- La condena a Cristina Kirchner podría ser el principio del fin del peronismo. No ocurrirá tal cosa. Un país condenado a su insufrible destino. El sanchismo, por acá, se encamina hacia el irreversible hundimiento
«No bombardeen Buenos Aires/no nos podemos defender». Charly García, el dios del rock argentino, lanzó esta incendiaria súplica a finales de 1982, hace cuarenta años. El general Leopoldo Galtieri, un dipsómano atorrante, había rendido las Malvinas apenas unos meses antes, derrotado en su locura austral por los gurkas y el principito Charles. El tema de Charly se convirtió en un himno y un réquiem. Un himno de esperanza para una generación machacada y sin horizontes tras una década cruel e infame. Y un réquiem para una dictadura criminal que ya se hundía envuelta en asco y sangre.
El grito sonámbulo de Charly García se convirtió en antídoto contra los espadones, en la gran vacuna antigolpista en un país -y una región- abonado al cuartelazo. «Nunca más» fue la frase final del informe de Ernesto Sábato que, tras juicio previo, mandó a los milicos en cana. «Nunca más» se escuchó esta semana en el alegato del fiscal Diego Luciani contra Cristina Fernández de Kirchner. «Es corrupción o Justicia», sentenció tras solicitar una docena de años para la ‘señora’.
Los hijos de Perón, Perón, qué grande sós olisquean el peligro y sacan a sus hordas a la calle, aventan concentraciones iracundas, espolean a las coléricas masas
Thatcher liquidó a los generalotes y Charly los sepultó. No más uniformados al frente de un Gobierno en Argentina. Toca ahora hacer lo propio con el peronismo, no más Kirchner, no más chorros, no más chorizos en la Pampa. Quizás haya llegado el momento de dar sepultura a la mafia política más longeva del continente. Una mafia trasversal, de los montoneros a la triple A, de la extrema izquierda a la ultraderecha rampante, una patota de delincuentes, gangsters, pistoleros, una secta asesina y criminal. Los hijos de Perón, Perón, qué grande sós olisquean el peligro y sacan a sus hordas a la calle, aventan concentraciones iracundas, espolean a las coléricas masas. Se cocina ya una gran ‘pueblada‘ para ‘defender la república’, es decir, para evitar que Cristina entre en cana. Aún los jueces no han pronunciado sentencia, que se conocerá en Navidad, pero las barras bravas y los piqueteros del kirchnerismo, esos profesionales del puño y la bronca, preparan ya una ‘primavera caliente’ (allí se sale ahora del invierno).
La petición, allá, de una docena de años entre rejas para Cristina y la condena, acá, a media docena de años para Griñán, dibuja curiosos escenarios paralelos. El Gobierno de los Fernández (Alberto y Cristina) amenazan a los jueces, hostigan a los fiscales, persiguen a la prensa independiente, acorralan a quien piensan distinto. El presidente argentino, pura marioneta en manos de la lady K, ha llegado a declarar, en una apoteosis de la vileza, que espera que Luciani no ‘haga lo mismo que Nissman», el fiscal que tenía a Kirchner contra las cuerdas y que apareció muerto en su departamento, con una bala en la cabeza, tres días antes de presentar sus acusaciones contra la vicepresidenta ante el Congreso.
Allá saquearon durante doce años una provincia, Santa Cruz, la patria chica de los K. Acá se hizo lo propio durante treinta años en Andalucía, el bastión del socialismo nacional. Allá, un latrocinio de mil millones de dólares . Acá, casi 700 millones de euros de institucional rapiña. Allá acogotan a los tribunales. Acá asfixiaron a la juez Mercedes Alaya hasta quitarla de en medio. Reacciones también con curiosas similitudes por parte de los dirigentes respectivos: «Cristina es una dama honrada, nunca robó un mango, no se metió ni un peso en el bolso». «Griñán es un político honrado, no se ha llevado un euro, pagan justos por pecadores».
Acá, Pedro Sánchez inaugura el último curso político antes de las elecciones con el abrazo insoluble a los partidos que pretenden liquidar la nación. El ciclo se cierra con la misma conjura con la que empezó
A ambos lados del Atlántico ha empezado ya la campaña por el indulto. Lady K., de momento, lo rechaza porque se reclama no culpable. Incluso acusa a su difunto de alguno de los más sonados atracos. Acá, los intestinos del PSOE se remueven en forma acelerada para expulsar la condena de sus tripas y sacarle lustre al trujamán condenado. Argentina vive ahora la oportunidad de sacudirse para siempre la mayor plaga de su historia, la peste del peronismo, encarnada en una viuda enloquecida capaz de llevarse todo por delante con tal de no desmerecer en su paso a la posteridad. «La historia me absolverá», repite estos días como una posesa. Y mientras tanto, lanza a sus hooligans a destrozar los restos de una arquitectura democrática tantas veces dinamitada. Acá, Pedro Sánchez inaugura el último curso político antes de las elecciones con el abrazo insoluble a los partidos que pretenden liquidar la nación. El ciclo se cierra con la misma conjura con la que empezó.
La sentencia a lady K podría ser el primer signo de la extinción de la plaga peronista. No ocurrirá tal cosa. Medio país vive de la paguita y el otro medio, de la coima. El gran Charly, cumplidos ya los 70, deberá seguir suplicando que ‘no bombardeen Buenos Aires’ mientras una riada de descamisados enloquecidos arrastrarán los últimos vestigios de la democracia, en forma de fiscales y magistrados, por las sucias veredas de 9 de julio. En Argentina te vas diez días y cambia todo. Te vas diez años y todo sigue igual. «Es la historia de una hijoputez», al decir de un diputado dopositor.
Llegados a este punto, el paralelismo se escinde. Los senderos se bifurcan. Acá el sanchismo, lejos de eternizarse, toca a su fin. Urnas mediante, será el próximo año. Para el indigno, la fecha ya se acerca.