En el Parlamento Vasco tuve una máxima que cumplí siempre que pude: ni miedo a quedarme solo ni negativa a sumarme a la mayoría por simple ánimo absurdo de rebeldía. Y en ocho años de experiencia parlamentaria, hubo temas para una cosa y para la contraria. Durante los inicios, fue más duro lo primero; con el paso de los años, acepté gustosamente lo segundo, sin que tal cosa me convirtiera porque sí en uno más del rebaño. Cuando me quedaba solo ante el peligro, apretaba los dientes y me agarraba a mis principios, en la confianza de que se valorara mi firme decisión de seguirlos siempre, lo cual ocurrió solo a medias (no seguirlos sino que tal hecho se valorara tanto como yo hubiese querido).
Cuando me sumaba a la mayoría, pensaba: “Es solo una pequeña tregua”. Aprendí a ser flexible en lo accesorio y firme en lo esencial, sabedor de que deben distinguirse las batallas que hay que enfrentar de aquellas que deben evitarse porque no merecen la pena. O porque a veces el consenso ayuda más que el disenso. Así que no soy sospechoso de aceptar sin más lo que diga la mayoría ni de no atreverme a quedarme solo. Lo que sí pretendo es alejarme de cualquier tipo de fanatismo.
En la España actual es difícil explicar una posición que no se encuentre ubicada en los extremos o, por mejor decir, que no traten de ubicarla en los extremos: “Comunismo o Libertad”, “Fascismo o Libertad” y cosas parecidas. Y es que el primer recurso para oponerse a la opinión de un adversario es ridiculizarla, manipularla o exagerarla: en el debate actual, salvo para los hooligans de cada correspondiente secta, casi nada es lo que parece. Los hooligans se lo creen todo. Si argumentas a favor de la reducción del consumo de carne, eres un totalitario que quiere perjudicar al sector cárnico; si la consumes, eres un negacionista del cambio climático. Si pretendes un sistema fiscal justo y progresivo, eres un comunista; si bajas los impuestos en el uso de tus competencias, eres de extrema derecha. Y así todo.
Una cosa es que Djokovic tenga derecho a no vacunarse… y otra que pueda saltarse las normas que todos los demás estamos obligados a cumplir y respetar
En relación a la pandemia de la covid-19 ocurre tres cuartos de lo mismo. Los extremos se tocan y se retroalimentan. Y achican espacio a las posiciones más razonables, medidas y sensatas, esas que abogan por la vacunación pero rechazan las medidas restrictivas innecesarias, la vulneración de nuestras garantías constitucionales y el terror pandémico inoculado en la ciudadanía. Esas que los extremos criticarán con uñas y dientes pero sin argumentos.
Si te opones a determinadas medidas restrictivas, eres un negacionista o un irresponsable, aunque las cumplas; si tratas de cuidar razonablemente tu salud y la de los tuyos, formas parte del rebaño y te conviertes en una víctima voluntaria de George Soros y Bill Gates. Una cosa es que Djokovic tenga derecho a no vacunarse… y otra que pueda saltarse las normas que todos los demás estamos obligados a cumplir y respetar. Claro que tampoco es el principal responsable de la pandemia, como algunos son capaces de llegar a decir. Y cuanta más razón vean en tus argumentos, más tratarán de manipularlos y ubicarte en uno de los polos, no vaya a ser que los convenzas o los dejes en evidencia.
Sí creo que hemos pasado lo peor y que continuar comparando los contagios actuales con los de las primeras olas, cuando no había vacuna, es una irresponsabilidad manifiesta
Hemos sufrido una pandemia mundial de enormes proporciones que ha provocado millones de muertos en todo el mundo y, en España, decenas de miles (unos 90.000). Es seguro que las cifras oficiales no son exactas, pero ni creo que se hayan inflado deliberadamente para exagerar el alcance de la pandemia ni que sean muchas más de las que se dice, al objeto de disimular la mala gestión de nuestro gobierno.
Sí creo que hemos pasado lo peor y que continuar comparando los contagios actuales con los de las primeras olas, cuando no había vacuna, es una irresponsabilidad manifiesta, dado que el grado de hospitalización y letalidad es mucho más bajo ahora que antes. Lógicamente, tenemos que tratar de que los contagios no se multipliquen sobre todo para no colapsar nuestro sistema de salud, pero que no haya contagios es una quimera anticientífica, dado que la vacuna no los evita; lo que consigue es que los síntomas sean mucho más leves. Dado que vamos a contagiarnos todos, se trata de que no nos contagiemos todos a la vez.
Al inicio ya sufrimos bastante, con sanitarios luchando contra un imposible, semanas de confinamiento estricto y centenares de muertos diarios. Pero ahora la situación es otra. Y tanto los gobernantes como los medios de comunicación deben decirlo. No pueden pretender que sigamos viviendo con el miedo metido en las entrañas, en un país con un 90% de población vacunada. Tan negacionistas son los que se niegan a vacunarse por razones estrambóticas como quien nos dice que, a pesar de estar vacunados, debemos seguir quedándonos en casa. No podemos llegar a un punto en el que el remedio sea peor que la enfermedad. Y ya estamos llegando.
Las restricciones deben acabar y que debemos aprender a convivir con el virus, que va a seguir estando entre nosotros. ¿O acaso estamos dispuestos a vivir aterrorizados el resto de nuestras vidas? Yo me niego
Soy de los que consideran que los gobiernos debieron haber tomado las medidas restrictivas estrictamente necesarias. Y que todas ellas debieron haberse tomado con un respeto escrupuloso al ordenamiento jurídico y a los derechos fundamentales de los ciudadanos. Sin embargo, en España se decretaron dos estados de alarma inconstitucionales. Y creo además que las restricciones deben acabar y que debemos aprender a convivir con el virus, que va a seguir estando entre nosotros. ¿O acaso estamos dispuestos a vivir aterrorizados el resto de nuestras vidas? Yo me niego.
Los gobernantes deberían proponerse invertir para mejorar la Sanidad Pública y, especialmente, la atención primaria, en lugar de buscar chivos expiatorios para desviar la atención y salvarse a sí mismos de sus errores. Y contratar a los sanitarios que sean necesarios, y mejorar sus condiciones laborales, y acabar con la precariedad laboral en el empleo público. Hay que preparar a nuestros hospitales para ser flexibles ante futuras pandemias. Y actualizar los protocolos. Y centrarnos en quienes tienen síntomas. Porque nos estamos ahogando con unas medidas autoimpuestas que hoy día están ya desfasadas. Todo eso deberían hacer, en lugar de alargar sine die las restricciones o asustar a la población con declaraciones a todas luces excesivas y exageradas.
Ya sabemos que los trastornos mentales se cobraron durante 2020 más vidas de personas menores de cincuenta años que el coronavirus. Decir esto no es ser negacionista sino recordar aquello que otros pretenden que no veamos
Una cosa es aceptar que determinadas restricciones fueron útiles durante un tiempo y otra aceptar que todas han sido efectivas. Sin ir más lejos, tanto el certificado covid como la mascarilla en exteriores están resultando inútiles para frenar la llamada sexta ola. Y podría hablarse del uso de la mascarilla obligatoria por parte de nuestros hijos menores y sus consecuencias. O del tiempo que estuvieron sin practicar deporte escolar porque decidió suspenderse. O del tiempo que estuvieron sin poder salir nuestros mayores.
No podemos aceptar sin más cualquier restricción de derechos, especialmente cuando quienes los impulsan han demostrado una ineptitud enorme. Porque además todas estas restricciones tienen consecuencias. A día de hoy ya sabemos que los trastornos mentales se cobraron durante 2020 más vidas de personas menores de cincuenta años que el coronavirus. Decir esto no es ser negacionista sino recordar aquello que otros pretenden que no veamos.
La vacunación, el respeto al ordenamiento jurídico y la supresión del miedo van necesariamente de la mano. Creo además que hay que seguir viviendo, salir a la calle, compartir tu vida con familiares y amigos y seguir disfrutando del ocio diario y nocturno, siempre que se pueda. Debemos cuidarnos y cumplir las normas, claro, pero me opongo a vivir en un clima permanente de terror pandémico.