José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • La concentración coincidió con el control por Sánchez del PSOE andaluz y con la desaparición definitiva de Iglesias del liderazgo efectivo y orgánico de Podemos. El calendario es estratégico en política

Lo mejor de la concentración en la plaza de Colón este pasado domingo fue el alegato de Andrés Trapiello. Su discurso tuvo un impecable anclaje intelectual, democrático y moral. Pero no pudo rescatar otras disertaciones de su visceralidad ni evitar que el acto en su conjunto resultase fallido. No tanto por la asistencia —nutrida, si se tiene en cuenta el cansancio pandémico y el calor plomizo— cuanto por el error de estrategia, de concepto, que consumaron Casado, Abascal y Arrimadas. El presidente del PP lanzó contra el de Vox el más duro alegato que se haya oído con motivo de su discurso en el Congreso cuando se debatió la moción de censura contra Pedro Sánchez en octubre del pasado año. Los simpatizantes de Vox aprovecharon la ocasión ocho meses después para zaherir al popular —y lo hicieron sin disimulo—, y Arrimadas se plantó allí después de la operación de Murcia contra el PP y la debacle de su partido el 4 de mayo en Madrid cuando su destino, probablemente, debió haber sido el ostracismo discreto.

Pero como la política hace extraños compañeros de cama, según expresión atribuida a Winston Churchill, la opinión pública y la publicada normalizan estas conductas de dirigentes que son ortopédicas y taimadas. La consecuencia no podía ser otra que la contemplación a placer por la izquierda de la división de las huestes de la derecha, cuyos líderes pusieron entre sí suficiente distancia para evitarse a toda costa, con lo cual la esencia unitaria de la voluntad de juntarse estaba quebrada de antemano. Todos los dirigentes estaban incómodos con la presencia de los demás en un acto que, por esa razón y por otras muchas, era del todo innecesario. La transversalidad del rechazo a los indultos que el Gobierno se dispone a conceder a los políticos ahora presos por los delitos de sedición y malversación resulta tan amplia que el acto fue redundante y, por lo tanto, inconveniente. Mucho más un domingo en el que Sánchez devoraba la disidencia socialista en Andalucía y se hacía irreversible la volatilización de Pablo Iglesias en Podemos. En política los tiempos, el calendario, son una constante variable estratégica.

Luego medió el verbo sin guion de Isabel Díaz Ayuso. Escribí en este blog el pasado 3 de junio (“Ni firmas ni Colón”) “que el PP acuda con el máximo nivel de representación al mismo escenario de febrero de 2019 es reiterar una actitud opositora que no rindió réditos y benefició a aquellas formaciones —en este caso Vox— que se sienten cómodas en ese ‘modus operandi’ desregulado, pasional y febril de las concentraciones en que los discursos y las consignas cursan con una cierta ebriedad emocional de la que luego algunos tienen que arrepentirse”. Y pasó lo que era previsible que ocurriese: que en un ambiente fervoroso se dicen estupideces jurídicas y se perpetran discursos políticos lamentables. Como el de Ayuso, que emplazó a Felipe VI con una pregunta retórica (“¿Qué hará el Rey, firmar los indultos?”) atribuyéndole —que lo arreglen ahora sus asesores— una suerte de ‘complicidad’ con las decisiones del Consejo de Ministros. Es urgente que la presidenta en funciones de la Comunidad de Madrid se ponga al día con algún manual sencillito de derecho constitucional para saber qué puede y qué no puede —ni debe— hacer el rey de una monarquía parlamentaria.

“Los adversarios de la monarquía parlamentaria y del Rey saben que la derecha política puede facilitarles la labor de zapa para deteriorar a la una y al otro. Eso es lo que está ocurriendo en España contra el criterio de Felipe VI, que se mantiene en un silencio prudente a la espera de que llegue la calma después de esta interminable tempestad política que vive el país”. Este párrafo es textual del libro ‘Felipe VI. Un rey en la adversidad’, y lo confirmó este domingo la lideresa popular. Con las palabras de la dirigente madrileña, no solo se frotan las manos las izquierdas republicanas, sino también las derechas que también lo son aunque a veces ellas no lo sepan. Casado, mal que bien, enmendó la plana este lunes a Ayuso. Sacó el clavo, pero quedó el agujero.

En definitiva, Colón restó y la recogida de firmas se va diluyendo. No es esperable que, pese al error táctico y de fondo de los dirigentes de los tres partidos, merme el reproche a Sánchez por la concesión de los indultos, para los que en absoluto se dan las condiciones, por más —es necesario reiterarlo— que el Gobierno actúe en el ámbito de la legalidad —a reserva de lo que pueda disponer la Sala Tercera del Supremo si los decretos son impugnados— y de la oportunidad, en el que sí cabe todo debate. En último término, la oposición ha de estar en los argumentos y no en las consignas, en las instituciones y no en la calle, en el respeto a la jefatura del Estado y no en su desestabilización. No se tiene que parecer en nada a la forma de actuar de Pedro Sánchez, al que debe replicar cómo y donde debe hacerlo. Con el estilo intelectual de Andrés Trapiello, pero en el Congreso y en los parlamentos autonómicos.