Jesús Cacho-VOZPÖPULI

Domingo de infarto. Hoy se juega en Francia el futuro no solo del país vecino, envidia tantas veces, en tantas cosas, del español de a pie, sino el destino del proyecto europeo, naturalmente del euro, y hasta de eso que hemos dado en llamar genéricamente “Occidente” y su sistema de valores. No es exageración. Lo que ocurra hoy en Francia tendrá un extraordinario reflejo en lo que tenga que ocurrir en una España que vive uno de los momentos más bajos de su reciente historia. Segunda vuelta de las legislativas galas. Los dos extremos frente a frente: La derecha radical de Marine Le Pen (33,2% en primera vuelta), frente al Nuevo Frente Popular (NFP) de Jean-Luc Mélenchon (28,1%), la extrema izquierda islamista, antisemita y pro Putin. En medio, la “macronía”, ese magma difuso de centro, hoy en desbandada, que desde 2017 ha capitaneado Emmanuel Macron, ese ridículo Napoleoncito que ha situado a Francia ante la peor de las disyuntivas posibles: la de tener que elegir entre lo malo y lo pésimo. Un “supercentro centrado” llamado, en efecto, a ejercer de árbitro, y que podría inclinar la balanza de uno u otro lado. Porque no está ni mucho menos clara la victoria del Reagrupamiento Nacional (RN) lepenista que hoy comanda el joven Jordan Bardella como candidato a primer ministro. Todo dependerá de hacia qué lado se incline ese 21,2% de voto que en la primera vuelta apoyó a la coalición centrista Ensemble (Juntos), sin olvidar la bolsa de votos de Los Republicanos (10,2%), la vieja derecha gaullista que se negó a seguir a su líder, Éric Ciotti, en su viaje hacia RN, convencido de la necesidad de unir a la derecha francesa para derrotar a la extrema izquierda.

Muchas voces han denunciado estos días la alianza “ante los ojos asombrados de millones de franceses” entre Macron y Mélenchon, el líder de La Francia Insumisa (LFI) que parte el bacalao en el NFP, de cara a esta segunda vuelta, según la cual los candidatos de Ensemble que el pasado domingo quedaron en tercer lugar en sus respectivas circunscripciones se han retirado para allanar el camino de los del Frente Popular y facilitar así la victoria de la extrema izquierda. Por increíble que parezca, un tercio de los franceses parecen dispuestos a apoyar un programa que propone 236.000 millones de gasto público (entre 8 y 9 puntos del PIB francés) adicional, asociado a aumentos masivos de impuestos, algo que asfixiaría la economía productiva causando el pánico en los mercados financieros y provocando el default automático de Francia. Un programa que prevé el abandono del pacto de estabilidad presupuestaria europeo, la congelación de precios, el fin de los acuerdos de libre comercio o incluso el control estricto de alquileres, medidas todas que allí donde se han aplicado solo han traído miseria. Un programa que propugna la regularización masiva de inmigrantes ilegales, el aumento de los flujos migratorios, la abolición de las medidas anti okupa e incluso la liberación de miles de delincuentes para aliviar la superpoblación carcelaria, pero que sin duda contribuiría a exacerbar los problemas de inseguridad y a acelerar la partición cultural del territorio galo, hoy ya poblado de guetos donde ni la policía se atreve a entrar… Pero, ¿es esto posible? ¿Cómo se pueden votar tales cosas? ¿Se han vuelto locos estos franceses? No, no se han vuelto locos. Es un pésimo programa desde todos los puntos de vista, pero tiene una cualidad imbatible: es de izquierdas. Y para una izquierda convertida toda en “extrema”, en París y en Madrid, bien vale el sacrificio de décadas de ruina económica, devastación social, escasez y fuga de capitales y de cerebros si con ello se evita el triunfo de la derecha lepenista, si con ello se cierra la puerta a la llegada de Bardella a Matignon. Puro islamo-lenino-marxismo made in Mélenchon.

¿Se han vuelto locos estos franceses? No, no se han vuelto locos. Es un pésimo programa desde todos los puntos de vista, pero tiene una cualidad imbatible: es de izquierdas

Es cierto que el programa de RN tiene también propuestas económicas que someterían a las finanzas públicas galas a un estrés insoportable, tal que la promesa de bajar el IVA de los carburantes al 5,5%, pero no lo es menos que Bardella, bajo la influencia de Ciotti, ha empezado a matizar claramente que, en caso de formar Gobierno, habría que hacer una auditoría integral de la situación financiera del Estado antes de aplicar medida alguna. Por lo demás, la evolución hacia territorios “melonianos” de algunos de los planteamientos más radicales del lepenismo -instituciones europeas, relaciones con Israel, guerra de Ucrania, etc.- es innegable. El RN de Marine Le Pen se parece hoy bastante poco al racista y antisemita de Jean-Marie Le Pen, su padre, al que acabó expulsando del partido. En algo permanece inalterable: en la determinación de poner coto al problema de una inmigración que amenaza con llevar a Francia a esa “guerra civil” a la que, de manera irresponsable, se ha referido el propio Macron. Como contaba un reciente editorial de Le Figaro (“Una tragedia francesa”), “el presidente ha sumido a los franceses en un dilema político y moral. Pero lo que estamos viviendo no es un drama, no es un enfrentamiento entre el bien y el mal. Se trata más bien de una tragedia, en sentido literal, en la medida en que los votantes solo pueden elegir entre malas soluciones”. Entre Bardella y Mélenchon, sin embargo, la opción es clara. El líder de LFI que con mano de hierro controla el Nuevo Frente Popular “es el adelantado de una ideología que solo traería ruina y desgracia al país”. Como en su día escribió Raymond Aron, “en política no se elige entre el bien y el mal, sino entre lo pasable y lo detestable”. El peligro no es Le Pen, sino Mélenchon.

Macron representa el fracaso de esas elites parisinas encapsuladas en su bienestar que ignoran lo que pasa fuera del Distrito VIII. La Francia de hoy se parece muy poco a la de De Gaulle o Pompidou. Su población ha sufrido el choque multicultural que representan casi 8 millones de musulmanes, hijos y nietos de inmigrantes, que han hecho del islam la segunda religión del país y que en buena medida se niegan a integrarse en la cultura y los valores republicanos; su economía se ha desindustrializado; su dependencia del mundo exterior se ha disparado. Francia ha dejado de ser la gran potencia que fue en Europa, el “guardián” de África y un actor importante en Medio Oriente. Su cultura ha perdido influencia en el mundo. Siempre mirando por el rabillo del ojo a Berlín, París no pasa de ser hoy un miembro más del poco ortodoxo “Club Med” (España, Italia et al), con una deuda pública que supera los 3,1 billones. Pero las grandes fortunas, las elites económicas, mediáticas e intelectuales, esas mismas elites que en Gran Bretaña han conducido al Partido Conservador a la mayor derrota de su historia, siguen viviendo muy bien, siguen circulando de espaldas a lo que ocurre en los suburbios, ignorando el principio bismarckiano según el cual es mejor ocuparse de los pobres antes de que los pobres se ocupen de los asuntos públicos. Son elites que llevan años mostrando una absoluta incapacidad para detectar el malestar de la gente del común, la depauperación de las clases medias y trabajadores (80% del electorado galo), el deterioro de las condiciones de vida de millones de franceses que, cabreados y crecientemente radicalizados, han dejado de confiar en la clase política (socialdemócratas de derechas o de izquierdas) que desde De Gaulle han gobernado la República, y ahora buscan soluciones en ese RN de Le Pen demonizado por los herederos del gaullismo.

Una mayoría insuficiente de RN, unida a la ausencia de otra mayoría alternativa, presagia una Francia sumida en la violencia y el caos

Una mayoría absoluta del RN sería la mejor garantía de estabilidad institucional, asumiendo que el presidente y el nuevo primer ministro fueran capaces de encontrar formas de cohabitación si no cordiales al menos respetuosas. Pero esa posibilidad se ha ido deshaciendo en los últimos días tras la decisión de Macron, la historia le condenará, de unir sus fuerzas a las del Frente Popular para impedir la mayoría lepenista (retirada de los candidatos centristas en más de 200 circunscripciones). Y una mayoría insuficiente de RN, unida a la ausencia de otra mayoría alternativa, presagia una Francia sumida en la violencia y el caos, como los numerosos y graves altercados registrados esta semana parecen augurar. Ni siquiera la dimisión de un derrotado Macron serviría para aliviar tensiones. El resultado puede ser una Francia ingobernable, víctima de la radicalización de una extrema izquierda violenta por naturaleza, y de la frustración de una derecha radical a quien la traición de esas elites ha birlado la victoria.

Sánchez es Mélenchon. Semana de pasión, que se inició el lunes con la afirmación del presidente de extrema izquierda que padecemos de que el Fiscal General del Estado no debe dimitir aun en el caso de que resultara imputado. El jueves supimos que su mujer disfruta desde julio de 2018 de una “ayudante personal” en nómina del Ministerio de Presidencia de Bolaños, encargada de reclamar desde Moncloa el pago de sus facturas privadas. Una asistente personal pagada con dinero público. Por lo que vamos sabiendo, Sanchez le ha puesto a su señora un centro de negocios privado en La Moncloa, con secretaria, despacho, sala de reuniones, coches oficiales y seguridad. ”En Europa no se creen lo que está ocurriendo en España”, me dice un tipo importante. La situación de esta pareja es insostenible en términos de calidad democrática. Todo suena a malversación de libro. El clásico choriceo. Pedro y Begoña son la versión Sepu de Bonnie & Clyde. Su exégesis cutre. La puesta en práctica del eterno “me lo llevo”. Ábalos Koldo, en cambio, son herederos de la más fina tradición de la picaresca española. El bachiller Trapaza. El patio de Monipodio. Rinconete y Cortadilla. El viernes declaró la doña protegida por las fuerzas de seguridad del nuevo régimen, desplegadas por ese flatulento personaje apellidado Marlaska. Está claro que lo de Sánchez va de poder, sí, pero también de dinero. Diría que sobre todo de dinero. Poder para hacer dinero, para enriquecerse siguiendo el ejemplo de sus mayores, los ZapateroMoratinosBono & Cía. Dinero para ellos y para la “famiglia”. Y subvenciones para el rebaño que pasta en el prao socialista. En el ínterin, el capo di tutti capi presume de crecimiento. Con una economía dopada por unos fondos europeos cuyo destino casi nadie conoce (de momento), este diario publicó el jueves que el empleo público ha crecido en España en 600.000 personas desde que gobierna Sánchez. Y la deuda pública lo ha hecho en 406.000 millones desde que gobierna Sánchez. Pedro y Begoña son nuestros kirschner. Nuestros Ceausescu.

Pedro y Begoña son la versión Sepu de Bonnie & Clyde. Su exégesis cutre. La puesta en práctica del eterno “me lo llevo”. Ábalos y Koldo, en cambio, son herederos de la más fina tradición de la picaresca española

Transcribo un párrafo de un artículo de César Antonio Molina, ministro que fue de Cultura entre 2007 y 2009: “Los escándalos de la mujer del presidente ejemplifican el naufragio en el que estamos viviendo. Una sociedad a la que se le está arrebatando sus derechos, su identidad como país y como nación, a la que se la amenaza e insulta y se la descompone en partículas. El miedo está calando en la ciudadanía y cada cual intenta salvarse como puede. Y no hay mejor salvación que el dinero”. Todo ello entre el silencio atronador de nuestras elites. Esto ya está muy lejos de ser una democracia. Llámenlo como quieran, pero no es una democracia. El jueves la PSOE tuvo la humorada de presentar en el Congreso al campeón -del exhibicionismo, la vulgaridad y la ignorancia- de la televisión basura para que contara a sus señorías cómo salió del armario, perfecto trasunto de la brutal degradación institucional que con estoicismo (suicida) soportamos. El espectáculo de acoso al Tribunal Supremo es de una indecencia supina. Y mientras los jueces investigan a su señora, el sátrapa prepara el fin de las libertades informativas para que su felicidad sea completa, para que la “famiglia” pueda seguir robando sin interferencia alguna. Si no conseguimos echarlo este mismo año, parece cada día más evidente que no volveremos a tener unas elecciones generales libres y democráticas como las que hemos conocido en la transición. Caminamos derechos hacia la dictadura personal de un tal Sánchez. Y señora.