Conocemos el mismo día que la gran esperanza blanca del constitucionalismo catalán en tiempos, Albert Rivera, ha pedido la cuenta en el bufete Martínez-Echevarría donde iba a emplear el tiempo que le dejara libre Malú y que Pablo Casado daba entrada a Isabel Díaz Ayuso en el final de la campaña de Castilla y León, quizá por las encuestas. Las últimas noticias dan cuenta de que Mañueco no es Ayuso, que el domingo no va a rondar la mayoría absoluta y que solo podría gobernar con Vox en el mejor de los casos.
El PP desdeñaba la posibilidad con la expresión más estúpida de esta campaña. Y de otras: “Si hay que repetir las elecciones se repiten”. Casado y su brazo muñidor pensaron tal vez absorber a Ciudadanos y hacerlo por sus propios méritos, descartando el factor Ayuso. No hay tal y Mañueco ha pedido sopitas a la presidenta de Madrid, aunque quizá demasiado tarde para que su sola presencia conjure todos los malos efluvios. Y aún así su mitin en Valladolid ha descalificado las posiciones de Casado, con una invitación bastante clara a “entenderse con el partido de Ortega Lara y no con el partido que pacta con quienes lo secuestraron”. O sea, que en el mejor de los casos, Casado tendrá que comerse su inquina contra Vox. En el peor no podrá gobernar, ya me dirán qué plan para esa soñada sucesión de alfombras, Madrid, Valladolid, Sevilla, camino de La Moncloa. No es de extrañar que los barones empiecen a mirarlo con sospecha, más como problema que como solución, más como condena que como esperanza.
“Todo lo sólido se desvanece en el aire” escribieron Marx y Engels en el ‘Manifiesto comunista’ (bueno, escribirlo lo escribió Engels aunque lo firmasen los dos) y Marshall Berman aprovechó la frase para titular un excelente ensayo sobre las experiencias de la modernidad. He aquí un título que definiría bastante este momento de la democracia española, harta de aquel bipartidismo de los viejos tiempos que habíamos decidido cambiar por la regeneración en aquella presentación del follonero en forma de cara a cara entre Pablo Iglesias y Albert Rivera en el bar suburbial de Barcelona ‘Tío Cuco’.
La regeneración era esto, pero no hay vuelta atrás; los viejos partidos no son ya los de Aznar y González, sino los de Casado y Sánchez; Ciudadanos camina hacia su pacífica disolución y a la “mejor ministra de Trabajo de nuestra historia”, al decir de la coalición que desgobierna esto le tiene que meter el gol de la reforma laboral un defensa de la oposición con la ayuda de Meritxell Batet, que será profesora de Derecho Constitucional, pero no sabe interpretar el Reglamento del Congreso. Rivera no se ha revelado como un estajanovista, según el dicterio, asombrosamente duro del despacho en el que trabajó, pero es impresionante el exhibicionismo laboral de Yolanda Díaz: “Me acosté muy tarde el jueves, me levanté temprano el viernes y sigo trabajando (el lunes)”, decía hecha un brazo de mar. Y solo hemos hablado de primeras figuras, no escarbemos en las Monteros, Belarras, Garzones y otras escorias intelectuales. Con permiso de Berman no es que lo sólido se nos esté desvaneciendo en el aire. El problema es que no había nada sólido.