Baudelaire debía tener uno de sus muchos días lúgubres cuando escribió que ninguna mano inocente podía siquiera tocar un periódico sin experimentar un estremecimiento de disgusto. Magnificar la prensa, que ni detenta tanto poder como se cree ni es tan inocente como a veces se presenta, es pecar de miopía política. Escribir en los papeles, adaptación del inglés papers, no deja de ser superfluo y, por tanto, efímero y sin mayor relevancia. Pero a los políticos les parece que lo que hacemos quienes nos entregamos a este oficio es susceptible de ser observado, supervisado, corregido o ¡ ay! censurado. Que influimos más de lo que aparentamos. Que somos peligrosos, en una palabra. Para acabarlo de arreglar, no son pocos los periodistas que gustan de ejercer de políticos, así como también son habituales los políticos a los que les gusta dictar editoriales. El mismo Pujol, que se hacía él mismo las entrevistas – ver las memorias de Lluís Foix, ex director de La Vanguardia, que lo explica de manera jugosamente inquietante -, afirmaba que preferiría perder todas las competencias de la Generalitat antes que perder TV3. Escribir al dictado no es hacer periodismo, es hacer un publi reportaje, creemos.
Servidor ha sufrido no pocas injerencias de algunos políticos a lo largo de su provecta existencia profesional y, francamente, son molestas, inservibles y, en no pocas ocasiones, ridículas. Los “consejos” que pretenden influenciar nuestros escritos me recuerdan a aquel fiscal que enjuiciaba a un dibujante de El Papus, al que le decía enervado “¿Qué quiso decir cuando escribió pene y testículos, eh?”, a lo que el acusado, afirmando que quería decir solo eso, se anonadó ante la furibunda réplica del acusador que, cual inquisidor con hemorroides, gritó “¡No, lo que pretendió usted decir fue picha y cojones!”. Verídico.
De ahí que las regañinas provenientes de los políticos parezcan d’habitude divertidos argumentos de ópera bufa a las que no tenemos más remedio que responder con la ironía del reo que, subiendo los escalones del patíbulo, advirtió cortésmente al verdugo que fuera con mucho cuidado, porque la mañana se presentaba lluviosa y, con aquel tiempo, igual se le escapaba el hacha cortándose un dedo. Dicho esto, creo de todo punto miserable, digno de la cochambre intelectual más profunda, que se amenace a un periodista desde el Gobierno como ha sucedido hace poco con Eduardo Inda, que una cosa es reñir y otra poner una diana en la espalda a un compañero. Al lado de tamaña enormidad, hablemos también de lo dicho por Cayetana Álvarez de Toledo hacia la Sexta y lo respondido por Antonio García Ferreras. Se queja la líder popular de la línea editorial de la cadena, claramente de izquierdas, obviando que ahí se da juego a todas las voces, incluida la de un servidor. Calma. La Sexta dice lo que quiere, como todos los medios privados, unos más que otros, y ahí tienen ustedes los panfletos separatistas dirigidos por personajes como la Bienpagá y similares. Cada terra fa sa guerra, decimos en Cataluña y bien está que existan cadenas de izquierdas, de derechas, de centro e incluso medio pensionistas. Otra cosa son las teles públicas, pero eso son otros Garcías.
Creo que Cayetana se ha equivocado al arremeter contra un canal privado, porque su queja puede equipararse a la de los podemitas y eso es un error político de bulto. Siempre habrá quien considere que en la Sexta se habla poco de los ERES, de la misma manera que hay quien opine que en otros medios se menciona mucho menos de lo debido el pin parental o la Gürtel. Si la risa va por barrios, la opinión, también.
Sería buena cosa que se aceptase con fair play que el periodista tiene que decir lo que crea y el político debe asumir con estoicismo digno de un bogavante en el acuario de una marisquería lo que digan de él. Va en el sueldo. La prensa es siempre el dedo indicador, según Víctor Hugo, sea de un color u otro, y he ahí la base de cualquier sistema democrático, aceptar que se diga lo que se piensa y no lo que este político o aquel piense que se ha de decir. Como irreverente profesional, defiendo esta tesis a capa y espada, de la misma manera que también defiendo irse después a compartir el aperitivo, práctica en desuso que indica lo degradada que está nuestra civilización. En el caso de Antonio y Cayetana, pago yo. Aprovéchense, que esto no pasa todos los días.
Y, por favor, no disparen al periodista. Bastante tenemos con lo nuestro.