Ignacio Varela-El Confidencial
Ayer se puso de manifiesto que el procés ha convertido la política catalana en un campo de tierra quemada en el que, hoy por hoy, no es posible un debate civilizado y comprensible
Extraño debate este en el que los cinco actores principales de la politica catalana durante los últimos años (Mas, Puigdemont, Junqueras, Forcadell y Colau) estuvieron ausentes. En gran medida fue, en el campo soberanista, el debate de los suplentes.
Ayer se puso de manifiesto que el procés ha convertido la política catalana en un campo de tierra quemada en el que, hoy por hoy, no es posible un debate civilizado y comprensible; ni siquiera un combate que responda a reglas reconocidas. Me temo que pasará mucho tiempo hasta que en Cataluña se reconstruya un espacio de discusión política en el que los argumentos recuperen algún valor y las palabras sean algo más que pedradas.
Lo más probable es que usted, querido lector, no empleara la noche de este jueves en tragarse el debate. Le alabo el gusto. Pero si siente curiosidad por su contenido, le recomiendo que haga como con las malas novelas policíacas: lea el capítulo final y prescinda de todo lo demás. Sólo en su alocución final del llamado “minuto de oro” los candidatos, con textos obviamente medidos y memorizados, pusieron las cartas boca arriba y ofrecieron algo parecido a una razón de voto acorde con el planteamiento estratégico de sus respectivas campañas.
En ese minuto final, los dos partidos favoritos, ERC y Ciudadanos, llamaron abiertamente al voto útil. El candidato Torrent de ERC, suplente de la suplente, admitió implícitamente que su cantada victoria está en peligro: “somos la única garantía de que no gane Ciudadanos”, un SOS al público independentista de quienes creían tener el partido ganado sin bajarse del autobús y ahora miran al marcador con aprensión creciente. Arrimadas activó el mismo registro: “Ahora lo tenemos a nuestro alcance”.
Turull, que se pasó la noche exhibiendo su traje de expresidiario, redujo la elección a una dicotomía simple: “o se vota a Puigdemont o se vota a Rajoy”.
Miquel Iceta, inexplicablemente oscurecido durante todo el debate, resucitó al final con un bien armado discurso de tono presidencial y una llamada a la participación de su perezoso electorado. Y dio una clave: “no pactar, ni hacer presidente, ni formar parte de un gobierno con independentistas”.
Doménech (en realidad, otro suplente), quiso jugar elípticamente con su anunciada posición de bisagra necesaria: “tenemos la llave”, repitió varias veces en ese minuto final.
García Albiol, que anoche sustituyó a la legendaria niña de Rajoy por la prima de Puigdemont, desperdició lamentablemente el minuto final como el debate entero. Apenas le dio para refugiarse en las faldas de Rajoy, lanzar un dardo encriptado a los socialistas (“sabemos manejar herencias envenenadas”) y farfullar una confusa llamada a la participación. Está claro que el PP sigue sin encontrar el antídoto que lo proteja de la incontenible invasión de C’s en su territorio.
El inédito candidato de la CUP demostró ser el candidato independentista con la ideas más claras y el mensaje más nítido. El único que enarboló sin complejos la bandera rupturista del procés. Reivindicó la vigencia de las leyes de desconexión (ni el candidato de Puigdemont ni el de ERC las mencionaron), la DUI y la república catalana. Llamó repetidamente a la desobediencia, defendió la unilateralidad y negó cualquier posibilidad de diálogar con el Estado “posfranquista” o de avanzar en el marco estatutario. Lo acompañó con el apunte de un programa de gobierno coherentemente comunista.
Todo lo demás fue pura confusión y desorden. Cacofonía inconexa de acusaciones cruzadas en la que los mismos vocablos significaban cosas completamente distintas dependiendo de quién las utilizara –más bien, de quién las arrojara. Incomunicación completa: la palabra más repetida de la noche fue “mentira”. El anárquico formato del debate, la rígida torpeza del moderador y la falta de habilidad de los candidatos para administrar el tiempo de sus intervenciones contribuyeron al caos.
Desde el punto de vista táctico, creo que los dos que mejor entendieron lo que debían hacer fueron Inés Arrimadas y Carles Riera, de la CUP. Ella, que venía lanzada por las encuestas y por su victoria contundente ante Rovira, no cometió ningún error, aprovechó con inteligencia el hecho de ser la única mujer entre siete hombres y dejó dos o tres golpes secos, efectivos entre tanta verborrea. Curiosamente, no eligió para ello a los candidatos independentistas, sino a Doménech, que pichoneó y se lo puso en bandeja en un par de ocasiones:
Se le ocurrió al candidato de Colau reprochar a Ciudadanos su apoyo a gobiernos corruptos y encontró la réplica fulminante de Arrimadas: “Ya sabemos que a ustedes les importa menos cuando se roba en catalán que cuando se roba en castellano”.
Peor fue cuando Doménech quiso ejercer de equidistante asegurando que sus votos no se investirá a Puigdemont. Inés detectó el hueco y lo persiguió durante todo el debate exigiéndole que aclarara si pensaba hacer presidente a Junqueras. Como todo indica que eso es lo que se propone hacer, Doménech huía y ella lo acosaba: “No me ha respondido”. Un recurso clásico, pero siempre efectivo cuando sabes que has mordido carne.
El candidato de la CUP, con tono y apariencia formalmente serenos, supo conectar con el decaído espíritu épico de las jornadas gloriosas del octubre rojo catalán, contrastando con el confuso discurso vergonzante de sus exsocios, que sólo supieron ofrecer como programa de gobierno la promesa de acabar con el 155 y liberar a los políticos presos –lo que, como todo el mundo sabe, no está en sus manos.
Por lo demás, independentistas y constitucionalistas aplicaron la misma plantilla táctica: empaquetar a los del bloque opuesto para atacarlos como un todo e ignorar olímpicamente a los del bloque propio. En tierra de nadie quedó Doménech, lo que no le libró recibir leña por ambos costados.
En esta campaña a los nacionalistas no sólo les falta el combustible emocional del que hablaba ayer Pablo Pombo. Además, tienen un problema serio de liderazgo de campaña (especialmente ERC, que por distintas razones tiene anulados a sus tres principales portavoces, Junqueras, Forcadell y Rovira); siguen sin situar el objeto de una votación que ya no es sobre la independencia ni la autodeterminación; se les nota la incomodidad que les produce pedir el voto en unas elecciones a las que ellos mismos califican de ilegítimas; y carecen por completo de una propuesta reconocible de gobierno.
Quedan otros dos debates, pero no esperen nada mucho mejor. Por desgracia, en Cataluña el ruido ya no dejará escuchar nada durante una larga temporada.