José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- El separatismo siempre quiere rebobinar, volver atrás, intensificar el voltaje del victimismo, presentar al enemigo exterior como recalcitrante
¿Qué oposición debe hacer el PP y lo que queda de Ciudadanos? Una que sea claramente institucional, porque lo que los posibles indultos y, en general, las políticas de Pedro Sánchez han puesto en jaque son las instituciones al servicio de unos intereses que muchos ciudadanos perciben como de parte, pero no como los del Estado y de la sociedad española. El PP no debería contribuir a la desinstitucionalización galopante que estamos viviendo con una acción política contra el Gobierno debilitando esas instancias y desplazando el centro de gravedad de la impugnación al Ejecutivo a la calle o una especie de leva de firmas de ciudadanos contra los propósitos gubernamentales.
El PP ya ensayó estos recursos opositores tanto en las legislaturas de los gobiernos de Rodríguez Zapatero como, luego, en la inicial de Pedro Sánchez. El paradigma democrático no contraindica de manera absoluta la libre expresión de la crítica en la calle o la recolección de firmas de ciudadanos que se suman a la oposición a las decisiones del Ejecutivo. Pero aconseja que la democracia representativa mantenga su carácter intermediador en las instituciones representativas —Congreso y Senado, parlamentos autonómicos— evitando primar esa suerte de democracia de aclamación tan cara a los populismos iliberales de distinto signo. De lo que se trata es no solo de no repetir lo que fue un error —la llamada ‘foto de Colón’—, sino de emplear modelos de oposición que sean coherentes con un discurso institucional.
Es indiciario de la inconveniencia de las mesas de firmas y de las convocatorias populares que las propugnen en algunos medios los relatores de la radicalidad permanente con argumentos ya tan revenidos como ese de “Casado y la derecha cobarde”. Los partidos políticos expresan el pluralismo político y son los vehículos de la participación política —artículo 6 de la Constitución—, y el Congreso y el Senado son las sedes representativas de la soberanía popular. Y si de lo que se trata es de fortalecer las instituciones, resulta contradictorio marginarlas en la oposición al Gobierno al que se acusa, precisamente, de sortearlas. El hecho de que la agrupación Unión 78, integrada por personalidades de acreditada solvencia y respetabilidad, sea la convocante de la concentración del día 13 en la plaza de Colón sirve para expresar la movilización de la sociedad civil, pero los partidos con representación parlamentaria deben mantener su propia ‘hoja de ruta’.
El PP podría estar siendo víctima ansiosa de una probabilidad que se asume como certeza. Es probable —así lo indican las encuestas— que el Gobierno de coalición y su presidente estén en las horas más bajas de aceptación, incluso para su propio electorado. Pero muchas veces en la política los episodios de depresión se logran superar más por errores ajenos que por aciertos propios. De ahí que se afirme, con razón, que la oposición nunca gana las elecciones, sino que las pierde el Gobierno. En esa tesitura podría estar España. Un error del PP en esta coyuntura sería decisivo. Más que acertar, Casado tendría que aspirar a no equivocarse. ¿Cómo? Ofertando a la opinión pública la madurez de un partido que se opone firmemente al Gobierno en un asunto tan trascendental como el de Cataluña, pero que lo hace donde debe: en las instancias de representación y, eventualmente, ante los tribunales de Justicia.
El separatismo siempre quiere volver atrás, intensificar el victimismo, presentar al enemigo exterior como recalcitrante
Por lo demás, que el PP acuda con al máximo nivel de representación al mismo escenario de febrero de 2019 es reiterar una actitud opositora que no rindió réditos y benefició a aquellas formaciones —en este caso Vox— que se sienten cómodas en ese ‘modus operandi’ desregulado, pasional y febril de las concentraciones en que los discursos y las consignas cursan con una cierta ebriedad emocional de la que luego algunos tienen que arrepentirse. Es posible y deseable mantener la firmeza con la mesura, utilizar el lenguaje adecuado, persistir con argumentaciones sólidas —políticas y jurídicas— que sean accesibles a la comprensión común y proyectar la certeza en valores que se echan en falta: rigor en la aplicación de la ley, defensa del Estado de derecho y de la Constitución, entendimiento de la política como un ámbito con límites normativos y éticos y propuestas alternativas que superen la escasez que siempre supone la simple negativa.
A veces, a los adversarios hay que darles lo que piden. Pero no siempre. Desde sectores independentistas —los que dicen serlo y los que lo ocultan, pero también lo son—, se recuerda tramposamente, pero con la apetencia de la reiteración, la recogida de firmas y las movilizaciones de 2006 contra el Estatuto que luego fue corregido a destiempo —después de cuatro años de debate y tras haber sido aprobado en referéndum— por el Tribunal Constitucional. El separatismo siempre quiere rebobinar, volver atrás, intensificar el voltaje del victimismo, presentar al enemigo exterior como recalcitrante. Colón y la recogida de firmas son un ‘flashback’ que el PP no debería regalar ni a Pedro Sánchez ni, sobre todo, al secesionismo, al que le azulea el rostro por falta de oxígeno. La política requiere de táctica y de estrategia, pero también de inteligencia emocional y sentido de la oportunidad.