve una presentación reciente del BCE, se sitúa muy cerca del 50%, lejos del 35% de EEUU. Esto significa, ni más ni menos, que Europa es la región más vulnerable a un incremento de las hostilidades geopolíticas por su apertura hacia el exterior. Conviene tenerlo en cuenta a la hora de analizar las consecuencias de la guerra de Ucrania, que van mucho más allá que un mero conflicto regional.
Europa no existe al sur del Mediterráneo, salvo para recoger cadáveres de sus aguas, impedir migraciones y provocar la catástrofe libia.
Frente a esta realidad, existe otra incuestionable. Y, desde luego, preocupante. La proyección política y económica de Europa hacia el exterior se ha ido achicando de forma palmaria. En Latinoamérica, con gobiernos dubitativos sobre su posición respecto de Rusia a causa de cuestiones de política interna, Europa está sucumbiendo respecto de EEUU y, sobre todo, frente a China, que ha pasado de representar el 5,5% de la inversión extranjera directa en la región en el año 2000 a un 11% dos décadas después, mientras que, en paralelo, ya es el primer inversor del subcontinente americano en fusiones y adquisiciones. Al mismo tiempo, algunos estudios han calculado que desde el año 2001 China ha prestado alrededor de 126.000 millones de dólares a países africanos e invertido en la región de forma directa unos 41.000 millones.
La participación de Europa, por el contrario, en coherencia con su alejamiento político de la región, no ha dejado de caer. Al igual que sucede en el norte de África, donde se puede decir que su estrategia es irrelevante. Europa, políticamente, no existe en la orilla sur del Mediterráneo, salvo para recoger cadáveres de sus aguas, impedir movimientos migratorios y provocar la catástrofe libia. Cuando se le pidió ayuda en los tiempos del covid, incluso, la postura cicatera de Europa a la hora de repartir vacunas entre las naciones más pobres del planeta —liberando patentes— no ayudó en nada,
La inutilidad de las sanciones
No son mejores las noticias procedentes de Asia. La influencia geopolítica de Europa en la región es nula, a excepción de los lazos comerciales y económicos, construidos, como decía hace unos días en Madrid Josep Borrell, a partir de un gas barato procedente de Rusia que ahora es caro y, en el futuro, si se cumplen las sanciones, será inexistente.
No es ocioso preguntarse por qué Europa tiene tan pocos amigos en el Sur global para defender algo tan legítimo como es ayudar a Ucrania
A la vista de esta realidad, no puede sorprender que Rusia encuentre aliados en amplias zonas del planeta, unos más beligerantes y otros menos, pero aliados al fin y al cabo, lo que explica, en buena medida, que la política de sanciones esté haciendo agua. Entre otras cosas, porque sus socios pueden comprar materias primas con enormes descuentos del 30% o el 40%.
No es ocioso, por ello, preguntarse por qué Europa tiene tan pocos amigos en el Sur global para enfrentarse a un caso tan legítimo como es ayudar a Ucrania, lo que sin duda hay que relacionar con razones históricas vinculadas al poscolonialismo, y que se han manifestado con total crueldad en la lucha contra el cambio climático. Después de más de dos siglos contaminando de forma desaforada, Europa carece de credibilidad para convencer a Indonesia, Brasil y muchos países africanos de la necesidad de reducir las emisiones. Algunas encuestas de la propia UE ya han advertido que en muchos países se ve la lucha contra el cambio climático como una preocupación de las élites europeas, cuando ellas son, precisamente, quienes más han contribuido al calentamiento global.
Es curioso, sin embargo, la pasividad de Europa en política exterior, más allá de firmar más de 130 acuerdos comerciales, cuya dimensión es esencialmente económica, pero no política. Algo que ha sabido ver Putin, que en sus últimos discursos ha querido agitar las aguas del colonialismo y de los agravios históricos (y son innumerables) en busca de nuevos aliados. O socios, como se prefiera, para vender sus materias primas a la vista de que durante mucho tiempo será un apestado en Europa. Unos aliados, por cierto, que se encuentran en mercados de rápido crecimiento y poseedores de minerales críticos necesarios para producir energía limpia.
Mirarse el ombligo
Europa, mientras tanto, se sigue mirando el ombligo, Es verdad que la invasión ha reforzado la integración en la región, y esa es una buena noticia, pero probablemente a costa de desatender su zona de influencia en un mundo muy competitivo que no atiende solo a razones legales vinculadas al derecho internacional, sino a la supervivencia física de la población.
Al cuerno de África o a amplias zonas de Latinoamérica lo último que les preocupa es dónde está el Donbás y quién lo controla
Al cuerno de África o amplias zonas de Latinoamérica —cuyos habitantes ven cómo EEUU cierra sus fronteras a cal y canto de forma inhumana— lo último que les preocupa es dónde está el Donbás y quién lo controla. Para muchos regímenes autoritarios de los países pobres con altos niveles de corrupción, incluso, hacer tratos con Putin refuerza su visión de la democracia. Cómo no van a negociar con Putin si su sistema de valores es parecido. Lo que saben es que la escalada de los tipos de interés —por la facilidad que tiene la Reserva Federal para mirar hacia otro lado cuando aparecen burbujas— y la consiguiente apreciación del dólar, en particular, en Latinoamérica, es una tragedia económica para la región.
A lo mejor habría que empezar a pensar en ello con políticas de largo plazo. El mundo se le está haciendo ancho y ajeno al viejo continente. Oliver Cromwell ya lo advirtió: todo el que se lanza a una guerra piensa que Dios está de su parte, pero a veces no es así.