ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN

El domingo hay que ir a votar en masa para impedir que repita el peor presidente de nuestra historia

SI algo han demostrado los debates televisivos es que Pedro Sánchez no da, ni de lejos, la talla exigible a un presidente de Gobierno. No tiene en la cabeza los datos de su propio programa electoral ni tampoco los referidos a las grandes cuestiones de Estado, como demuestra el hecho de que ni siquiera con las cámaras enfocándole fuese capaz de hilar una sola intervención sin leer la correspondiente chuleta. No tiene más argumento que el recurso fácil de acusar a sus adversarios de mentir, aunque únicamente él fuese pillado en un embuste flagrante al presentar la carta de queja de un ciudadano particular como «lista negra» elaborada por la Consejería de Sanidad andaluza. No tiene la menor capacidad dialéctica, ninguna en absoluto, lo que resulta terriblemente inquietante si pensamos en que se trata de nuestro máximo representante en las instituciones internacionales donde es menester defender los intereses de España. No tiene el valor ni la educación de mirarnos a los ojos y dirigirse directamente a nosotros, los gobernados, sino que baja la mirada y rehúye el contacto visual, alternando una actitud chulesca con el gesto característico de quien está acobardado. No tiene el coraje de reconocer sus propios hechos, como el pacto con separatistas que le llevó a La Moncloa o el que suscribió con Torra aceptando la humillación de un mediador para Cataluña… En definitiva, le viene inmensamente grande el traje de jefe del Ejecutivo, incluso cuando le amañan el combate diseñando el temario, los tiempos y las preguntas a su medida, además de salir la moderadora en su auxilio como ocurrió, más de una vez, en el encuentro de Atresmedia.

La posibilidad de que se proclame vencedor en las urnas un candidato socialista tan hueco, tan inane, tan desprovisto de atributos intelectuales o morales, tan inferior a cualquiera de sus oponentes, sea cual sea el parámetro por el que se les mida, únicamente obedece a una razón: la división del centro-derecha en tres partidos, dos de los cuales cometieron el martes el grave error de evidenciar sus desavenencias ante más de ocho millones de espectadores. Los desastres que puede acarrear la fragmentación del PP y la fortísima irrupción de Vox en el escenario están todavía por ver, pero amenazan con ser irreparables. Porque, aunque la formación de Abascal parezca irresistiblemente atractiva a un elevado número de españoles, no son menos quienes la ven con espanto y todos irán a votar el domingo, la mayoría al PSOE, con el fin de cortar el paso a lo que consideran la ultraderecha. Es una realidad que constatan las encuestas y se palpa en las conversaciones. La radicalización de la política y la aparición de Vox han movilizado a esa izquierda tradicional descontenta con la deriva antiespañola del sanchismo hasta el punto de abstenerse en Andalucía, que en esta ocasión, empero, no correrá el mismo riesgo.

Es de esperar por tanto una participación muy alta, todavía susceptible de deparar alguna sorpresa. Si hemos de dar crédito a los sondeos todo el pescado está vendido y Sánchez gobernará inexorablemente con el apoyo de Otegui, Junqueras, Puigdemont e Iglesias, pero si la euforia de los voxistas demuestra estar justificada, acaso su entrada triunfal en el Congreso no se produzca a costa del descalabro total del PP y/o Ciudadanos y muerdan algo en otros caladeros. Por eso hay que ir a votar en masa. Para armar una mayoría capaz de impedir que repita el peor presidente de nuestra historia.