- Hoy Pedro nos dirá que estamos mejor que queremos, gracias a él
Pedro Sánchez hace balance hoy. Lleva días preparando las maletas para irse a La Mareta. Begoña está de buen humor porque Aldama dice en unas grabaciones que ella nada tiene que ver con el rescate de Air Europa. Sin embargo, José Luis, el querido Ábalos, le mandó hace unos días un mensaje cifrado sobre la buena relación de la consorte con el CEO de la compañía, Javier Hidalgo. Pero patada y Falcon para adelante, camino del Atlántico.
Hoy Pedro nos dirá que estamos mejor que queremos, gracias a él. Con la inmundicia bañándole los callos que le han salido por tanta patada de despedida a sus afines desafinados, nos repetirá que estamos en el mejor lugar de este planeta que gira alrededor del Sol Pedro, que ha logrado aprobar el 45 % de sus proyectos –con que hubiera conseguido hacerlo con un 1 % ya sería un peligro público–. Somos satélites de su radiante ego. La gestión arcangélica de los recursos públicos del progresismo es una delicia; y además nos convocará para una agenda progresista en septiembre que nos va a alegrar la vida. Va a instarnos a estar agradecidos de que Cataluña pase a tener los instrumentos propios de un Estado y que con ellos niegue el dinero para pagar los hospitales de Ciudad Real y los ibuprofenos del dispensario del hospital de Murcia. Y nos intentará convencer de que el Código Penal mejor de la democracia es el que han redactado los delincuentes para exonerarse de la Justicia. El sistema solar entero gira en torno a nuestro presidente, ese ser cándido e inocente que nombraba a golfos para los cargos más poderosos y mejor remunerados y, con su abstracción de manual (de resistencia) los creía hermanitas de la caridad.
Mientras se dirige a los españoles desde el televisor algún espectador de origen navarro habrá gozoso de que su criatura, aquella que ayudó a llegar al poder con una urnita escondida por aquí o unas papeletas manipuladas por allá, esté en la nefasta plenitud de su carrera. Su gran obra ha acabado: eliminar la moral de la vida pública. En España ya no hay diferencia entre la verdad y la mentira, la honestidad y la indecencia. Nos ha enseñado que no hay mayor engaño que su realidad. Cuando una joven política dimite por meter una trola sobre su formación académica, encima le cae la del pulpo. El penado espectador mirará la tele comprada en el economato de Soto del Real y meditará sobre qué pudo hacer mal para que, pese a haberlo intentando con ahínco, el régimen no haya acabado con esos señores tan antipáticos con puñetas que se empeñan en investigar la corrupción y que le han encerrado en la trena. Santi –como le llama el agente 007 Koldo– está que no se lo cree.
Si usted está siguiendo este balance del presidente prodigio, sepa que habrá un valenciano que, desde su piso-picadero, observará al que fuera su jefe con la seguridad de que con solo chascar sus dedos le puede poner al borde de la imputación. José Luis tiene a Pedro en sus manos y en su iPhone. Y es seguro que sonreirá cuando le escuche preciarse de feminista; recordará las Jésicas de la vida y los prostíbulos de don Sabiniano, que tanto hicieron por tapar.
Si usted se va a sentar a escuchar que España va en Ferrari, sepa que no es Ferrari, sino Falcon, y que no es España sino Pedro. Si le oye hablar de los chanchullos del PP, entienda que no son chanchullos sino corrupción y que no son los demás, sino la familia de espabilados que conforman él, su mujer, su hermano, sus adosados y su hijo putativo, el fiscal general. Si desde la tele dijera que él es el garante del progresismo, tenga claro que encabeza el proyecto más disruptivo, insolidario, menos progresista y más supremacista de Europa.
Dirá que quiere estar hasta 2027, pero realmente quiere llegar a 2036 para celebrar el aniversario de la guerra civil y decir que la ha ganado. Otra guerra de los 100 años gracias a su pertinaz empeño en revivirla continuamente. Este epígono de Maduro nos da la tabarra con que si la ultraderecha, bla, bla, bla; que si Marcial Dorado; que si su labor histórica ha de ser culminada; que si la democracia tiene enemigos muy poderosos –él, el primero–; que si la prensa que no le hace rendibú es facha; que si la UCO; que si el juez Peinado… Que si esto y aquello, pero que él sigue en La Moncloa y Lanzarote le espera; y que, gracias a él y a sus socios, Feijóo sigue sin pillar cacho. Chincha rabiña, gallego exasperante, dirá para sus adentros. Porque de eso va todo esto: de venganza, de falta de principios, de vanidad enfermiza. Los manuales de psiquiatría hablan de los trastornos del poder y de la gélida conciencia desprovista de empatía que presenta este personaje.
Cuando le vean en la tele, como un alfeñique sin carne y sin alma, sepan que las maletas y La Mareta le esperan. Ni tan mal, que diría él mismo.