EL MUNDO 08/12/14
SANTIAGO GONZÁLEZ
La grosskoalition es una de esas cuestiones que ningún político medianamente responsable puede dejar de considerar como probable, aunque nadie que no sea algo gilipollas la reclamará públicamente.
El pacto con el PP lo niegan todos. Patxi López, antes y después de su lehendakaritza. Artur Mas, ese hombre, negó ante notario y sobre la tumba de Guifré el Pilós, aunque eso no le impidió acordar con Alicia Sánchez-Camacho un pacto de legislatura, concretamente la 2010-2012. Hay que decir en su favor que, incapaz de mantener mucho rato su palabra, hacía los mandatos más cortos.
El papel relevante que otorgan las encuestas a Podemos plantea un problema de gobernabilidad considerable a partir de las generales de 2015, pero ninguno de los dos grandes partidos admitirá la posibilidad de hacer frente a la situación mediante una coalición PP-PSOE antes de tiempo, por muy convencidos que estén de su necesidad y aunque se lo sigan recomendando los empresarios.
Pedro Sánchez y su equipo tratan de proyectar la imagen de los próximos ganadores con más voluntad que acierto, razón por la que se diferencian con el mismo empeño de tirios que de troyanos, del PP y de Podemos. Bueno, con el mismo no. Los jefes niegan lo que las bases admiten sotto voce y pregonan por las tertulias: que podrían pactar con los de Iglesias.
Ponen mucho más énfasis en negar lo del PP; hasta se santiguan y rechazan la idea por una cuestión de higiene: ¿Cómo vamos a pactar con el partido de la Gürtel?, dice la formación de los Eres. También les asisten razones programáticas: ellos consideran indispensable e irrenunciable la reforma de la Constitución en un sentido federal, cuestión cuya dificultad planteaba Sosa Wagner mediante un sencillo ejercicio intelectual. Que todo partidario de la reforma disponga dos columnas. En la de la izquierda escriba el texto articulado de la Constitución realmente existente. Y en la de la derecha, los artículos que propone como alternativos a los que figuran en la columna de la derecha, desde el Artículo 1º hasta la Disposición Adicional.
Luego están los hechos. No sólo que Sánchez invoque la palabra reforma como si ella misma fuera un santo remedio, sin necesidad de concretar en qué piensa exactamente y sin tener en cuenta que algunos de los problemas básicos de la democracia en esta hora pueden resolverse sin necesidad de tocar la Carta Magna. Un suponer, el cambio de la Ley Electoral.
Lo más extraordinario de todo es que Young Sánchez sostenga la idea de un inconcreto federalismo remedial como solución mágica a los problemas territoriales de España y no haya mantenido una conversación con Iñigo Urkullu o con dirigentes relevantes del PNV, una de las expresiones clásicas del problema. Cierto que podrían haberse reunido a cencerros tapados, con perdón por lo semoviente de la metáfora, pero parece harto improbable. En Euskadi todo el mundo está al cabo de la calle de lo que hace todo el mundo.
Habrá grosskoalition si las circunstancias lo aconsejan, pero todavía no es la hora.