ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Yolanda Díaz, réplica perfecta de Pablo Iglesias, ha entablado una batalla imposible de ganar

Pablo Iglesias empezó su andadura oficial en la política patria plagiando a Barack Obama el nombre de su partido. Recuerdo muy bien el momento en que se lo hice notar en un plató de televisión («no has tenido que esforzarte mucho para convertir ‘yes we can’ en Podemos») y su cara de satisfacción al admitir, sin palabras, la paternidad de esa idea. Corría el año 2014 y su soberbia era pareja a su inconmensurable arrogancia, su agresividad y su disposición a emplear cualquier medio con tal de colmar su ambición. Tenía el viento de cola, los medios de comunicación se disputaban su presencia y las encuestas le auguraban un resultado espectacular en las elecciones europeas que se celebraron en mayo. Tras la confirmación de ese triunfo, vino la absorción de Izquierda Unida, sin otra concesión que la inclusión del adjetivo en la marca y la atribución de un puesto de salida en las listas a Alberto Garzón, que le asegurara el escaño y el sueldo. Así nació Unidos Podemos, rebautizado después en femenino con la finalidad de disputar al PSOE la pretensión de acaparar el voto de las mujeres. Transcurrida menos de una década, ese proyecto es un cascarón vacío. Cualquier vestigio de unidad ha saltado por los aires y la impotencia del ‘macho alfa’ para imponer disciplina resulta evidente. Ya no puede ni hacerse obedecer, ni expulsar a las tinieblas exteriores a quien se rebela, como hizo con Errejón o Bescansa, ni conservar el control. Los sondeos pronostican el hundimiento de sus siglas y en el espacio que ocupaba en exclusiva ahora reina la división. Pero lo peor de todo a sus ojos debe de ser la aparición de una rival que le disputa el liderazgo y no se deja intimidar. Una antigua ‘groupie’ encumbrada por él, que ha salido respondona y no ha dudado en traicionarle, como a todos los padrinos que en el pasado confiaron en ella.

Bajo su sonrisa impecablemente maquillada, su simpatía innegable y su aparente amabilidad, Yolanda Díaz es la réplica perfecta del marqués de Galapagar. La horma de su zapato. Sus métodos son distintos y aun contrapuestos, pero sus objetivos idénticos. Misma ansia de poder («quiero ser la primera presidenta de España»), similar altanería («hoy empieza todo») e igual tendencia a dejarse deslumbrar por la aclamación de los corifeos que pululan a su alrededor. Es sabido que los dioses ciegan de vanidad a quienes quieren perder, y parecería que el Olimpo entero se confabuló contra ella en el polideportivo Magariños, a juzgar por la cantidad de incienso y baba derramados sobre su persona. Cuando se apaguen los ecos de su minuto de gloria, no obstante, comprobará que ha entablado una batalla imposible de ganar. Porque, lejos de Sumar, su buque insignia resta a la izquierda, del mismo modo que Podemos no puede y sus gentes distan de estar Unidas.