- No escuchar o despreciar el mensaje que están enviando los ciudadanos europeos solo conseguirá que cada vez se escuche con más fuerza
Esta noche mediremos la magnitud del triunfo en las legislativas francesas de Reagrupamiento Nacional, el partido de Marine Le Pen. Las encuestas publicadas hasta ahora indican con pertinaz unanimidad que el antiguo Frente Nacional puede doblar fácilmente sus resultados de hace dos años y pasar de un 18 % de voto a más del 36 %. Ya sabemos que la segunda vuelta, dentro de una semana, va a corregir el resultado, pero aparentemente los franceses le han perdido el miedo a esa opción política. Desde la oposición, Marine Le Pen ha conseguido hacer con su partido lo mismo que Meloni está haciendo desde el gobierno con el suyo, limpiarlo de herencias tóxicas y convertirlo en una fuerza política homologable, si no para sus rivales, sí para una gran parte los ciudadanos.
Como todo favorito electoral que se enfrenta a la tarea de embridar un déficit público de más de 5 %, el previsible triunfador de esta noche, Jordan Bardella, se ha cuidado mucho de dar detalles de su programa electoral, pero me he fijado en algunas de sus propuestas: rebajar la edad de jubilación para volver a los 62 años, eliminar el impuesto de la renta para los menores de 30 años o gravar a las compañías navieras y a las eléctricas por los llamados «windfall profits», los beneficios caídos del cielo. No sé a ustedes, pero a mí no me parecen medidas de extrema derecha. Me suena a gasto público y a proteccionismo.
Es difícil acertar en la solución de un problema si se falla en el diagnóstico y el abuso del término extrema derecha por parte de la izquierda y de los medios de comunicación nos está impidiendo ver la realidad de un fenómeno que no es más que el resurgir del viejo, conocido e inquietante nacionalismo. Es oír la palabra extrema derecha y se activa el tic de la superioridad moral de los bien pensantes con su habitual corolario de los cordones sanitarios. ¡Qué fácil es dictar una fatwa para evitar afrontar la realidad! Pero esa descalificación genérica chirría ante disonancias como que Alice Weidel, la líder de Alternativa por Alemania, sea una mujer abiertamente feminista y homosexual o que el nuevo partido de extrema derecha antiinmigración sea una escisión de los viejos comunistas de Die Linke. La base electoral de Le Pen o Meloni no está en los barrios chic de París o Milán, sino en los tradicionales feudos de la izquierda.
Juntar en una misma coctelera el rechazo a las políticas medioambientales, a los inmigrantes, a la agenda 2030, o incluso a la propia Unión Europea, no se puede explicar desde la racionalidad sino desde la emotividad, desde el temor que hoy comparten muchos europeos de ver su identidad y sus intereses amenazados por políticas que perciben como impuestas desde fuera.
Seguir hablando de extrema derecha para no afrontar la realidad del auge del nacionalismo puede ser un gravísimo error porque la primera es una ideología, pero el segundo es un sentimiento. No escuchar o despreciar el mensaje que están enviando los ciudadanos europeos solo conseguirá que cada vez se escuche con más fuerza, como esta noche en Francia.