GABRIEL ALBIAC – ABC – 05/09/16
· No, no es el Gobierno, idiotas… Es el Estado. O sea: nuestra supervivencia. La vuestra también, por cierto.
No es el Gobierno, ahora, lo que está en juego. Por el Gobierno–tanto me da de unos como de otros– no malgastaría yo cinco segundos de mi vida. Ni afrontaría, desde luego, el humillante engorro de desplazarme para hacer don de una papeleta a gentes de intelecto obtuso y a las cuales, en lo moral, desprecio. Sin demasiadas distinciones.
Un Gobierno es, en una sociedad moderna, una instancia técnico-administrativa. Eso sólo. Por ello su potestad real queda tan acotada. Por Parlamento y jueces: por fabricantes de ley y ejecutores de ley. La ley fija los límites del juego. Un Gobierno viene a ser, así, una ampliación del tejido funcionarial en su vértice decisorio, sometida a los controles que impidan su emancipación despótica.
A eso llamamos «división de poderes»: al equilibrio de fuerzas contrapuestas. A eso llama Europa democracia. Y al campo estable que resulta de tal composición llamamos Estado, para dar razón del modo en que los vectores de los intereses particulares no basculen hacia la guerra civil de todos contra todos.
Porque es ésa la clave. Los discursos utópicos fingen una humanidad angélica, susceptible de ser armonizada sin conflicto, una vez liberada de su ignorancia. Y, si el conflicto retorna, sólo a una patología lo atribuye. Que debe ser curada o amputada. Tal es la lógica de los totalitarismos. No nacen por azar o por milagro.
Son hijos de una descomposición de Estado que no fue detectada a tiempo. Nadie quiso ver en el caos de la Alemania de entreguerras otra cosa que una inestabilidad crónica en el Gobierno. Cuando unos pocos pensadores plantearon que el Estado mismo se había desintegrado, Hitler estaba ya llamando a la puerta. Sabemos el precio.
Más cerca de nosotros. Francia, 1958. No era el Gobierno lo que estaba en crisis cuando el General De Gaulle echa el cierre a una IV República que había acumulado veinticuatro Gobiernos en doce años. La V República será un nuevo Estado, cuya Constitución salva a Francia de despeñarse en el último instante. Y cuya normalización –con todos los conflictos que son consustanciales a cualquier sociedad humana– garantiza una continuidad política de ya más de medio siglo.
Los Gobiernos pasan, el Estado permanece. Si es que el Estado ha sido adecuadamente codificado. Al cabo, todo reposa sobre un axioma que, en el siglo XVII, pone en marcha el inmenso avance que será la Europa moderna: «la libertad es virtud del individuo; la seguridad es la virtud del Estado». Sin la segunda, la vida del individuo, de todo individuo, sería sólo supervivencia en la selva; hablar de libertad ahí es un hiriente sarcasmo.
El drama de España hoy es ése. El Estado se deshace –en lo social, lo territorial, lo económico…–, mientras que los grandes partidos se acuchillan por naderías de Gobierno. Respetables en tiempos normales. Criminales, cuando todo está ya a punto de saltar por los aires. No, no es el Gobierno, idiotas… Es el Estado. O sea: nuestra supervivencia. La vuestra también, por cierto.
GABRIEL ALBIAC – ABC – 05/09/16