Pues era todo, sí. Al menos hasta que se juzgue la causa de los ‘papeles de Bárcenas’ y vuelvan a llamar al presidente, que para entonces debería haber labrado, a modo de escudo heráldico y paradoja mnemotécnica, una flor de adormidera sobre la mesa del pupitre. No me acuerdo, hasta donde yo sé, sinceramente no lo recuerdo, y así. Pero eso fue en el segundo tiempo del partido, frente al sobrio y técnico Virgilio Latorre, quien demostró que el Derecho es más eficaz que la ideología para incomodar a alguien como Mariano Rajoy. Atacó su flanco más débil, que es la naturaleza y alcance de su relación con Bárcenas y con Correa. Pero Latorre no lo hizo con latiguillos de tertulia sino mediante documentos pertinentes. Y entonces el testigo hubo de refugiarse en la evasiva y en la amnesia.
En cambio, durante el primer tramo del interrogatorio Rajoy sorprendió apostando por la rotundidad, registro más castellano que gallego. «Lo recuerdo perfectamente», repitió, desactivando el reproche prematuro difundido por Podemos. Tras jurar, como los toreros veteranos, don Mariano calibró la fijeza del toro, un letrado salido de un libro de Ian Gibson que se hubiera parado a desayunar un carajillo en una cantina de Buñuel. Transparentaba tanto resentimiento en la embestida que don Mariano sólo tuvo que abrirse de capa y dejar un par de volatines retóricos de los que justifican el billete: «No parece un razonamiento muy brillante», «la contestación tiene que ser gallega porque no la podría hacer riojana». Titubeaba más la acusación que aquel testigo rompiendo a parlamentario, hasta el punto de que el interrogador pidió amparo al juez ante la impertinencia del interrogado.
A Rajoy lo había aleccionado el mismo penalista que ha defendido a Cristiano, pero el marcador tampoco daba para que el presidente saliera de allí señalándose el dorsal. Toda su estrategia pasaba por levantar un muro trumpiano entre la política, de la que él se encargaba, y la financiación, de la que se encargaban los pardillos. Decimos trumpiano porque semejante argumento reviste tanta solidez como una promesa electoral del buen Donnie. Las campañas electorales se diseñan en función de los fondos disponibles, pero nadie logró que Rajoy lo reconociera. Y cuando le preguntaron por qué echó a Correa de la órbita de contratistas del PP si el PP jamás había cometido irregularidad contable alguna –correosa, gurtelina contradicción–, el testigo vino a explicar que el tal Paco era un presumido, al decir de Lapuerta, y que no era trigo limpio ni cristiano viejo, sin llegar necesariamente a la ilegalidad, ojo. Así que cortó con ese tunante y siguió a lo suyo en el ministerio que fuese, que han sido todos más o menos.
El famoso SMS no pierde su virtud de criptonita marianista. No se entiende que unas pocas palabras que se mezclaron hace tiempo en la corriente del habla con los giros de Chiquito turben aún a su autor. O sí se entiende: siguen pareciendo lo mismo que el día en que este periódico las publicó: una prueba de complicidad y encubrimiento. Que Rajoy descargó una vez más con otro de sus celebrados marianismos: «Hacemos lo que podemos significa que hacemos lo que podemos. Ningún significado ninguno». Y mientras España corría a fabricar otro meme, en el Parlament secuestraban la democracia. Qué le vamos a hacer si la expectación coincide rara vez con la importancia.