Ignacio Varela-El Confidencial

  • Ni aquí hay goleada de Feijóo ni Sánchez está en condiciones de pavonearse exhibiendo la cabeza cortada de su rival por el hecho de haberle recortado en un par de puntos la espumosa ventaja del verano 

La saturación de encuestas electorales en el mercado mediático hace que se tienda a sobredimensionar las diferencias entre las estimaciones de unas y otras, y a agigantar el significado político de cambios en las cifras que, frecuentemente, son de menor entidad, están dentro del margen estadístico de error que tiene toda encuesta y pueden explicarse sin dificultad por razones técnicas o metodológicas. A esta sobreinterpretación de los datos contribuyen tanto la pulsión periodística del medio por dar tratamiento de gran noticia a cada encuesta que se publica como el oportunismo de los partidos, que no pierden ocasión de jalear ligeras subidas propias o pequeñas bajadas del adversario como espectaculares vuelcos de tendencia, siempre que sean favorables a sus intereses.

También es frecuente atribuir efectos sísmicos en las preferencias electorales de los ciudadanos a hechos puntuales o noticias que apenas duran dos días en los titulares y otros dos en las columnas y en las tertulias. En algunos análisis de ocasión, parecería que los ciudadanos dedican varias horas a la lectura de los periódicos, evalúan cada palabra que pronuncian los políticos, interpretan sus movimientos estratégicos como si fueran profesionales de la cosa y pasan el día calibrando a quién darán su voto en las próximas elecciones, esas para las que falta más de un año. Así están perfectamente preparados para tener su respuesta bien meditada cuando reciban la llamada del encuestador de turno. 

Confieso que, cuando se realiza para un medio una investigación continua como el Observatorio Electoral de IMOP para El Confidencial, cuando los datos de una oleada se parecen mucho a los de la anterior, se experimenta un doble sentimiento: tranquilidad técnica porque la estabilidad de los datos suele ser indicio de su solidez y, a la vez, una inevitable inquietud informativa: ¿dónde está la noticia?

En general, salvo en situaciones excepcionales que tienen en la opinión pública un efecto inmediatamente perceptible (y de esas hay muy pocas), recomiendo desconfiar de los titulares demoscópicos que abusan de términos como “vuelco”, “hundimiento”, “el voto de x se dispara” y otras de la misma familia cuando, en realidad, están mostrando variaciones de dos o tres puntos respecto a la encuesta anterior. Los analistas de los partidos, que son los que más saben, están acostumbrados —desde luego, mucho más que sus jefes— a convivir con oscilaciones en las encuestas sin entrar en una montaña rusa emocional; y, precisamente por ello, saben diagnosticar un giro en la tendencia cuando este realmente se produce. 

Durante varios meses, nuestro Observatorio mostró una situación próxima al empate entre los dos grandes partidos, PSOE y PP, compatible con una consistente apertura de la ventaja del bloque de la derecha sobre el de la izquierda.

Ciertamente, en el tramo final del curso político, sismógrafos registraron una sacudida en la intención de voto, claramente favorable al Partido Popular. Coincidieron tres circunstancias: la victoria espectacular del PP en Andalucía, que produjo un estado de euforia en sus bases sociales; la aparición de Alberto Núñez Feijóo como nuevo líder del PP, y, sobre todo, la eclosión de los peores efectos de la inflación de las economías domésticas. 

En el punto más alto de la crecida (julio de 2022), el PP alcanzó una estimación de voto del 33% y 137 escaños, con nueve puntos de ventaja sobre el partido de Sánchez. Muchos se apresuraron a dar la competición por resuelta y la piel del oso por vendida. Como siempre sucede en estos casos, era necesario dejar reposar los datos para evaluar cuánto había de espuma y cuánto de cerveza en ese vaso. 

Contemplemos ahora la evolución de las estimaciones de IMOP para los cuatro grandes partidos y para los dos bloques ideológicos (excluidos los nacionalistas) desde el 14 de septiembre, periodo en el que se han publicado cinco oleadas de nuestro estudio:

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No es difícil deducir, a la vista de esta serie de datos, que: 

a) Todos los partidos se han movido en una franja estrecha del voto. Entre el punto más alto y el más bajo, hay una variación de 1,5% para el PP, de 2,6% para el PSOE, de 1% para Vox y de 1,5% para Unidas Podemos. Esto puede considerarse como se quiera menos un terremoto electoral. 

b) El Partido Popular parece haberse instalado en la zona del 30%, que son 10 puntos más de lo que obtuvo en las elecciones de 2019. Además de mantener una extraordinaria fidelidad de sus votantes, actualmente está recibiendo 600.000 votos procedentes de Ciudadanos, 400.000 procedentes del PSOE y 265.000 de Vox. No está mal para quienes ya proclaman el inminente derrocamiento de Feijóo; lo que no oculta el hecho de que sus cifras muestran una tendencia suavemente declinante desde el apogeo veraniego.

c) El PSOE detectó a tiempo lo que más teme: la apertura de su frontera con el PP, en la que llegó a abrirse un boquete de trasvase de medio millón de votantes socialistas hacia el PP. Toda la campaña, extremadamente agresiva, de demolición del líder de la oposición a la que se han entregado enfervorizadamente Sánchez, sus legionarios y sus terminales mediáticas, está orientada a blindar esa frontera, levantando de nuevo una espesa alambrada que haga subjetivamente costoso el tránsito de uno a otro partido. A ello se le añadió el recurso arquetípicamente kirchnerista de abrir a todo pulmón la regadera de las subvenciones clientelares e importar el lenguaje populista de “los pobres contra los ricos”. 

Nadie dijo que extremar la polarización no pueda resultar eficaz a corto plazo. De momento, le ha servido para contener la caída demoscópica y recuperar aproximadamente dos puntos y medio en dos meses. Nada despreciable, pero nada definitivo. Los alaridos comanches de remontada que salen del centro de mando son, como mínimo, desproporcionados para la modestia de las cifras.

Mientras, sus imprescindibles socios podemitas se desangran lentamente, víctimas de sus propios errores, pero también de la invasión de su espacio político por parte del sanchismo, que les ha robado hasta el vocabulario, ocupando su campo semántico. No es de Yolanda Díaz de quien tiene que defender Iglesias su fortín partidario sometido a asedio, sino del mismísimo Sánchez. Ya se ha iniciado la batalla por encabezar una oposición de tierra quemada frente a un eventual Gobierno de Feijóo y Abascal. 

En todo caso, un poco de por favor. Ni aquí hay goleada de Feijóo (3,5 puntos son una distancia perfectamente salvable) ni Sánchez está en condiciones de pavonearse exhibiendo la cabeza cortada de su rival por el hecho de que haberle recortado en un par de puntos la espumosa ventaja del verano. 

Lo más importante, eso sí, es que Jack el Destripador ha descubierto que este PP se ha vuelto un partido blandito, que se desnorta y se aflige con facilidad cuando atruenan los tambores. Y, en esta política de navaja trapera y mosquetón, como dicen que decía Omar Torrijos, «al que se aflige, lo aflojan».