Víctor Lenore-Vozpópuli

Bajo la falsa apariencia de polarización, se consolida el distanciamiento entre el pueblo y la política

Las sesiones de control al gobierno son un síntoma de las carencias que hunden a nuestro sistema zombi. Hasta Carlos E. Cué, monaguillo mediático de Pedro Sánchez, se avergüenza en TVE1 de esta coreografía hueca en la que el presidente del gobierno y el de la oposición intercalan monólogos precongelados sin escucharse el uno al otro y sin cumplir las obligaciones de su cargo para con los españoles. Luego el sistema hiperventilará cuando lean que los jóvenes prefieren una dictadura eficiente antes que una partitocracia disfuncional. ¿Qué esperaban cuando la situación les condena, a ellos y a muchos mayores, al alquiler precario, la exclusión laboral y la imposibilidad de fundar o mantener a una familia? Solamente aspiran a algo que en la España de los años setenta y ochenta se daba por alcanzado. Mejor olvidemos Twitter y a los mercenarios de la tertulia: se aprende más bajando a cualquier bar de barrio para comprobar la intensa carbonización que provoca nuestra impotente clase política.

En realidad, ni siquiera hace falta irse de tabernas. Basta con consultar los periódicos y comprobar los índices de asistencia a las manifestaciones que convocan. El pasado domingo se celebró una en la madrileña plaza de Callao: menos de mil personas acudieron «en defensa de la Unión Europea y de la democracia», tras una intensa campaña de Prisa con apoyo de gurús como Javier Cercas (“Nuestra Patria es Europa”), Soledad Gallego-Díaz (“A la calle, europeos”) y la sección de Opinión de El País (“Por Europa, pese a todo”). Menos de mil personas y una media de edad que debía de rondar los 67 años, con cuatro jovencitas de atrezzo para disimular, ondenado la bandera de la burocracia de Bruselas. Miguel Ríos, icono del felipismo, entonó “El himno a la alegría”, que hace años que en su voz no suena ni medio alegre, sino a sintonía solemne de No-Do del PSOE.  Otra imagen de un sistema catatónico.

La intervención más deprimente, más que las de Elvira Lindo y Pepe Álvarez –que ya es mérito–, fue la del periodista Juan Fernández Miranda, que recordó que el 72% de los proyectos legislativos aprobados por el Congreso español el año pasado vienen orientados y dirigidos desde Bruselas. “Europa no está lejos, somos nosotros. Tenemos que mantener Europa como la referencia moral de la Humanidad. Hace falta más Europa, más proyecto común frente a las amenazas”. ¿Cómo va a seducir una Europa que secuestra la soberanía nacional española? Todos o casi todos jugaron con la confusión de Europa con la Unión Europea, ya sabemos que el progresismo considera más legítimos a los ilegales que invaden Canarias, traídos por las mafias de la invasión multicultural, que a las decenas de millones de europeos que votan a partidos socialpatriotas, hoy perseguidos y en algún caso bajo amenaza de ilegalización. Por supuesto, frente a las decenas de banderas de la Unión, apenas dos rojigualdas de señores despistados. España sobra.

Muermo político

Tampoco triunfó el sábado la manifestación de la derecha en Colón, con una asistencia a medio gas, a pesar de ser más ambiciosa que la progresista. Cundió la la misma sensación de gatillazo que la de hace seis meses en Plaza de Castilla. Se repitieron los comentarios de que gran parte de los asistentes parecían acudir como simples paseantes que curiosean antes de tomar el vermú en alguna taberna chic del barrio de Salamanca. La oposición está entrando en una fase de muermo, algo que reconoce hasta Alberto Nuñez Feijóo, que explicó el martes que el próximo congreso del Partido Popular tiene como objetivo “activar al partido” frente a las próximas elecciones y articular «una alternativa de gobierno sólida». El presidente Sánchez olió la sangre y se lanzó en el Congreso: “¿Pero no tenía usted ya un proyecto sólido en las pasadas elecciones?” Hasta ahora, el Partido Popular no ha ofrecido más que antisanchismo y Feijóo hace bien en pedir a los suyos que afilen las mejores propuestas para el combate. Aunque eso debería estar resuelto hace dos años.

Ayuso tiene el reto de convencer a los españoles de que el PP no es el PSOE azul y Abascal necesita persuadir a los mayores de 24 de que el Régimen del 78 pudo estar bien para el siglo XX pero no tiene ningún sentido para el XXI

Sentados ante este erial, y dejando al lado nuestras inclinaciones, ahora mismo solo existen dos líderes con verdadero tirón popular. Uno de ellos es Isabel Díaz–Ayuso, con un carisma galáctico y un devastador apoyo mediático que parecen hacerla indestructible en todos los estratos sociales de la Comunidad de Madrid. La gran pregunta es si ese gancho político funcionará también para el resto de España, algo que unos defienden y otros ponen en duda. La única forma de comprobarlo sería hacer la prueba, lo que significaría apartar a Feijóo y probar suerte. El otro líder con potencia es Santiago Abascal, que cuenta con el enorme respaldo de los líderes europeos que le escogieron para dirigir Patriots y el de los millones de jóvenes españoles que le quieren como presidente (además de Trump, Milei y otras derechas vencedoras). Si nos guiamos por los datos del CIS, hoy más del 60% por ciento de España sería de color verde si solo votara la horquilla entre 18 y 24 años. Feijóo puede ganar, pero ya no entusiasmar a España –salvo milagro en el congreso del PP–, ya que es un político demasiado cauto y calculador para un momento de crisis radical como el que vivimos. Ayuso tiene el reto de convencer a los españoles de que el PP no es el PSOE azul y Abascal necesita persuadir a los mayores de 24 de que el Régimen del 78 pudo estar bien para el siglo XX, pero no tiene ningún sentido para el XXI. Cuando se logre una de estas dos cosas, quizá las dos a la vez, España estará lista para librarse del partido de Ferraz.