Eduardo Uriarte-Editores
El resultado de las elecciones catalanas no es endiablado, disculpen los amigos que lo han considerado así. Lo que es endiablada es la política, o más bien la antipolítica que Inaugurara Sánchez con su criterio frentista e iliberal desde el primer momento que apareció en escena, destruyendo las formas, forzando las instituciones, colonizando otras, creando enemigos, y provocando una agresividad, radicalidad, y sectarismo no conocido en los partidos parlamentarios hasta su llegada.
Por ejemplo, en Euskadi, donde las formas aún las guarda el viejo PNV desde su trono en Vizcaya, y un tan viejo PSOE local atado a la relación política con éste desde tiempos del franquismo, lo endiablado ante lo complejo del resultado electoral no tiene las consecuencias que se dan en Cataluña porque todavía en esos partidos vascos la política mantiene sus rescoldos. Se mantiene en mínimos, pero se mantiene, solucionando la complejidad electoral. En Cataluña la ruptura con la política, la supeditación al romanticismo nacionalista y el rupturismo sanchista, complican las soluciones.
En Cataluña el problema es endiablado porque los aliados nacionalistas de Sánchez en Madrid tienen que defender en su territorio las esencias de la ruptura, es decir, tienen que mantener la antorcha de la autodeterminación y el muro que ellos dispusieron ante el españolismo, mucho antes que Sánchez lo inventara frente a sus demagógicamente fabricados enemigos, la derecha y la ultraderecha y la de más allá si hace falta inventarla, la fachosfera por ejemplo. Cuando alguien va a romper el demos, como los secesionistas, no está por la política, es el caso de los independentistas, va a por la ruptura, y Sánchez, a su vez, con su rechazo a la necesaria y leal oposición, está por lo mismo, guerracivilismo y memorias mediante. Lo que hace endiablado el resultado catalán es que allí se juntan demasiados antipolíticos, espejo de la política sanchista en Madrid, y se convierte todo en un juego de tahúres cuyo gran maestre es Sánchez.
Sánchez se cargó el normal funcionamiento político. Lo que nos queda de democracia, sistema basado en la política liberal, es una caricatura de ella, basándose en la actualidad exclusivamente en las elecciones y poco más. Sánchez se cargó la base material de la política convirtiendo a la oposición que había colaborado con su propio partido, hoy reconvertido por él, y el PCE, para traer la democracia, en intratables enemigos a los que sólo pide ayuda cuando quiere sacar un proyecto en el que son necesarios, y si no la encuentra tras su maltrato, retuerce la legalidad hasta sacar su propuesta adelante rompiendo el marco jurídico.
Esta desaforada distancia con la oposición constitucional, y esa descarado alianza con las formaciones anticonstitucionales para mantenerse en Madrid, se revuelve perversamente contra él cuando entra en el terreno de sus aliados y ahí descubre la aberración que constituye los muros para la convivencia. En Cataluña no habrá seria negociación hasta después de las europeas, y ésta a cara de perro, poniendo incluso en riesgo la estabilidad de la nación. Esa es la gran aportación de nuestro presidente, similar a la inestabilidad, salvando la distancia histórica, que nos dejara Fernando VII.
Situación compleja a la espera de otras elecciones, las europeas, en un país sin presupuestos generales por inconstitucional capricho de Sánchez, y una traumática ley de amnistía inconstitucional, con el rechazo del Senado y la Judicatura, cual una bomba para el futuro político de España. Esto se parece cada vez más al final de la II República, o la herencia envenenada, antes citada, que nos dejara el rey felón.
Y hablando de felonías, la semana acaba con la infamia vertida por Sánchez contra el PP y Vox relacionándolos con la violencia tras el atentado al presidente eslovaco. No es fango, es estiércol.