ABC 17/10/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Nunca un candidato a la Casa Blanca llevó la política al grado de vileza alcanzado por Trump
ES posible, aunque altamente improbable, que haya existido algún presidente de los Estados Unidos tan machista, misógino, soez, sobón y depredador sexual como Donald Trump. Si lo hubo, disimuló mejor o cuando menos no alardeó públicamente de sus conductas más bajas, como hemos oído hacer al candidato republicano a la Casa Blanca en un vídeo que produce urticaria. En todo caso, los tiempos cambian, llevando al cero donde siempre debió estar el umbral de tolerancia social hacia esa actitud asquerosa. Afortunadamente.
Tan obscenos son sus modos, tan grosero su lenguaje, que algunos analistas empiezan a señalar la posibilidad de que esté impostando su propio personaje hasta convertirlo en grotesca caricatura de sí mismo, con el fin de convencer a los indecisos de que es completamente imposible que gane y así desmovilizar el voto dispuesto a respaldar a Hillary Clinton, aunque sea con la nariz tapada, simplemente para cerrar el paso al Despacho Oval al magnate que presume de meter mano a las señoras guapas. No sería una estrategia descabellada, toda vez que la representante demócrata tampoco es exactamente un dechado de virtudes que inspire absoluta confianza. Pesan sobre ella oscuras sospechas de corrupción ligadas a su larga carrera en la Administración pública y a su condición de ex primera dama. Sospechas, sin confirmar, que su rival en las urnas ha convertido ya en hechos probados en el transcurso de los dos debates celebrados ante las cámaras, llegando a amenazarla con nombrar un fiscal especial con el encargo de meterla en la cárcel. ¿Se imagina alguien que algo así pueda ocurrir en la primera potencia democrática mundial? ¡Pone los pelos de punta!
La última ocurrencia de Mr. Trump, a quien su propio partido ha abandonado, dada la magnitud de sus desafueros, ha sido acusar a Hillary de drogarse antes de enfrentarse a él. Sea táctica barriobajera, sea traducción de un pensamiento real, nunca un candidato estadounidense a la Presidencia llevó la política a un nivel semejante de vileza. Porque su arrogancia de matón, la zafia agresividad que manifiesta ante su adversaria, es el colofón a una sucesión de exabruptos indiciarios que incluyen desprecio manifiesto hacia todo lo hispano, xenofobia, racismo, provocaciones sin cuento a su vecino del sur, México, y amistades sumamente peligrosas. Cercanía preocupante con un individuo como Vladimir Putin, cortado por el mismo patrón que él, bajo cuyo liderazgo Rusia ha vuelto a convertirse en una auténtica amenaza para la paz y la estabilidad en Europa, devolviéndonos a los tiempos de la Guerra Fría.
«¡Yo restauraré la ley y el orden!», proclama orgulloso en sus mítines de campaña. «¡Hagamos que América vuelva a ser grande!», arenga a las masas que compran su mercancía. Un discurso muy parecido a otros de infausto recuerdo pronunciados en alemán por un demagogo con bigotillo que llegó a ganar las elecciones antes de incendiar el Reichstag. Populismo de la peor estofa.
Es posible e incluso probable que Hillary Clinton no sea la mejor candidata que podían presentar los demócratas. Aun así, tiene a su favor una experiencia acreditada que la convierte en alguien previsible; un atributo indispensable en quien tiene acceso directo al botón nuclear. Hillary no produce miedo. Trump sí, y mucho. Su concepto de las mujeres, propio de un aspirante a macho alfa venido a menos, es solo un síntoma más de lo que esconde su cabeza bajo ese tupé teñido. Una mente delirante capaz de cualquier locura.