Isabel San Sebastián-ABC
- El pequeño de Canet y el hijo de Juana Rivas son víctimas de los socios de Sánchez y buena parte de su Gobierno
Cuando criaturas de cinco y tres años de edad son utilizadas como carne de propaganda, a costa de infligirles un sufrimiento brutal, es que la ideología ha derivado en dogmatismo extremo y quienes la profesan se han convertido en inquisidores de la peor especie; gentuza dispuesta a todo con tal de imponer sus creencias, como los socios de Sánchez y buena parte de su Gobierno.
El tormento al que está siendo sometido el niño de Canet, ‘culpable’ de ejercer su derecho a recibir un 25 por ciento de educación en lengua española, trasciende los límites de la política para adentrarse en los del fanatismo. Es una mezcla hedionda de supremacismo identitario, ‘apartheid’ lingüístico, odio, violencia y ausencia total de humanidad, propia de quienes se consideran por encima del resto en razón de su naturaleza supuestamente superior. La catadura moral putrefacta que sirvió de base al nazismo para justificar el exterminio de judíos, gitanos, personas con discapacidad y demás colectivos molestos para el demencial proyecto eugenésico puesto en marcha por el Führer. En el caso de los ‘nazionalistas’ de ERC y sus acólitos de las CUP, su obsesión es liquidar a cualquiera que amenace su propósito de crear una sociedad monolingüe que identifique el castellano como un idioma foráneo, propio de invasores hostiles, para abrazar el habla sagrada de los hijos de Cataluña. Son exaltados, irracionales dispuestos a perseguir con saña a un chiquillo indefenso para convertirlo en ejemplo de lo que le espera a cualquiera que ose amenazar su modelo. Y todo ello ante la mirada indiferente del presidente del Ejecutivo, que asiste impávido al linchamiento de ese crío en aras de no incomodar a quienes sustentan su poltrona. ¡Asco infinito!
El otro triste protagonista de este grito de indignación es el hijo de Juana Rivas, cuya pasión hemos conocido a través del auto de un juez. Tres años tenía el muchacho cuando, estando bajo la custodia de su madre, padeció abusos sexuales ‘espeluznantes’, según se lee en el escrito, que él mismo dio a conocer, denunciaron sus profesores y dictaminaron sucesivamente una pediatra y un forense, mientras la mujer que habría debido protegerlo lo apartaba de la investigación por el procedimiento de secuestrarlo y después pedía el sobreseimiento definitivo de la causa a fin de impedir que fuera descubierto el culpable de tal fechoría. Esa heroína del feminismo oficial, transformada en bandera a pesar de su conducta criminal, encubrió y sigue encubriendo al agresor de su propio hijo. ¿Cabe actuación más abyecta? ¿Alguien se imagina la condena penal y social que habría recaído sobre un hombre capaz de semejante infamia? A Juana Rivas, en cambio, el Gobierno la indultó a sabiendas de estos hechos. ¡Infinito asco y vergüenza!