EL CONFIDENCIAL 26/06/14
JAVIER CARABALLO
Se ha dicho de la Casa Real que don Juan Carlos trabajaba por la ‘tercera vía’ catalana y que con la llegada de Felipe VI los puentes con Cataluña aumentarán. La estrategia que imaginan es sencilla: el nuevo rey desliza una propuesta de entendimiento que ni populares ni socialistas van a rechazar. “Sólo desde la máxima institución del Estado se puede justificar un cambio radical como el que nos propondrán. La abdicación de Juan Carlos es un síntoma más de lo lejos que hemos llegado ya. Y la demostración de que podemos mover cualquier montaña, si lo queremos hacer”, han escrito algunos en Cataluña para explicar los nuevos tiempos que vienen. O eso mascullan.
Lo han dicho los referentes más rancios de los grandes partidos políticos, como José Bono o Esperanza Aguirre, que la salida del conflicto catalán pasa siempre por una tercera vía que reconozca la singularidad de Cataluña. Lo han escrito también en los principales periódicos catalanes, en muchas columnas de Madrid y hasta en el Financial Times han mostrado su deseo por que se alcance una tercera vía “que le otorgue más autonomía a Cataluña, porque el independentismo amenaza el futuro de España justo en el momento en el que está comenzando a salir de la crisis”. Y lo han pedido los empresarios catalanes, tan escurridizos siempre, porque consideran que no sólo existe un problema catalán, sino también un problema español, y que “frente al choque de trenes hay que darle espacio a la lógica de la razón, president”.
Por supuesto que lo pedía desde hace tiempo el Partido Socialista de Cataluña, mientras Pere Navarro hacía equilibrios en el alambre del que se acabó cayendo. El PSC llevó la propuesta incluso al Parlament, en septiembre del año pasado, pero ningún grupo la apoyó. Querían que la Generalitat negociara una reforma constitucional que supusiera “un nuevo estatus de reconocimiento nacional” de Cataluña, con singularidades varias y reiteradas: un pacto fiscal específico para Cataluña, el control y gestión de todo el dinero de todas las infraestructuras y, por supuesto, competencia exclusiva y excluyente en materia de lengua, educación y cultura.
· Es probable, sí, muy probable que ése sea el final, pero si ocurre, habrá supuesto una derrota colectiva, amén de un cierre en falso de la crisis del independentismo en Cataluña. Una derrota colectiva porque el modelo autonómico español lo que necesita no son parches de privilegios para calmar las ofensivas nacionalistas de vascos y catalanes
Nadie lo apoyó, ni siquiera los diputados más moderados de Convergència i Unió, y eso que Duran Lleida, otro equilibrista, lo ha defendido siempre. Hasta abril pasado ha seguido diciéndolo públicamente: “La tercera vía es la única solución y está más viva que nunca”. Y hace unos días, con tintes desesperados, después de amagar con su propia dimisión: «Si el Estado no mueve ficha antes del verano, el choque de trenes no se podrá parar. Si no se saca presión a la olla con propuestas que el pueblo catalán pueda aceptar después de ser consultado, la situación reventará».
La ‘tercera vía’ catalana, en fin, a la que nadie le ha prestado atención hasta ahora pero que, tal y como se están desarrollando los acontecimientos, es probable que al final acabe imponiéndose como un trágala, sobre todo para quienes no viven en Cataluña. Quiere decirse que aquello que ahora parece inaceptable, como es la concesión de un estatus fiscal y financiero diferente para Cataluña, al modo del ‘cupo vasco y navarro’, o que la legislación educativa o lingüística en Cataluña no tenga que obedecer a la Constitución, puede llegar un momento en el que se ofrezca como la única salida, la mejor solución, para evitar el temido choque de trenes, que es la declaración unilateral de independencia por parte de la Generalitat y la suspensión de la autonomía catalana, por parte del Gobierno de la nación.
De hecho, ¿quién no diría que la ‘tercera vía’ está ya diseñada así, y que unos y otros están esperando ese preciso momento de alta tensión para alcanzar esos acuerdos que de otra forma merecerían un rechazo generalizado en otras autonomías españolas, además de en el Partido Popular y en el Partido Socialista?
Es probable, sí, muy probable que ése sea el final, pero, si ocurre, habrá supuesto una derrota colectiva, amén de un cierre en falso de la crisis del independentismo en Cataluña. Una derrota colectiva porque el modelo autonómico español lo que necesita no son parches de privilegios para calmar las ofensivas nacionalistas de vascos y catalanes, que desde la Transición sólo aspiran a aumentar las diferencias con el resto de regiones españolas, sino un modelo definitivo, si se quiere con mayores cuotas de autonomía, pero igualitario. Y eso incluye, desde luego, acabar con el concierto vasco y navarro, la principal anomalía del sistema de financiación autonómico.
Ese privilegio no puede seguir siendo un tabú en la política española, como ha ocurrido hasta ahora. Y cierre en falso de la crisis, por supuesto. Porque la ‘tercera vía’ no va a frenar el independentismo. Acaso lo jalee más y añada más división interna en Cataluña, por la sencilla razón de que el proceso soberanista, desde hace mucho tiempo, ya no lo pilota CiU ni el presidente de la Generalitat, un guiñol decadente como demuestran de forma persistente elecciones y encuestas.
La única salida del conflicto catalán, en fin, no puede ser la llamada ‘tercera vía’ porque nada solucionaría. Pero en un país como España, en el que lo primero que falla es una política de altura, de grandes miras, de largo plazo, llegaremos al punto en el que serán las urgencias del momento, la angustia de la tensión, las que se encarguen de escribir el final.