Como es sabido, Ada Colau ha expulsado del Salón de la Infancia a las Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad del Estado, un veto que, dada la aquiescencia de Fira de Barcelona, podría hacerse extensivo al Salón de la Enseñanza del próximo mes de marzo. No en vano, en la pasada edición de este certamen, la propia Colau espetó desafiante a un militar la conveniencia de «separar espacios».
El celo del Gobierno municipal (del que forma parte el Partit dels Socialistes de Catalunya) en el señalamiento del Ejército y la Policía como cuerpos contrarios a la convivencia, cuasi extraños a la ciudadanía y, sobre todo, nocivos para la infancia, ha alcanzado también a la Guàrdia Urbana, cuya banda de música no participó anoche en la cabalgata de Barcelona, luego de que el Ayuntamiento obligara a sus integrantes a ensayar en horario extralaboral.
Y sin embargo, la Plataforma ProSeleccions Esportives Catalanes reparte estos días propaganda independentista en su stand del Salón de la Infancia, y ello sin que semejante proselitismo (tan estéril, si atendemos a las cifras de asistencia de los partidos de Cataluña), motive siquiera una justificación por parte de la alcaldesa de Barcelona.
En cierto modo, y dada Cataluña, sería tan impensable como que los dirigentes del Barça disculparan el fervor patriótico del minuto 17:14 o criticaran el aquelarre antiespañol que se vive durante las finales de la Copa del Rey. (La laxitud de Ada Colau a este respecto es aún más desconcertante si tenemos en cuenta que, en su obstinación por tallar la moral pública, esta Navidad ha empapelado las calles con instrucciones precisas acerca de qué juguetes debemos comprar a nuestras hijos e hijas, bien entendido que el balón y la nancy son, antes que nada, armas cargada de futuro).
La cabalgata de los farolillos de Vic, así, no ha sido más que otra vuelta de tuerca en la utilización de la población infantil con fines propagandísticos, en la asimilación de Cataluña con una suerte de esplai doctrinario (pleonasmo) donde incluso la práctica más siniestra se halla guarecida bajo el paraguas de la «normalidad institucional», el «arraigo popular» o la «tradición».
Algunos de los farolillos de marras, sin ir más lejos, salieron del taller que, desde 2012, la sección de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) de Osona ofrece en el Festival de la Infancia de Vic.
Así se publicitaba la actividad en 2013: «Los niños y niñas prodrán montar el farolillo en el mismo taller durante los días del Festival. Eso sí, el farolillo también se venderá con todo el material para el montaje en los puestos de merchandising de la Asamblea».
El tono comedido, insólitamente tibio, de la retransmisión de la televisión pública de Cataluña (TV3), que apenas se recreó en primeros planos de las esteladas, dio lugar a una aberrante paradoja.
Después de todo, la única razón que puede llevar a una televisión pública a organizar semejante despliegue en un pueblo del interior, es política. Cuando Jordi Pujol encargó a Alfons Quintà crear TV3, éste recalcó la necesidad de huir de la antigualla folklórica.
Bien, ayer, la consigna de la dirección de rebajar las aristas dejó a la audiencia, durante unas horas, frente a esa antigualla: catalanes viendo cómo otros catalanes veían pasar a los Reyes Magos.Y rezando por que no fuera cierto eso de que el mundo nos mira. Tratando de conjurar, en fin, la posibilidad de que a un redactor del Washington Post, destacado en el frente separatista, le diera por escribir: «La librería Anglada de Vic puso en la tarde de ayer el cartel de ‘No hay farolillos’».