EL CORREO 18/11/13
TONIA ETXARRI
· Si el PNV no ha sido capaz de mantener un ‘Día de Euskadi’ a gusto de todos, ¿cómo piensa trazar un consenso para el nuevo estatus?
Esta semana la portavoz socialista Idoia Mendia reclamaba, en un debate televisivo, la celebración del ‘Día de Euskadi’. Una jornada festiva, aconfesional, no partidista, democrática, común a la mayoría de los ciudadanos vascos, después de que el PNV y EH Bildu decidieran derogar el 25 de octubre, aniversario de la aprobación del Estatuto de Gernika acordado en la pasada legislatura por el Parlamento vasco. El portavoz nacionalista Joseba Egibar le respondió, contrariado: «Lo que tú quieres es que seamos todos iguales». Exactamente. Eso es lo que pretendían quienes instauraron la fiesta del 25 de octubre como símbolo del encuentro de la mayoría de las sensibilidades políticas. Al PNV, sin embargo, que tiene sus celebraciones particulares –el ‘día de la patria’ y el ‘día del partido’–, nunca le gustó conmemorar con toda la sociedad la referencia a la aprobación de un estatuto al que, a pesar de haber dotado a la comunidad vasca de las mayores cotas de autogobierno, empezó a cuestionar al poco tiempo de su arranque.
Por eso en cuanto ha tenido la oportunidad, de la mano de EH Bildu, ha rescrito la historia a su conveniencia dando la vuelta al calendario laboral. El partido del lehendakari Urkullu ha sido capaz de torcer su ideario en política económica, fiscal, incluso foral, para pactar con los socialistas con tal de asegurarse una estabilidad parlamentaria y el control del poder desde Ajuria Enea. Pero siempre ha hecho de la simbología y del debate identitario una cuestión intocable y asunto de fe partidista. El nombre de Euskadi, la bandera y el himno fueron impuestos por el PNV, a pesar de que la melodía, en el debate parlamentario de 1983, fue objeto de una fuerte oposición del resto de partidos que se negaban a adoptar como himno de la comunidad el cántico oficial del Partido Nacionalista Vasco proponiendo como alternativa el ‘Gernikako arbola’. Negociaron y convencieron al CDS de Suárez que acudió en ayuda del partido mayoritario y finalmente el ‘Gora ta Gora’, sin letra, fue impuesto a toda la ciudadanía vasca y aceptado democráticamente por la mayoría.
Pero ahora Euskadi acaba de quedarse sin su día de conmemoración institucional. Una jornada al año para realizar un acto cívico de unidad y cohesión tan necesario después de tantas décadas de confrontación. Qué menos. Como una comunidad normalizada. Cataluña, a pesar de sus sacudidas secesionistas, sigue festejando el 11 de setiembre. Galicia, su 25 de agosto. En Euskadi, el día del estatuto ha dejado de existir, por obra y gracia del PNV y la izquierda abertzale, sin una fecha alternativa porque el partido nacionalista no parece muy interesado en celebraciones conjuntas de referencia institucional. Lo más importante para los nacionalistas, y así se encargaba de recordarlo Joseba Egibar, era su derogación, sin molestarse en consensuar una fecha alternativa.
Después de este capítulo cabe preguntarse cómo piensa el lehendakari Urkullu lograr ese consenso del que tanto habla para adoptar un nuevo estatus para Euskadi. Probablemente ni él mismo lo sepa aunque, apremiado por el cisma catalán y urgido por las aspiraciones de la izquierda abertzale, va dando pistas tan genéricas que ha llegado a provocar una indisimulada contrariedad entre los partidos de la oposición que si en algo coinciden es en emplazar al lehendakari con una petición: que se aclare.
No es de extrañar porque, desde el año pasado, el lehendakari Urkullu da la impresión de estar «dando largas» con sus equilibrios malabares entre las proclamas del derecho a decidir para Euskadi y un plan muy calculado de ir posponiendo plazos. En el debate de política general, en setiembre, habló de «momento idóneo» para avanzar hacia un nuevo estatus. Pero fue tan «impreciso», en opinión del PSE, PP y UPyD, y tan «insuficiente» para EH Bildu, que no concitó ni un sólo apoyo de la Cámara vasca. En su viaje a Estados Unidos se lanzó a jugar con las fechas imaginarias para una Euskadi más soberana: el 2015 para empezar el debate y el 2020 como colofón, para que la comunidad haya ejercido ya su derecho a decidir. Sin prisa. Para entonces, los ciudadanos vascos habremos vuelto a las urnas. Un detalle que no tiene en cuenta el lehendakari porque da por descontado que, después del paréntesis del Gobierno constitucionalista de Patxi López, ya nadie volverá a arrebatar Ajuria Enea al PNV.
Urkullu quiere avanzar en una Euskadi más independiente. Pero no se atreve a proponerlo porque sabe que esa iniciativa va a dividir a la sociedad vasca. De ahí que quiera emplazar a los partidos políticos para que presenten sus propuestas. Pero los grupos parlamentarios esperan, primero, a oír al Ejecutivo. Que proponga. Que se moje. Que desvele de una vez su hoja de ruta. Que dé pistas. Si pretende, o no, la continuidad del plan Ibarretxe.
Creyeron que la ponencia prometida para otoño se iba a poner en marcha este mes. Pero lo cierto es que, hasta ahora, «sólo estamos hablando de presupuestos». El debate prometido se retrasa. Pero en lugar de amagar con fechas y escenarios irreales, lo más lógico sería aparcar sine die una cuestión que no hará otra cosa que consumir energías inútilmente. El País Vasco lo que necesita es ofrecer confianza y credibilidad. Hacia afuera y hacia dentro. Para atraer capital humano, inversión financiera y estabilidad política. Quizás por eso el lehendakari se toma su tiempo.