Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Escuchando la verborrea de la pareja Sánchez y Díaz, me sentía como Tamames

El truco viene de la era Zapatero y la que lo practicó con más entusiasmo y solvencia técnica fue Leire Pajín. Consistía en no callar ante las interpelaciones del adversario político. Nada de rebatir las críticas que éste esgrimía a su propia gestión con datos o argumentos. De lo que se trataba era de neutralizarlo a base de ruido, de una apabullante y banal verborrea. Para esa escuela del marketing populista, que no era otra que la de Hugo Chávez y que tenía en éste su más acabado modelo, ‘callarse era perder’. Esa es exactamente la consigna que adoptaron Pedro Sánchez y Yolanda Díaz durante la moción de censura: recurrir, no ya a lo que antes se denominaba la artillería retórica, sino a lo que ahora podría llamarse la apisonadora fonética: Sánchez llenando esas tres horas largas que se tomó con una absoluta fidelidad al guión de ‘adónde vas, manzanas traigo’ y regalando más de una hora a Yolanda Díaz para que ésta, a su vez, se atribuyera como méritos de su gestión esos ERTE que nunca ha sabido ni siquiera explicar ante los medios y que no eran suyos sino de Fátima Báñez y de la reforma laboral de 2012.

La apisonadora fonética, sí. Basta que Tamames pidiera de manera reincidente poco menos que compasión por el mitin al que le estaban sometiendo (esa irónica invocación al método Ollendorff), para que ambos se sintieran aún más eufóricos, pletóricos y energéticos. Y es que uno no puede evitar la sensación de que esa sesión fue un alarde de sadismo, una moción más de tortura que de censura; una exhibición obscena de fortaleza física frente al nonagenario agotado y exhausto: ‘Ya que no te podemos ganar con argumentos, te ganamos a base de puro aguante físico’.

No. No es una cuestión de edad. No estoy diciendo que a Tamames se le debía haber dado un trato especial por los años que tiene y convertir éstos en una ventaja en el debate parlamentario. Como tampoco pensé, cuando se anunció su comparecencia en la Cámara Baja, que ésta era una desventaja. Lo que digo es que Tamames somos todos. Yo escuchando la verborrea de esa pareja me sentía como Tamames. Me identificaba absolutamente con esa expresión de consternación perpleja ante quien no calla y ante quien es capaz de invocar con desfachatez el respeto a las instituciones cuando él es en sí mismo un desafío institucional. No sé si Abascal ganó algo con esta iniciativa, que, por otra parte, no tiene nada de sorprendente porque ejemplifica el viaje que muchas gentes de la izquierda comunista de ayer han hecho en estos años hacia la derecha liberal. Antes que Tamames fueron Antonio Escohotado, Cristina Alberdi, Gustavo Bueno… Con lo que no estoy de acuerdo es con que Sánchez saliera ganando. ¿Ganando por qué? ¿Por tiempo?