Miquel Giménez-Vozpópuli
Tras declarar Jordi Cuixart y Carme Forcadell, podemos decir que, visto lo visto, la épica y el heroísmo que pretendía el separatismo se ha quedado en un simple “No sé, no me consta, no estaba” o, en el mejor de los casos, “Yo amo a España”.
Era postureo apoyado por TV3 y financiado con dinero de todos. Nada más. Las heroicidades que nos vendieron al estilo de Bravehearth se han quedado en un puro ejercicio de sobremesa dominguera, cuando los cuñados se exaltan tras algunas copas y dan un puñetazo en la mesa asegurando que eso del paro lo arreglaban en cinco minutos. Toda la retórica separatista se ha fundamentado en ese exabrupto del nacionalista catalán que, tras comer más que satisfactoriamente, siente, como dijo Josep María de Sagarra, el estómago dulcemente acariciado por la idea de la patria.
Algunos de los juzgados no recuerdan haber hecho lo que hicieron ni decir lo
que exclamaron en su momento, orgullosos y henchidos de vocación histórica. Otros, más prudentemente, dicen amar a España, siquiera por tener algún progenitor nacido en cualquier lugar de nuestra patria que no sea Cataluña. Los más, buscan el menor recoveco legal para zafarse de sus responsabilidades. Ahí no existe el menor heroísmo del que hablan Torra o Puigdemont en sus empalagosos ditirambos acerca de unas gestas que nunca protagonizarán atendiendo a su escasísimo valor personal.
Se comprende que una persona que se juega años de cárcel intente zafarse de ésta. Es humano. Ahora, que los separatistas, en especial los voceros del régimen, nos lo pretendan vender a diario como el culmen de la abnegación es bastante indigesto. La mitografía creativa de los narradores lazis está agotada de tanto buscar adjetivos, parábolas, símiles, con los que calificar a unas personas que fueron los responsables de aquellos malhadados días, pero ahora intentan eludir sus culpas mediante subterfugios. Cuixart dice que es un preso político y que la Guardia Civil cortó una calle, lo que debe resultar una provocación gravísima. Para demostrar que él, que gritaba que la comitiva judicial secuestrada en la Consellería de Economía “Estaba en sus manos”, es una buena persona saca a relucir que su madre es murciana. Siempre la genética. Con esta gente todo se reduce al ADN, a la biología. Para que luego digan que el separatismo se fundamenta en la lengua, la cultura o la historia.
Forcadell va un paso más allá y dice no haber asistido a ninguna reunión que planificase el golpe de estado, que firmaba cosas sin leerlas – como la Infanta Cristina – y que pasaba por allí cuando en sede parlamentaria se aprobaron las monstruosidades que los han llevado a comparecer ante la justicia.
Del juicio, visto lo visto, no queda más que una cierta dignidad en Junqueras, la chulería de Rull y Turull, la mirada aviesa de Sánchez, el “yo no he sido, señorita” de Forn, Forcadell et altri y la poderosísima sensación de que pusieron en marcha algo que hubiera podido acabar con muertos, pero que ahora lo quieren reducir a una conversación de café, sin mayores consecuencias.
Insisto en lo estupefacto que se queda el analista al comprobar como los lazis siguen soñando despiertos, sin percatarse de la inmensa tomadura de pelo que ha supuesto el proceso. Puigdemont confiesa abiertamente que se vive muy cómodamente en Waterloo; Artur Mas reconoce que actuó como lo hizo porque, hombre, había gente que iba en esa dirección y no quería quedarse atrás, aunque ya sabía que aquello no iba prosperar; la exconsellera Ponsatí se jacta de que iban de farol. En fin, ni siquiera los que encabezaban el aquelarre intentan disimular un mínimo, ni que sea por decoro. Ya ni les hablo de la controversia similar a especular acerca de la hermenéutica de lo concreto que supone dilucidar si la proclamación de la república fue o no válida, porque tales discusiones es mejor alejarlas si se quiere un mínimo de sosiego.
Al final, lo único que le queda al personal amarillo es desahogarse en Twiter, vomitando su fanatismo de manera sistemática. También patética, porque si ese valor y ese arrojo del que hacen gala en sus palabras lo hubieran demostrado el 1-O, posiblemente habrían ganado, aunque de manera cruenta, y muchos de nosotros no estaríamos en Cataluña o, simplemente, no estaríamos en ningún lado.
Es lo que tiene confundir redes sociales con la realidad y platós de televisión con tribunales de justicia. Un error de fatuos y engreídos, sí, pero jamás de héroes.