No sabemos cómo nos llamamos, cómo se llama el país que habitamos, quiénes somos. Y la alternativa radica en el hilo conductor de la historia vasca: el pacto interno, el compromiso, la complejidad, la renuncia a la unilateralidad, y la colaboración hacia fuera, la integración en España. ¿Por qué cambiarlo por una homogeneidad inexistente, empobrecedora y divisiva?
Si seguimos el consejo de Walter Benjamin de que la verdad de cada cosa aparece en su propia exageración, en el esperpento es donde aparece la verdad de las cosas. En Euskadi siempre es posible superar la realidad y llegar al esperpento. Este año no se ha jugado el tradicional partido entre la selección vasca de fútbol y alguna selección internacional. Ha sido la primera vez en muchos años.
Los aficionados a este partido navideño de la selección vasca de fútbol se quedaron sin fútbol. Pero lo peor es que se quedaron sin nombre. Porque la razón de que no hubiera fútbol es que no hay nombre para la selección vasca. El año pasado se cambió el nombre tradicional de selección de Euskadi por el de selección de Euskalherria. La federación vasca de fútbol, por presión del PNV, ha querido que volviera el nombre tradicional. Más de cien futbolistas firmaron una manifiesto en el que de- cían que o se volvía al nombre de Euskalherria, o ellos no jugaban.
No hay fútbol porque no hay nombre. Puro esperpento. Y en el esperpento, la exigencia por parte de unos y de otros de que la selección vasca sea oficial y pueda participar en eventos internacionales de carácter oficial. Eso sí: sin nombre. No sé si sin himno. En cualquier caso, con un himno que no tiene letra, porque el himno con su letra es el himno oficial del PNV. Más esperpento.
Algunos piensan que es mera cuestión de nombres, y que de nombres mejor es no discutir. Pero parece que uno de los promotores del manifiesto declaró el año pasado que lo importante no era el nombre, que este año ha adquirido tanto protagonismo, sino conseguir la oficialidad de la selección. De una selección que se forma de jugadores de la comunidad autónoma vasca, más jugadores de la comunidad foral navarra, más jugadores ciudadanos franceses pero nacidos en el País Vascofrancés. Con el nombre de selección de Euskadi, el equipo se conformaba con jugadores de todas esas procedencias, sin reparar en que la oficialidad algo parece que tiene que ver con las estructuras político-
administrativas del mundo de hoy, y que esa composición hace difícil precisamente esa oficialidad.
Pero quizá el problema fundamental es que este debate en torno a la selección vasca de fútbol pone el dedo en la llaga, en una llaga muy seria: no sabemos cómo nos llamamos, no sabemos cuál es el nombre del país que habitamos, no sabemos cuál es el nombre de la sociedad vasca, no sabemos quiénes somos los que, al parecer, contamos con el derecho a la autodeterminación pero no somos capaces de poner nombre al autos que se determina a sí mismo.
Si Sabino Arana, en su día, se sintió obligado a inventar un nuevo nombre, Euskadi, se debía a que el nombre tradicional, Euskalherria tenía solo una connotación histórica y cultural. Siendo el interés de Arana sobre todo político, decidió dar un nombre nuevo a lo que iba a ser realmente nuevo: Euskadi. El nombre debía ser nuevo, porque la realidad también iba a serlo, aunque Arana argumentara que la historia demostraba que siempre había sido así, aunque sin el nombre adecuado.
Lo cierto es que, pese a los mitos históricos de Arana, nunca había existido una unidad política vasca, como la falta de nombre pone de manifiesto. Lo cierto es que Euskadi, la sociedad vasca, el pueblo vasco, solo han existido, a lo largo de la historia, dos veces como unidad política: con el Estatuto del 36 negociado entre Aguirre y Prieto, y a partir del 79, con el Estatuto de Gernika, en ambas ocasiones integrado en el Estado español.
Fuera de esas dos ocasiones, ha existido una Euskalherria cultural que no ha abarcado el conjunto de los territorios que hoy se denominan vascos, las siete provincias. Fuera de esas dos ocasiones, ha existido lo que los cantores populares denominaban los pueblos vascos, euskal herriak. Fuera de esas dos ocasiones, cada territorio escogía el camino político que mejor consideraba, sin que los caminos tuvieran que coincidir, cada territorio tomaba las decisiones políticas que consideraba oportunas, sin que dichas decisiones tuvieran que coincidir. Hasta esos dos momentos existían Bizkaia, Gipuzkoa y Álava. Y, por supuesto, Navarra por su lado. Y el país vascofrancés integrado desde la revolución francesa en Francia –o antes: desde que Enrique III de Navarra, el primer Bor- bón llegado a rey, se convirtiera en Enrique IV de Francia.
El esperpento de una selección de fútbol sin nombre es el reconocimiento involuntario de que, fuera del Estatuto, la sociedad vasca deja de existir políticamente y se descompone en sus partes. El esperpento de la incapacidad de ponerse de acuerdo en cómo llamar a la selección vasca de fútbol pone de manifiesto que el nacionalismo vasco llevado al extremo no solo rompe la sociedad vasca, sino que la descompone territorialmente.
Y la alternativa radica radica en lo que constituye el hilo conductor de la historia vasca: el pacto interno, el compromiso, la complejidad, la renuncia a la unilateralidad en todo, y, por ello, la participación y la colaboración hacia fuera, es decir, la integración en el Estado, en España. Todo ello es positivo. ¿Por qué cambiarlo por una homogeneidad inexistente, empobrecedora y divisiva? La respuesta no vendrá del fútbol.
Joseba Arregi, EL PERIÓDICO DE CATALUÑA, 2/1/2009