José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- El margen de Sánchez es mínimo, la Constitución, y Aragonés está comprometido con el «embate» contra el Estado, con los fugados e investigados y con los sujetos a la responsabilidad contable según el Tribunal de Cuentas
Corría el azaroso mes de junio de 1977 con Adolfo Suárez en la presidencia del Gobierno. España, en términos políticos, era una hoja en blanco. Y una de las primeras cuestiones a resolver era la de Cataluña. Resultaba imprescindible que la entrevista entre el presidente del Gobierno y Josep Tarradellas, recién regresado del exilio en el que desde 1954 ostentaba la condición de presidente de la Generalitat, concluyese con éxito, es decir, con un gran acuerdo. Y así fue, aunque no por la cortesía de Suárez, sino por la experiencia del catalán que tuvo la lucidez de transformar con sus posteriores declaraciones a la prensa un encuentro con momentos de tensión en una reunión afable y fructífera.
En octubre de ese mismo año, Josep Tarradellas se hizo con la presidencia de la Generalitat interina y se dirigió a los “ciudadanos de Cataluña” para comunicarles oficialmente que había regresado. El experimentado político catalán volvió a España curado de espantos. Había sido miembro de ERC y consejero en los gobiernos de la Generalitat durante la República. Incluso fue detenido por la asonada de octubre de 1934 en la que no tuvo participación directa. Con el tiempo militó en el autonomismo, apoyó a la monarquía parlamentaria —el rey Juan Carlos le distinguió con un marquesado— y, cuando agotó su función transitoria en 1980, advirtió seriamente de lo que después ocurriría: la “dictadura blanda” de Jordi Pujol y, al final, el proceso de nacionalización que, transcurrido mucho tiempo de su muerte en 1988, se concretó en la crisis del proceso soberanista.
Aquella fue la visita a Moncloa más importante de un presidente de la Generalitat en la reciente historia de España. Cierto es que Adolfo Suárez tenía un margen constituyente del que no dispuso después ningún otro presidente del Gobierno, pero cierto también que no ha habido un político más sagaz, más lúcido y más generoso en la Cataluña contemporánea que Josep Tarradellas. Todos los que le han sucedido han estado por debajo de su altísimo nivel. Pujol ha acabado como él predijo, incluso peor. Y Mas —que se encontró con Rajoy en 2012 y 2014 en Moncloa— no logró llegar a acuerdo alguno. Un catalán maximalista —exigiendo un pacto fiscal y, alternativamente, anunciando un proceso soberanista— fue respondido por un funcionarial Rajoy que creyó, primero en 2012 y luego dos años después —ya en marcha la operación diálogo protagonizada por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría—, que el inquilino de San Jaime jugaba de farol.
No, no lo hacía. Tampoco su sucesor, Carles Puigdemont, que mantuvo en Moncloa dos reuniones con Rajoy. Una, la primera, en abril de 2016, con luz y taquígrafos, y otra, la segunda, en enero de 2017, confidencial, y que se conoció semanas después. Ninguno de los dos encuentros sirvieron para nada. Puigdemont se mantuvo en su “hoja de ruta” y Rajoy siguió pensando que iba de farol y, en todo caso, que los buenos oficios de su vicepresidenta con ese Oriol Junqueras que transmitía bonhomía darían resultado y la sangre no llegaría al río. El presidente de ERC ya engañó al Gobierno de entonces y se olfatea que puede hacerlo al de ahora, aparentemente tan crédulo.
Naturalmente, la “sangre” sí llegó al río y, pocos meses después del almuerzo a solas de los presidentes en Moncloa, Puigdemont declaró unilateralmente la independencia y huyó. En cierta forma, Rajoy hizo el peor de los ridículos. No le fue a la zaga en torpeza, la glucosa con la que Sánchez recibió a Joaquim Torra en Moncloa en julio de 2018. Inolvidable el paseo de ambos hasta la fuente de Machado y Guiomar en los jardines de la presidencia del Gobierno. Fue azúcar en el vaso de la cicuta. Buenas palabras y ni un solo avance. Tampoco los hubo en los dos siguientes encuentros de Torra y Sánchez: en Barcelona uno y en Moncloa, de nuevo, otro. De por medio, la mesa de diálogo, prácticamente suspendida y que no se reactivará hasta septiembre. Medió la llamada “declaración de Pedralbes” que a los independentistas les importa una higa.
«No ha habido un político más sagaz, más lúcido y más generoso Josep Tarradellas»
Aragonès —como Más, como Puigdemont, como Torra— no es, ni de lejos, un Tarradellas aunque pertenezca al partido al que se enroló en su juventud y madurez el presidente exiliado. Es más: no hay posibilidad de que la entrevista de hoy sea otra cosa que una mera foto subsiguiente a la reticente del domingo con el Rey en el MWC, previo desplante protocolario, e inmediatamente posterior a la ‘performance’, ayer, en el Parlamento catalán y en la Generalitat con los indultados en plan victorioso como “padres de la patria”, precedentes estos que no crean el mejor ambiente por más que Sánchez vea en color rosa lo que todos los demás observan turbio. Los independentistas meditan cómo y cuándo se producirá la estrategia del “embate” contra el Estado, que es el mandato programático al que se debe el presidente de la Generalitat. Mientras, unos y otros ganan tiempo.
Aragonès está pinzado por los compromisos con la CUP y con JXC y, al tiempo, por la situación administrativa de los comparecientes en el Tribunal de Cuentas que contrajeron responsabilidad contable en el uso de dinero público para fines no permitidos —el fomento del proceso soberanista desde las plataformas pseudodiplomáticas de la Generalitat— y por la situación de los fugados en Bélgica y Suiza y de los implicados en procedimientos penales por presuntos delitos conexos a la sedición de los líderes que han sido indultados. La remisión de las penas de prisión a nueve sediciosos ha sido una baza mal jugada en el tiempo por Sánchez que depende ahora de una improbable reciprocidad gestual de la Generalitat.
Sánchez no puede moverse —no debería— de los márgenes de la Constitución. Suárez pudo hacerlo porque nada estaba escrito. El presidente ha creado expectativas exorbitantes y tanto él como los separatistas lo saben. Ganan tiempo, pero, de momento, nada más. Por eso, Aragonès no hará como Tarradellas. Y, si lo hiciera, deberíamos pensar o que disimula —improbable—, o que su interlocutor se ha pasado de frenada, lo que en él es bastante habitual. En definitiva, este encuentro no tendrá el gran acento histórico de aquel entre Suárez y Tarradellas, del que se dedujo, por cierto, una entusiástica aceptación de la Constitución por los catalanes —con dos padres ponentes, Roca Junyent y Solé Tura— y el periodo histórico más brillante de Cataluña que culminó con aquel inolvidable y olímpico 1992.