ABC-IGNACIO CAMACHO
Si la coalición en ciernes cuaja a medio plazo, lo de menos va a ser que el déficit quede unas décimas arriba o abajo
SI el acuerdo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias fuese una mera cuestión de política presupuestaria, su criticado carácter expansivo formaría parte de la lógica de la alternancia. Es un axioma clásico del sistema turnista que la derecha ahorra y la izquierda gasta, que los socialistas suben los impuestos y los liberales (salvo que sea ministro Montoro) los bajan, o que se sucedan gabinetes que cuadran el déficit y otros que lo disparan. Todo eso es relativamente normal en los países de estabilidad asentada donde los relevos en el poder son un síntoma de salud democrática y sus correspondientes cambios de prioridades se producen sin grandes quiebras de confianza. El problema es que esta alianza se extiende a proyectos que superan de largo la materia económica rutinaria para convertirse en una suerte de contrato-programa, un pacto ideológico con pretensiones de sustituir las bases de la cohabitación política por un statu quo de hegemonía sectaria.
De hecho, ninguno de los dos partidos firmantes tiene seguridad –ni puede tenerla en este momento– de que salga adelante el teórico objetivo común del presupuesto. Lo que les importa es la voluntad de constituir un bloque de largo aliento al que pretenden incorporar al nacionalismo en pleno. Un esquema frentepopulista que recuerda al de Zapatero con la diferencia de que el liderazgo de éste tenía mucho más peso, toda vez que el PSOE ocupaba con comodidad un espacio que ahora le disputa Podemos. Pero al igual que entonces, se trata de establecer en torno al centro-derecha un perímetro de aislamiento que lo estigmatice ante la sociedad como una rémora del progreso. La novedad esencial consiste en que los socios del Gobierno mantienen contra la Constitución una posición de antagonismo abierto. Y que, por primera vez desde la refundación de la democracia, el socialismo se alinea de modo expreso junto a los enemigos declarados del sistema, de la Corona y/o del modelo de nación única y soberana en el marco europeo.
Es un error, por tanto, enfocar la crítica del compromiso presupuestario desde la discrepancia contable o desde sus posibles efectos indeseados sobre una desaceleración que hasta para el Ministerio de Economía ofrece ya indicios claros. La subida fiscal o el incremento del gasto son medidas opinables que al fin y al cabo todo Ejecutivo tiene margen para gestionar según su ideario. El asunto esencial que está en juego es político y tiene que ver incluso con la forma y la naturaleza del Estado, sometido a la presión simultánea de fuerzas que lo quieren romper o tomar al asalto. Es éste el aspecto que la oposición parece no haber contemplado: el de la debilidad estructural de un régimen asediado cuya cúpula de poder actúa como caballo de Troya de sus adversarios. Si la coalición en ciernes cuaja a medio plazo, lo de menos va a ser que el déficit quede unas décimas arriba o abajo.