Isabel San Sebastián-ABC
- Don Juan Carlos regresa a una España ingrata, empeñada en demoler la Transición que él pilotó
Don Juan Carlos regresa a su casa, de donde nunca debió marcharse. Regresa a su patria, a la que ha prestado servicios de un valor muy superior al de los errores cometidos. Regresa a una España no solo ingrata, sino empeñada en demoler lo mejor de su reciente historia, en un intento patético de reescribir lo acontecido en los términos que habrían gustado a quienes ocupan el poder. Una España gobernada por resentidos y sectarios que reniegan de esa formidable obra política llamada Transición, a cuyo éxito contribuyó decisivamente el Rey Emérito, piedra angular del proceso. Ellos, los integrantes de Frankenstein, detestan reconocer que, unidos, logramos pasar de la dictadura a la democracia a través de la Ley y la voluntad ciudadana, sin más sangre que la derramada por los terroristas, y pretenden convencernos de que habría sido mejor imponer su modelo cainita. Por eso se ensañan con el piloto de esa feliz travesía.
Don Juan Carlos tiene perfecto derecho a visitar Sangenjo, Madrid o cualquier otro lugar de su país. No pesan sobre su cabeza causas pendientes con la Justicia ni mucho menos condenas, por más que algunas de sus conductas disten de ser ejemplares. Nadie mejor que él sabe cuál es ahora su deber y el mejor modo de ayudar al Rey Felipe, irreprochable en el desempeño de su altísima responsabilidad. Sería injusto presuponer que vaya a fallarle como padre e ingenuo dar por sentado que desapareciendo lo proteja. Porque el Emérito es solo la posadera que recibe la patada destinada a la institución. La columna más débil de un edificio llamado Monarquía parlamentaria, bajo cuya sólida techumbre descansa la unidad indisoluble de la Nación española consagrada en la Constitución, que residencia asimismo la soberanía nacional en el conjunto del pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado.
Los socios de Pedro Sánchez reniegan de esa Carta Magna y por ende de la Corona, cuyo titular es el garante último de su cumplimiento. Ya nos dijo Pablo Iglesias, gurú fundador de Podemos, que la madre de la democracia era la guillotina. A saber si lo decía en sentido figurado o literal… En todo caso, sus acólitos atacarán con toda su artillería mediática a cualquiera que se siente en el trono, con pretextos o sin ellos. Y otro tanto harán los separatistas empecinados en regresar a las taifas. Lo insólito es que el Partido Socialista, antaño obrero y español, se haya sumado a la ofensiva encabezado por un líder cuya ensoñación narcisista es ocupar el lugar reservado al Rey, tal como ha demostrado con varios actos fallidos que dejan al descubierto su desmesurada ambición. Mientras él y sus secuaces sigan al frente de España, lo mejor que puede hacer Don Juan Carlos es servir de parapeto a su hijo.