Editores-Eduardo Uriarte

Atrás quedaron los días en que la democracia podía resultar hasta tediosa. Desenterrando al Caudillo se desenterraron muchas cosas, se desenterró el pasado de enfrentamiento para, quizás, propiciar un presente de revancha en el que a la derecha le sea imposible volver a gobernar. Porque hay maneras de desenterrar a los muertos, las hay para homenajearlas dejándolas yacer en un sitio más digno, o para matar a los vivos, o al menos enfrentarlos. Aquí había que revolver el pasado para volver a él, deslegitimar a los adversarios e, incluso, expulsarlos del espacio público.

Pero que tenga cuidado, no se desentierra el pasado sin que tengan consecuencias incontrolables, no se juega con las peores pasiones y sentimientos en vano. La deslegitimación de la derecha, de las tres derechas, de la derecha trifálica, desemboca en su acoso al grito de fascistas por los que explícitamente están en contra de la convivencia política y que son sus aliados. Sánchez puede enfatizar el carácter de derechas de sus adversarios, desenterrar a Franco, llamarles los del pasado, y no sentirse responsable de los acosos que se están produciendo hacia ellos por sus aliados. No vale utilizar un lenguaje izquierdista, que en el pasado el PSOE dosificaba, y acto seguido, anunciar cínicamente diálogo y necesidad de moderación. No debe ser creíble cuando ha desenterrado el sectarismo que llevó al fracaso a la II República. Los viejos demonios no vuelven, sino que han sido consciente y perversamente desenterrados.

Se desenterró el frente popular, demonizando a todo lo que no está en él, permitiendo que los fascistas llamen fascistas a los que nunca lo fueron, erigiendo enemigos históricos, tan imaginarios como la memoria histórica, para ganar las elecciones. Muchos no quisieran estar en ninguno de los frentes, pero una vez que se creó el primero durante la moción de censura no les queda más remedio que quedar en el otro, o hacer como Pio Baroja, irse al exilio sabiendo que podrían volver vergonzosamente.

Las consecuencias de todo esto es que el gran maquinador, Sánchez, podrá ganar estas elecciones. Lo seguro para el futuro es que las siguientes las ganará Vox. Y volveremos al pasado enterrando la democracia que surgió del auténtico recuerdo, y remordimiento, de los errores de nuestros antepasados. Bueno, a los británicos les da por el Brexit cuando se equivocan, a nosotros por matarnos.

Era evidente que el proyecto de frente popular estaba ahí desde antes que Sánchez ganara la moción de censura, proyectándose desde los tiempos en que Zapatero –hoy por Venezuela- negociara hasta el amanecer con ETA, legalizara a HB, estuviera presente en el pacto del Tinell, y se mantuvo con esos apoyos hasta que el secesionismo se los quitó. Lo curioso es que tras un proceso de radicalización Sánchez sea capaz de presentarse durante la campaña electoral como defensor del diálogo democrático, hacer creíble la posibilidad de un acuerdo de gobierno con Ciudadanos, cuando todo su programa mira especialmente al secesionismo catalán y al populismo de izquierdas.

Falsa imagen que en gran medida ha sido posible por la carencia de estrategia en el PP, y su incapacidad de presentarse liderando la derecha como alternativa al proyecto de ruptura socialista, por pesada que sea la carga del fracaso de Rajoy. El “si no me votáis va a ganar Sánchez”, no es capaz de atraer voluntades cuando a su predecesor se le otorgó una mayoría absoluta y no solucionó políticamente nada. Incluso los problemas políticos se pudrieron aún más. Lo cual no quiere servir para coartada a Sánchez, éste voluntaria y programáticamente va a fomentar todos los problemas pendientes.

Pedro y los tres Cabritillos.

Mientras sus tres adversarios -el resto son aliados- se dan de testarazos entre ellos llamándose la derechita cobarde, o reclamando el voto útil como si sólo existiera una opción, o se  acuse a C’s de que va a pactar con Sánchez, el susodicho hace lo que quiere fraguando con su apéndice, el PSC, una reforma constitucional para dar cauce a la vía de secesión de los nacionalismos.

Los tres cabritillos se han preocupado más en enfrentarse entre ellos, de manera singular el PP aterrorizado por un descalabro electoral, que en desenmascarar las maniobras de Sánchez, y mostrar que las manos blancas ofrecidas por éste son sólo garras maquilladas con harina. Si Sánchez es capaz de arrollar a sus adversarios cuando hace unos pocos meses tenía a su partido sumido en la derrota es porque sigue una estrategia, acompañada por una política de imagen, trazada mucho tiempo atrás, con el impulso propio de un proyecto revolucionario. Se notó en la mima moción de censura osando buscar aliados entre los mismísimos enemigos del Estado, se notó en su forma de gobernar, en el abuso del decreto ley y del poder, de TVE, y en su actual programa de caótica descentralización destinado a buscar el apoyo de los nacionalistas asumiendo con ello el riesgo de incentivar el secesionismo premiándolo. Él sabe dónde va, el resto es incapaz de denunciarlo y dar a conocer su propio proyecto.

En este ambiente sus aliados se movilizan y ocupan el espacio público expulsando de él a los que consideran enemigos. Mi amigo Salbidegoitia me dejó claro hace días que antes de que pudiera existir la democracia existió el espacio público, que el ágora fue previo y necesario a la fundamentación de la política. Por consiguiente, el que deslegitima al adversario con insultos, y, sobre todo, el que los expulsa del espacio público, sea en la universidad, en un auditorio, o en una plaza como en Rentería, son unos totalitarios. Y eso se da mientras el discurso del PSOE y del Gobierno denigra a sus adversarios constitucionales, y presenta un programa que amplía las facultades autonómicas que han sido empleadas, tanto en Euskadi como en Cataluña, para impulsar la subversión secesionista y antidemocrática. Este es el auténtico Sánchez apóstol del apaciguamiento y del diálogo.

Si algo se pudo ver en las calles de Rentería fue el odio brutal y colectivo contra una formación que iba a dar un mitin en campaña electoral. Hijos de emigrantes de voto socialista, pues este pueblo, como Alsasua, eran históricas alcaldías socialistas, hoy son nido de violentos agresivos que salían, matrimonios mayores con sus nietos, a insultar a unas personas por no pensar igual que ellos. Quien crea que otorgando más autonomía esa aberrante sociedad dejará de serlo se confunde, se premia el odio, el supremacismo y la pretensión de volver al terrorismo. Eso no se resuelve con más democracia, toda la democracia -el monopolio de la democracia- la ejercían ellos contra unos ciudadanos vejados. Existe suficiente odio en el nacionalismo como para resucitar ETA, la mili, la polimili, y los comandos autónomos a la vez.

En la huida en Rentería un grupo de personas tuvo que refugiarse en un autobús de los que acudieron al mitin. El autobús iba abarrotado con mucha gente de pie, escoltado por un coche de la Ertzaintza hasta la entrada en San Sebastián donde intentaron bajarse. Acababan de salir de aquel Belfast del odio, de la villa del más fuerte, donde sólo quedaba la policía para defender unos mínimos derechos, para entrar en la ciudad turística, la Bella Easo, la de los pinchos más caros del mundo para goce de los franceses, y un agente municipal prohibió que la gente del abarrotado autobús descendiera porque este no tenía permiso para parar allí. Diez minutos bajo el sol sin aire acondicionado y el motor parado, la normativa municipal y la cerrazón del agente de una ciudad legal y modélica -solo en apariencia-, era incapaz de observar la situación de aquellas personas perseguidas y escoltadas hasta diez minutos antes. Finalmente, la llegada de otro agente permitió desembarcar, no sin recibir el chófer una multa de cien euros. Eso si, la multa más barata vistas las circunstancias. Las próximas elecciones, estas no, las ganará Vox, porque no lo que va quedando no va a ser un país para tibios.