Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 25/10/11
Transcurridos unos días del bombazo mediático que supusiera el comunicado de ETA sobre el cese definitivo de su actividad armada se debiera imponer un poco el sosiego, porque de la precipitación en nuestras contestaciones siempre se ha nutrido el grupo terrorista.
En el fondo, su comunicado no era más que la consecuencia de la conferencia internacional organizada tres días antes por el nacionalismo radical. En el fondo no era más que lo esperado dentro de la tónica y el comportamiento que ETA venía cadenciosamente realizando. Comportamiento aprendido durante la frustrada negociación de 2006, donde ante la necesidad de abandonar la violencia, pues el IRA ya lo había hecho, descubrieron unos nuevos factores que podrían reconvertir su irremediable derrota policial en una victoria política. Aquellos factores fueron la gran vulnerabilidad de sus interlocutores gubernamentales prisioneros de llegar a un «arreglo», la capacidad de mantener su iniciativa y su lógica como las dominantes, y la actitud benevolente de los observadores internacionales. Si a eso añadimos la experiencia irlandesa, por el que las autoridades británicas cambiaron terrorismo por el otorgamiento del poder político a sus autores, el momento exigiría sosiego y reflexión.
El problema actual reside en la gestión del comportamiento de ETA-Batasuna por nuestros dirigentes políticos. Es difícil para algunos no apuntarse al momento de la gloria con conceptos tan arrebatadores como los utilizados en el comunicado, «un nuevo tiempo político», «oportunidad histórica», y al «diálogo y al acuerdo que deben caracterizar el nuevo ciclo». Pero nuestros políticos debieran preocuparse por no aceptar frases tan grandiosas y falsas, porque el nuevo ciclo político lo inauguró la Constitución y el Estatuto de Gernika, y no hace falta que vengan estos para proponer un diálogo y acuerdo que existían desde la Transición. Ojo con asumir su lógica y su lenguaje porque desde ese instante la derrotada es la democracia.
Si de lo que se trata es del relato final éste no debe usar los falsos conceptos, la lógica, ni la retórica de los terroristas, pues en ese caso el relato será el suyo. Además, tanto ruido, tanta precipitación demostrada desde la prensa y el Gobierno vasco, cuando todavía ETA no ha dicho que se disuelve, no es bueno. No solo porque sus rostros enmascarados prevé su permanencia, sino porque en su mismo comunicado reafirman su presencia y la permanencia de la violencia cuando invitan a los gobiernos español y francés a la negociación para «la resolución de las consecuencias del conflicto y, así, la superación de la confrontación armada». Es decir, por lo visto, a pesar de su declaración del cese de la actividad armada -producida tiempo atrás por la acción policial- ETA considera, gracias a la propuesta, que la violencia está presente para «negociarla». Hubo una evidente precipitación a la hora de entender lo que ETA decía, confundiendo lo dicho con nuestros deseos.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 25/10/11