- La sociedad debe hacerse esa pregunta ante la oscuridad que propone y proyecta un pequeño caudillo como Sánchez
Hay que ser de una pasta especial, resistente a todo, incluso al sentido del pudor y desde luego la virtud ética, para dedicarle la tarde del juicio al fiscal general del Estado, tras una semana pringando de Leires y Koldos entre otras obscenidades, a hablar de música en la «radio pública».
Que un presidente cercado por escándalos que unidos componen una fosa séptica y por separado merece cada uno de ellos su dimisión, en minoría en el Congreso e instalado por todo ello junto en un fraude político sin precedentes se permita, en lugar de dar cuentas con urgencia, ordenarle al solícito José Pablo López que le abra Radio 3 para hablar de Rosalía, da cuenta de la fibra moral del personaje y también de sus planes.
También de un cierto despiste algo divertido: pensar que los jóvenes escuchan Radio 3 y que Radio 3 es la emisora musical de Julio Ruiz o Manolo Fernández y no el alegato endémico de Irene Montero o que disfrazándose de moderno va a parecérselo a los chavales destapa el pobre bagaje personal del político, su distancia de la calle y la incompetencia de esa constelación de asesores y de pelotas que costea el mismo erario que luego no tiene dinero para ponerle unas muletas a una pensionista accidentada.
Es la ausencia de escrúpulos la principal herramienta de Sánchez, esa capacidad de huir de sus responsabilidades, de mentir con descaro ante hechos irrefutables, de transformar sus escándalos propios en persecuciones ajenas, de sustituir la rendición de cuentas por la exigencia de explicaciones al resto y de fantasear con que una voluntad férrea de supervivencia en el lado oscuro es suficiente para doblegar al Estado de derecho y adaptarlo a sus siniestras necesidades.
Una sociedad normal no tiene respuestas fáciles para el matón del colegio, el que entra al aula a bofetadas e impone unas reglas ajenas a las convencionales: la clase tarda en reaccionar, no encuentra la réplica urgente al exceso y vive un tiempo sometida a ese macarra que bien mirado no tiene medio guantazo, pero sabe usarlo y repetirlo entre alumnos educados y profesores perplejos.
Nunca son eternos y, generalmente, el daño provocado acaba guardando proporción con el castigo recibido, pero en el viaje extienden el sufrimiento y provocan estragos desconocidos hasta entonces.
A Sánchez le ocurre eso: no gana las elecciones y gobierna; no tiene votos y los compra con impúdicos cambalaches; no logra aprobar Presupuestos y tira con los de otra legislatura; no controla al Poder Judicial y lo asalta; no controla el Poder Legislativo y lo ignora; no tiene ascendencia en la calle y recrea en TVE un parque temático de fervor popular y no ofrece una justificación decente de nada, sea una catástrofe o un escándalo, pero pide cuentas a todo el mundo.
El mundo, en general, vive tiempos difíciles para la democracia, en desuso en buena parte del planeta: no está de moda el sistema que Platón ya decía imperfecto al lado del «Gobierno de los mejores», un ideal irrebatible de no ser por la dificultad para encontrar una fórmula razonable para decidir quiénes son esos elegidos irrefutables.
Y dentro de esa regresión, España es un caso especialmente grave: al sombrío panorama global le añade la presión intolerable de un autócrata que actúa sin remilgos para salvarse de las consecuencias públicas, políticas y quizá hasta penales de sus comportamientos.
Una mala persona que prefiere arrastrar el legado de la Transición y volver a la lucha de bloques, que excava trincheras y destruye puentes, que conculca los principios más elementales de la convivencia y las normas que la protegen y que antepone su subsistencia y la de su clan a la de su propio país.
Si Sánchez es una excepción lamentable en la política española y europea civilizada desde hace casi medio siglo, la respuesta también debe serlo. Y comienza por hacerse una simple pregunta, íntima y personal, ajena al ruido atmosférico y sincera con uno mismo: ¿Soy o no un demócrata? Lo de ser de izquierdas o de derechas es, ahora mismo, totalmente irrelevante al lado de lo que encarna este caudillo. Apoyar a Sánchez es incompatible, en fin, con decirse demócrata.