EL CORREO 09/04/14
TEODORO LEÓN GROSS
Nada de épica ayer en el Congreso, como era previsible. La sesión para debatir el referéndum de independencia de Cataluña se quedó en nivel clinic universitario de oratoria. Los promotores, aunque sobrados de fanatismo, van muy flojos de discurso. Su mensaje es que nada va a detener el proceso, ni la ley ni la razón. Así las cosas, todo esto era una farsa institucional y su mejor baza pasaba por convertir el debate en una sesión de tercera, con actores de reparto y discursos mediocres para evitar un desastroso desfase del decoro aristotélico. Eso se hizo. De haberse planteado como un debate trascendental, con grandes oradores y piezas muy elaboradas, todo habría resultado absurdo. En definitiva la estrategia catalana no se apoya en la ley, los valores constitucionales o siquiera la razón, sino en el fanatismo emocional, la gestualidad líquida, el marketing, la propaganda, los eslóganes del Free Catalonia y toda esa faramalla retórica. Con eso, no hay modo de pasar la prueba del algodón de un gran debate parlamentario. «Votaremos igual», aclaraban. O sea, el debate era un trámite vacío: la razón y la ley no es su marco. Visto con perspectiva, Ibarretxe era un legalista al lado de estos patanes; fanático también pero al menos respetuoso con las instituciones. La oclocracia catalana –chusma en el poder, según el viejo concepto griego– ayer quedó retratada.
No es fácil adivinar el desenlace del proceso catalán, porque en definitiva se pueden hacer análisis lógicos de procesos lógicos, pero no de procesos irracionales. Este es el problema. Cuando dicen «se trata sólo de conocer la voluntad de los catalanes», la respuesta es «falso, se trata de conocer la voluntad de los españoles». Despedazar España afecta a toda España. Lo suyo sería un referéndum en todo el país valorando el resultado en Cataluña y en los demás territorios. Por supuesto ahí se les desmonta su estrategia. Todo esto requiere reinventar impúdicamente la historia –el 300 aniversario de la Guerra de Sucesión es el marco ideal para una épica ficticia con mucho despliegue de 1714 en el Camp Nou– y crear el topoi ‘España nos roba’ o finalmente ‘España no nos sirve’. Se ha utilizado el descontento social de la crisis para caldear ese hervidero emocional con fondos públicos. Hay dictaduras bananeras sin ese descaro: la Generalitat ha usado su propia incompetencia para vender el malestar; ese victimismo que es el nutriente natural del nacionalismo, como sostiene el politólogo Tzvetan Todorov. Hay un paralelismo paradójico con el laboratorio moral del Barça, al vulnerar las normas pero proclamar que hay una persecución si son sancionados. En definitiva, su táctica es situarse por encima de la ley. Ese es el desenlace de ayer: invitar a desistir del debate en el marco legal, porque van a pasarse la ley por la fuente de Canaletas.