Ni un paso atrás

ABC 08/01/14
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· El conflicto que nos enfrenta al islamismo es una lucha entre el humanismo y la teocracia, entre la civilización y la barbarie

EL Occidente cristiano tardó siglos en consolidar esa conquista del raciocinio llamada libertad, sobre la que se cimenta una sociedad civilizada en los tiempos actuales. Siglos de opresión y oscuridad a las que hicieron frente las mentes más lúcidas de cada época, reclamando el derecho a pensar con cabeza propia incluso a riesgo de equivocarse. Dos milenios de evolución dolorosa, conseguida a costa de gigantescos sacrificios individuales, que nos conminan a resistir al precio que sea preciso la embestida brutal del fanatismo musulmán empeñado en imponer su mordaza.

La matanza perpetrada ayer en París por tres sicarios del terror islamista no es un atentado como cualquier otro ni puede recibir una respuesta al uso. Es algo mucho más grave, que nos exige cerrar filas y mostrar un frente unido a escala global. Porque los asesinos que irrumpieron en la redacción del semanario «Charlie Hebdo», al grito de «Alá es grande, vengarenos al Profeta», no pretendían matar a unas personas determinadas, sino quebrar las convicciones de un sistema político, doblegar la voluntad de una profesión esencial para el mantenimiento de ese sistema y ahogar en sangre nuestros principios. Trataban de atemorizarnos hasta el punto de hacernos abjurar de nuestras creencias más íntimas. Ansiaban lograr una conversión forzosa, violenta, arrancada a base de tortura, de quienes rendimos culto a la libertad de expresión y defendemos que sus únicos límites han de ser los impuestos por la Ley democráticamente aprobada. En lo que a mí respecta, pinchan en hueso. A los efectos de esos bárbaros, yo también integro la redacción del semanario francés atacado. Yo también he publicado esas caricaturas. Yo tampoco renuncio a ejercer el derecho por la que dieron sus vidas Sócrates o Miguel Servet.

Sentí una vergüenza indescriptible cuando, en los días siguientes a los atentados de Atocha, José Luis Rodríguez Zapatero, elegido presidente contra todos los pronósticos, sacó precipitadamente a nuestras tropas de Irak, dando con ello por buena la tesis de que ese golpe despiadado era de algún modo un castigo por nuestra pertenencia a la coalición internacional encabezada por los Estados Unidos, de la que urgía desmarcarse a fin de evitar nuevos peligros. Volví a experimentar esa misma sensación cuando poco después, con motivo de la publicación de las citadas viñetas de Mahoma en un periódico noruego y la sucesión de manifestaciones violentas que vino después, nuestro entonces líder patrio suscribió un comunicado junto al primer ministro turco, Erdogán, pidiendo respeto por… las creencias musulmanas. No por la libertad amenazada expresamente ni por el orden público violentado, sino por el sentimiento religioso de unas gentes que anteponen los dictados de su fe a los marcos jurídicos de los Estados en los que residen. Un modo de entender la convivencia frontalmente opuesto al que rige en nuestro Occidente cristiano, donde, merced a una durísima batalla secular, los asuntos de Dios son de Dios y los del César, del César.

No es momento de calificar la calidad, oportunidad o gusto de los dibujos invocados como pretexto para esta salvaje «yihad». Son, como digo, el pretexto. El conflicto que nos enfrenta a un islamismo cada vez más feroz, que crece y se extiende por el mundo como una mancha de aceite, acechando nuestras fronteras, tiene un calado mucho más hondo. Estamos ante una lucha entre el humanismo y la teocracia, entre el pluralismo y el dogmatismo, entre la tolerancia y el totalitarismo, entre la civilización y la barbarie. Los compañeros asesinados ayer en Francia se negaron a hincar la rodilla y pagaron muy caro su desafío. Pero tenían razón. La tienen y la tendrán, por mucha sangre que se vierta. No puede haber fatwa ni intimidación ni complejo que nos obligue a callar. La conquista de la libertad es demasiado valiosa para dar un paso atrás.