Chapu Apaolaza-ABC
- Si Sánchez comenzara a decir la verdad, dejarían de votarle
Hasta ahora, Sánchez tenía que mentir a un solo grupo al mismo tiempo y generalmente correspondía con sus votantes. Buena parte de estos llegaron a encontrarle un placer flagelante al hecho de ser engañados y lo asumían en una reverencia penitencial, deseable secretamente en una manera que no logro entender, un poco como la gente que va al gimnasio a completar ejercicios por los que terminan vomitando y, al día siguiente, vuelven. «Al final, lo necesitas», te justifican, como el votante del PSOE que se ha acostumbrado tanto a sus trolas que no sería capaz de entender el mundo sin ellas. Concibe el universo en referencia a sus mentiras, tan esperables, tan explicables y concebidas en una perversión tan manifiesta que se han erigido en verdades inversas. Sus votantes saben que se van a quedar con ellos y su decepción ya no es tal. Como el perro apaleado que recibe la patada de su dueño y regresa a por otra porque al menos así recibe algo suyo y si su dueño lo va a acariciar, huye. Si el sanchista, ese votante canino, encontrara en Sánchez una confesión sobre algún asunto que lo perjudicara, lo que fuera que asumiéndolo lo hiciera parecer más torpe, más débil, más feo incluso, pero pusiera por encima el honor y sinceridad, se sentiría decepcionado. Si Sánchez comenzara a decir la verdad, dejarían de votarle.
Ahora, el embuste sanchista se complica porque se despliega en varias mentiras que tiene simultáneas y en sentidos contradictorios, pues una desmonta a la otra. El destino le obliga a jugar un partido estando él en los dos equipos. De una parte, debe conseguir convencer a Europa de que todo el gasto –los estudios de género sobre cambio climático, las novias de Ábalos–, cuenta como gasto en defensa. De otra parte, intenta justificar ante sus socios rusófilos que nada –ni los cañones, ni los misiles, los drones, ni las balas–, se pueden considerar gasto en defensa. La bomba atómica, si pudiéramos hacernos con una –y no sería ninguna mala idea–, sería, según Sánchez una bomba sostenible y serviría para salvar la Tierra en la medida en la que reduciría la presión demográfica, borraría del mapa unos cuantos miles de los cochinos humanos que oprimen al planeta y por fin los linces podrían cazar conejos en la jungla donde antes estaba Moratalaz.
En una de las magníficas viñetas de José María Nieto en ABC, Sánchez celebraba ante Rutte: «¡Qué rearme…!» y, después, se volvía hacia Yolanda Díaz y remataba «…ni qué rearme». Me recordó un chiste que me contaba mi amigo Julio el Petardo en el que una mujer le preguntaba a su marido si la víspera, cuando le había dicho que había llegado a casa a las cinco menos cuarto de la mañana porque se había quedado en la oficina resolviendo un asunto urgente, en realidad se había quedado en la oficina resolviendo un asunto urgente, y él respondía: «¿Qué cocaína, ni cocaína?».