El atentado puede suponer también un aviso para los jeltzales. Estaría dejando claro que la raya que separa los dos bandos no está entre nacionalistas y no nacionalistas, sino entre los demócratas y los totalitarios. La no aceptación consecuente de esta realidad hace difícil alcanzar una unidad sin fisuras entre los partidos democráticos. En este asunto, la ingenuidad se ha convertido hace tiempo en hipocresía.
No me gusta especular, cuando ETA atenta, sobre sus intenciones. Creo más correcto, y desde luego más pedagógico, concentrarse en el hecho mismo del atentado. Al fin y al cabo, y por mucho que los terroristas justifiquen sus acciones apelando a las más diversas excusas, sus justificaciones son siempre, por así decirlo, sobrevenidas, elaboradas a posteriori para dotar la acción perpetrada de cierta apariencia de razonabilidad. El fin de ETA es el atentado mismo, tanto en su calidad de testimonio de la existencia de quien lo comete como en su capacidad de causar terror alrededor.
Los objetivos concretos, en cambio, son, en el fondo, aleatorios y arbitrarios. Y lo son tanto más cuanto que ETA ha ido ampliando de tal modo el espectro de sus enemigos que cualquiera que de éstos le venga a mano en un momento dado puede servirle para alcanzar el fin último que persigue: propaganda para sí y miedo para los demás. ¡Qué mejor, para conseguirlo, que atentar en una fecha tan señalada como la de Nochevieja, con un método tan espectacular como el del coche bomba y contra un edificio tan emblemático como el de EITB!
Con todo, tampoco es procedente cerrar los ojos a la realidad. Al elegir como objetivo de este atentado la televisión y la radio públicas vascas, ETA ha querido, sin duda, enviar un mensaje, cumplir una amenaza y ejecutar una venganza. Todos ellos muy claros y concretos. La elección habrá sorprendido a no pocos ciudadanos. Ni se les habría pasado por la cabeza pensar que EITB estuviera entre las prioridades de los terroristas. Sin embargo, hace ya tiempo que ETA incluyó los medios audiovisuales públicos de nuestra comunidad en la lista de sus posibles objetivos.
Sus directivos han merecido ser señalados, con nombres y apellidos, en los boletines internos de la organización -los famosos ‘zutabes’-, acusados de manipular la información y, en el fondo, de traicionar la causa de Euskal-Herria. Y es que EITB, pese a las críticas que se le hagan por su supuesto sesgo gubernamental y nacionalista, es, como cualquier otro medio de comunicación comprometido con la veracidad y con la democracia, un enemigo cualificado de los terroristas. No conviene confundir a la población en este punto ni extender nunca las críticas más allá de lo justo y razonable. Para ETA, EITB ha sido anteayer lo mismo que hace unos meses fue EL CORREO: una voz incómoda que denuncia y deslegitima, desde sus particulares convicciones y compleja pluralidad, tanto las acciones criminales como la ideología totalitaria de la banda que las perpetra.
Pero quizá haya algo más en este atentado que, aun a riesgo de especular en demasía, no convendría pasar por alto. Para ETA, en su peculiar concepción de la realidad, EITB, al igual que la Ertzaintza, es mucho más que una institución gubernamental. Si la Ertzaintza es el brazo armado represor del PNV, EITB representa su particular instrumento de propaganda. No sería, por tanto, de excluir que el atentado suponga también un aviso para los jeltzales. Sabemos que ETA lleva tiempo barajando la conveniencia de atentar directamente contra ellos. De momento, se había limitado a golpear en sus aledaños. Ahora les estaría mandando el mensaje de que nadie es inmune. El enemigo es simplemente «el otro», cualquiera que sea su doctrina o condición.
De este modo, ETA revelaría, una vez más, su verdadero rostro. Estaría dejando claro que la raya que separa los dos bandos no es la que discrimina a nacionalistas y no nacionalistas, sino la otra más profunda que pone de un lado a los demócratas y, del otro, a los totalitarios. Es algo que muchos sabíamos desde hace tiempo. Pero las resistencias a aceptarlo y, sobre todo, a interiorizarlo son todavía muy fuertes en ciertos ámbitos. De hecho, la no aceptación consecuente de esta realidad es la que hace tan difícil alcanzar una unidad permanente y sin fisuras entre los partidos democráticos. Atentados como el de anteayer deberían servir, por tanto, para que todos nos hagamos cargo de la verdadera naturaleza del enemigo al que nos enfrentamos. En este asunto, la ingenuidad no es ya ingenuidad, sino que se ha convertido hace tiempo en hipocresía.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 2/1/2009