Rubén Amón-El Confidencial
El papa Francisco se suma al movimiento social que mitifica a los sanitarios, cuando se les deberían ofrecer garantías y medios; queremos médicos sanos, no médicos santos
Resignados al papel involuntario de héroes, nuestros médicos y sanitarios han sido identificados por Francisco como los nuevos santos de la sociedad. Así lo proclamaba en una entrevista exclusiva de ‘ABC’ que exponía el oportunismo y proselitismo del pontífice.
Necesita Bergoglio modelos ejemplares entre el rebaño y la grey, pero resulta embarazosa la reivindicación y apropiación de los doctores y enfermeros. Y no porque se les puedan discutir los méritos en la lucha contra el coronavirus, sino porque el camino de la santidad y del heroísmo no refleja tanto una vocación como una encerrona. Los médicos no tienen que ser mártires. Tienen que ser médicos. Y deben estar protegidos, ejercer su misión con garantías. Y no se les puede recompensar con un lugar en el martirologio o un sitial en el panteón de los héroes.
España lidera las estadísticas de sanitarios contagiados de coronavirus, para vergüenza y desdicha del ‘mejor sistema sanitario del mundo’
Terminaremos erigiendo el monumento al médico desconocido. Cualquier fórmula de rescate o de reconocimiento excepcional permite a la sociedad y a las administraciones abstraerse de la precariedad en que se desenvuelve el personal sanitario. No ya cuando nos ‘sorprendió’ una crisis cuyas alarmas venían sonando inequívocamente desde hacía semanas, sino también ahora, cuando la desesperante falta de medios se añade al estupor estadístico. España lidera las estadísticas de médicos y enfermeros contagiados de coronavirus, para vergüenza y desdicha del ‘mejor sistema sanitario del mundo’. Eso pensábamos hasta que sobrevino la prueba de estrés. Y hasta que los médicos se han convertido en una línea de defensa desesperada.
El ejercicio de la medicina implica en sí mismo un compromiso social y ético. La mera responsabilidad de sanar al prójimo reviste la vocación de una misión. Los médicos observan un juramento hipocrático. Nos curan, nos salvan la vida, nos hacen más soportable la agonía.
Unas y otras razones justifican su reputación social, pero las reglas de implicación del personal sanitario no exigen jugarse la vida. O solo lo hacen cuando una doctora o una enfermera deciden voluntaria y premeditadamente asumir experiencias de riesgo. Vemos a los médicos arriesgarse en las zonas de conflicto y en las crisis humanitarias. Pilotar una ambulancia en Siria y poner vacunas en Sudán del Sur sobrentiende la asunción consciente de un peligro extremo.
Son las situaciones en que los sanitarios deciden emprender el camino del heroísmo y de la santidad, aunque rara vez les estimulan semejantes pretensiones. Ejercen más bien una solidaridad sin espíritu de recompensa ni vanagloria en los panteones.
La santidad y el heroísmo representan caminos de perfección muy nobles y respetables, pero forman parte de la experiencia y de la decisión individual
El problema es diferente cuando las razones del peligro no provienen del valor o de la gallardía sino de la indefensión. Y los médicos, todavía hoy, desempeñan su tarea desarmados y desamparados. O se les obliga a trabajar bajo los presupuestos de una emergencia. Nos lo contaba Victoria. Nos decía que la reciclaron de cirujana a ‘especialista’ en coronavirus sin instrucción alguna. Que no le abastecieron de equipamiento. Y que la constreñían a ejercer el oficio aun estando embarazada, o sea, perteneciendo a la categoría inequívoca de las personas sensibles. Menciono este caso como podría citar el de un ginecólogo que se ha reconvertido milagrosamente en experto de enfermedades respiratorias. Los familiares de un paciente fallecido amenazan con denunciarlo, no está claro si por negligencia o por no haberles suministrado información o por la impotencia. Le puede suceder a él como les puede ocurrir a otros colegas. Veremos entonces si la sociedad es tan sensible como demuestra a las ocho de la tarde.
No queremos médicos santos. Queremos médicos sanos. La santidad y el heroísmo representan caminos de perfección muy nobles y respetables, pero forman parte de la experiencia y de la decisión individual. Nada que ver con las ‘víctimas colaterales’ de una epidemia que convierte España en el país que más expone y diezma a su personal más cualificado y necesario.