No a los Goya

JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • Y qué aburridos erais, goyescos egotistas, parásitos del erario (págame tú a mí mis libros, listo), torpes imitadores de los Oscar

Veinte años después de la gala ‘No a la guerra’ algunas cosas han cambiado. El cine ya no es el cine del mismo modo que la música ha devenido otro negocio. España no es ajena a la lógica de las plataformas, transmisoras de cánones de entretenimiento con los que se puede competir globalmente. Nos procuran una inmensa oferta, de modo que, por muchos que sean los géneros que nos hartan por la previsibilidad de sus códigos, siempre daremos con algo que nos plazca tras unos minutos de búsqueda. Para los que antes íbamos al cine varias veces por semana, estar suscrito a siete plataformas no supone un gasto mayor. Con la ventaja de que no tienes que aguantar pataditas del espectador que queda detrás, sonidos de móviles, luces de móviles, pesados que hablan. Es verdad que las grandes pantallas y la sala oscura tenían su aquel. Sin embargo, esas pantallas de cine fueron decreciendo a medida que su precio aumentaba, en tanto que las pantallas de televisor iban creciendo a medida que su precio disminuía. El cine tuvo su época. Lo pasamos muy bien. Gracias. A otra cosa.

Esa otra cosa es un sector global donde la película de viejo formato (90 minutos) nos parece corta, así que veremos un par. Aquellos tipos del ‘No a la guerra pero en San Sebastián no digo nada de ETA’, aquella gente vieja puede que haya desaparecido de la industria, salvo el experto en Sanidad Almodóvar. Serían un paréntesis entre dos grandes épocas, entre Saura y Bayona, entre Erice y De la Iglesia. Un paréntesis en que se insultó a medio mercado, la España que no aceptó su superioridad moral. Corrió el tiempo y los jóvenes ni siquiera entienden sus códigos sectarios. Jóvenes que si algo no toleran es el aburrimiento. Y qué aburridos erais, goyescos egotistas, parásitos del erario (págame tú a mí mis libros, listo), torpes imitadores de los Oscar, glamour de todo a cien. El cine ha muerto. Viva el cine. Tendremos mucha nostalgia y cantaremos conmovidos lo de Aute: «cine, cine, cine, cine, más cine por favor…».

El cine español ha ganado en todos los aspectos técnicos gracias al nuevo lenguaje, a los gustos importados y a la formación de sus directores fuera de la cueva. Aún recuerdo un anuncio en que Resines se burlaba del cine americano: un niño se hundía porque su padre no le iba a ver jugar al béisbol, o algo así. Con un topicazo yanqui, que ciertamente cansa, se iba el niño con el agua sucia porque, convenciones aparte, el lenguaje del cine se creó en EE.UU. y en inglés. Esto último significa algo, y no es baladí: los diálogos deben ser chispeantes, como en el inglés inteligente, pero no deben sonar a traducción literal. Este problema no lo ha resuelto aún la nueva hornada de la industria, adicta a la voz pasiva, al ‘se suponía’ y a los ‘¿por qué me parece?’ De todos modos, los que compiten con Corea del Sur y con Dinamarca en miniseries son aire fresco. Los otros, ¡viento fresco!