Lucía Méndez-El Mundo
La mente de los parlamentarios se había desgajado del cuerpo. El cuerpo estaba en el Hemiciclo asistiendo a la comparecencia de la vicepresidenta del Gobierno. La mente estaba en las elecciones generales, en la hipótesis de un acuerdo de última hora PSOE-Unidas Podemos. Sobre el Hemiciclo se ha instalado una densa nube que deja ver a lo lejos la posibilidad cada día más visible de una repetición electoral. Por eso los discursos se situaron directamente en el terreno de la campaña electoral. Pura y dura. Sin disimulos. Campaña continua y permanente ¿desde hace cuánto? Cada uno que ponga aquí la fecha que mejor le parezca.
Según el orden del día, la protagonista de la sesión era Carmen Calvo. Un dato engañoso porque la vicepresidenta pasó por la tribuna de forma discreta y sin hacer mucho ruido. La atención del Pleno se fijó en otras cosas. Dos portavoces –de PP y Cs– que se estrenaban, un portavoz socialista que se peleó a brazo partido con sus socios –quizá deberíamos prescindir de la palabra «preferente»–, una portavoz de Unidas Podemos que se quejó del desprecio socialista, un líder de Vox que desahogó todos los tópicos de las redes contra los inmigrantes… La reaparición de Albert Rivera, muy esperada por el público, no respondió a las expectativas despertadas por un mes de callada ausencia. Volvió al trabajo, pero en silencio. No quería restarle protagonismo a Inés Arrimadas en su estreno parlamentario.
La pregunta que todos se hacían ayer no estaba relacionada con la crisis migratoria, sino con qué va a ser de nosotros. Siendo nosotros los parlamentarios elegidos el pasado 28 de abril. ¿Habrá Gobierno? La respuesta podría estar en el viento, ya que quedan aún más de tres semanas para el 23 de septiembre. Pero si se escuchan las intervenciones, declaraciones, dúplex, canutazos y conversaciones de patio o de cafetería de los dirigentes socialistas, no caben muchas dudas. El PSOE se sincera, sin muchos disimulos. No quiere saber nada de Pablo Iglesias ni de Unidas Podemos. En tales circunstancias, según se dice en La Moncloa, un acuerdo de Pedro Sánchez con Pablo Iglesias vendría a ser como un matrimonio sin noviazgo. Rafael Simancas y Carmen Calvo se dirigieron ayer a los escaños de Unidas Podemos con cara de no querer casarse con ellos.
En el otro lado del Hemiciclo el sueño de la España Suma tampoco estaba muy animado para un hipotético enlace. Cayetana Álvarez de Toledo se estrenó como portavoz del Grupo Popular con ímpetu, fogosidad y gran nivel. Aprovechó el episodio del Open Arms para dejar en la tribuna los aires de la guerra cultural contra la izquierda, el buenismo, la colectivización de los inmigrantes o de las mujeres, la sensiblería hipócrita y la falta de respeto del Gobierno por los inmigrantes como individuos libres. No desaprovechó la oportunidad de regalar a los medios varios titulares de impacto sobre lo que PP y Ciudadanos han bautizado como «sanchismo».
Sorprendente resultó la crítica que hizo Santiago Abascal al discurso de la portavoz del PP: «Dictadura progre en versión cayetanista». Podría decirse que ambos, Álvarez de Toledo y Abascal, combaten las llamadas políticas de identidad de la izquierda. Pero mientras la portavoz lo hace con los libros de intelectuales como Peterson o Pinker, el líder de Vox agota todos los argumentos de Forocoches. Con buen tono, eso sí.
Inés Arrimadas se estrenaba como portavoz de Ciudadanos. Lo hizo con corrección, sin los rayos fulgurantes contra la inmigración de algunos de sus compañeros de partido. Por señalar, Marcos de Quinto, a quien le sonaron los oídos en el escaño. También ella coló los mensajes contra los nacionalistas e independentistas catalanes en un Pleno sobre la crisis migratoria de la UE.